ABC-IGNACIO CAMACHO

La testifical de Rajoy es un elemento clave para el relato. Nada menos que la versión del hombre que estaba al mando

EN el derecho penal procesal, la declaración de los acusados tiene una importancia relativa. En primer lugar porque tienen derecho a mentir –del que los líderes separatistas se han servido a su gusto y medida–, y en segundo porque su versión está sometida a contraste durante el resto de la vista. Los imputados han mentido sobre su grado de participación en los hechos, pero no sobre sus intenciones políticas: consideran, y así lo han dicho, que el ordenamiento español no puede limitar su autoproclamada soberanía. En realidad lo fían todo a Estrasburgo pero el tribunal europeo no podrá revisar los hechos probados ni las conclusiones; su papel se limita a la tutela de garantías. En ese sentido, Cuixart justificó ayer involuntariamente su prisión preventiva al decir que todo lo que declaró ante el instructor Llarena sólo tenía la finalidad de eludirla. Es decir, que sus buenas intenciones eran ficticias y que de haber sido puesto en libertad podría haberse fugado como sus compañeros de fatigas. En general, los encausados no tienen otra estrategia que la victimista, la de reclamarse como mártires de un reprimido movimiento popular de desobediencia pacífica.

Ahora empieza la fase de testimonios, previa a la de verificación de pruebas, y ambas tienen un peso determinante en el juicio. La deposición de Rajoy, esta misma tarde, va a ser un momento comprometido porque los abogados querrán utilizar su reticencia a aplicar el artículo 155 como argumento a favor de la buena voluntad de sus defendidos. Habrá que ver cómo se maneja al respecto el letrado acusador de Vox, que al fin y al cabo está ahí para beneficiar a su partido; tendrá que hacer muchos equilibrios para apretar al expresidente sin que los procesados obtengan beneficio. La comparecencia es muy delicada por lo que supone de dictamen retroactivo sobre la conducta del marianismo durante una revuelta que afrontó con flagrante encogimiento de espíritu. Políticamente es una papeleta para el testigo, que se verá sometido a un inevitable escrutinio y cuya exposición tendrá además enorme relevancia en el plano jurídico. Más vale que la haya preparado a fondo porque hasta el detalle más nimio puede volverse resbaladizo y acabar cobrando un significado decisivo. Y aunque no es su responsabilidad la que se juzga, ya ha vivido un desagradable precedente en experiencias de este tipo. El problema esta vez no es que le pueda doler la cabeza a él sino que el Estado quede en entredicho.

No se trata de una cuestión menor ni de un trámite secundario. Esa testifical es un elemento clave en la construcción final del relato. Y llega en período electoral, susceptible de tentaciones oportunistas y de objetivos sesgados que el presidente de la Sala deberá evitar con firmeza y tacto. Pero a Rajoy le espera un trago amargo: la pesadilla que le tocó sufrir en La Moncloa la tiene que revivir en el estrado.