EL MUNDO 05/08/14
ARCADI ESPADA
Le preguntaron al joven Sánchez cuál era el primer problema de España. Y contestó que la desigualdad. «Como socialista», añadía, «me preocupa más la igualdad entre los ciudadanos que marcar la diferencia entre los territorios». Esto fue anteayer en una entrevista en el diario El País. Semanas antes se había ocupado también de la cuestión territorial: «Cada territorio tiene su singularidad y el modelo de financiación autonómica en su conjunto lo que debe hacer es, respetando la igualdad y la solidaridad entre españoles y entre territorios, reconocer las especificidades de cada territorio». Había sido también en el diario El País, el 27 de junio. Y 48 horas antes en un encuentro con los periodistas que seguían su campaña primaria, y del que dio cuenta Europa Press el 25 de junio, el joven Sánchez patrocinaba para Cataluña «un trato fiscal especial» y «reconocerla como nación». De este sucinto repaso se deduce que el socialismo español empezó abogando por el absoluto reconocimiento de la diferencia económica y política de Cataluña, pasó luego a la mención de su simple especificidad y, finalmente, a la deliberada indiferencia por su diferencia.
Nadie sensato puede negarle al hombre y a las organizaciones la capacidad de evolucionar. Esta evolución concreta ha ido, además, a favor del sentido común y de los valores que caracterizan el fondo de armario socialista. El único problema es que se ha tratado de una evolución algo rápida. En 40 días exactos el joven Sánchez ha hecho una carrera, no sólo personal, sino ideológicamente meteórica. Esta rapidez, esta improvisación, este desdén no hace más que reflejar con la luz del esperpento la confusión política en que malvive la izquierda respecto del nacionalismo. Como señala la aparatosa propaganda mediática, el Partido Socialista está a favor de reformar la Constitución. Está en su derecho. Pero qué ciudadano y qué partido político van a aliarse con el que en 40 días recorre y proclama todas las formas de organización política del Estado.
A la salida de su inútil entrevista en La Moncloa el presidente Mas declaró que el nacionalismo no tenía un plan B para el 9 de noviembre. Caso muy distinto es el del socialismo grouchista español, que trabaja en B, en C y hasta en D. Aunque todos esos planes acabarán resumiéndose en una lógica binaria: con el Gobierno, y aun sacando la carita por delante de él, si las cosas van bien; y contra el Gobierno, y aun dándole golpecitos en el plexo solar, si cualquier accidente las tuerce.