- La jauría que se ha lanzado sobre la Comunidad de Madrid, decidida a acabar con su ejemplar trayectoria, nos recuerda cuál es el problema nuclear de la España de hoy
La última polémica trucada con la que el peor Gobierno que ha padecido España por lo menos desde la Transición -no hay que remontarse a fechas anteriores para no desviar el tiro- nos está castigando, agravando así los rigores térmicos del estío, consiste en atribuir a la Comunidad de Madrid por una parte un beneficio indebido por albergar a la capital del Reino y por otra la perpetración de un maligno dumping fiscal, en detrimento ambas cosas del resto de España. El primero en blandir tan venenosos argumentos, impregnados los dos de envidia y de resentimiento por la comparación del fracaso propio con el éxito ajeno, fue el diputado Rufián, militante incongruente en un partido que desprecia a los que por sus orígenes geográficos y preferencias lingüísticas debería considerar compañeros oprimidos y no enemigos a reeducar o a expulsar de Cataluña.
Aquel que entra en contacto con el aura mefítica del inquilino de La Moncloa sufre transformaciones mentales y fisiológicas irreversibles y no precisamente en la buena dirección
Siguiendo esta sulfurosa estela , el manifiestamente incompetente presidente de la Comunidad Valenciana, otro ejemplo de sumisión cobarde al nacionalismo catalán, ha introducido la peregrina idea de que Madrid, que ya sufraga la porción mayoritaria de la solidaridad territorial, tendría que “compensar” a las demás Autonomías por disfrutar del efecto de capitalidad, mediante un tributo especial que, oh manes socialistas, se impondría a los madrileños “más ricos”, léase a todos. Sin que la lista de madrileñófobos acabe aquí, se han sumado al rabioso tropel dos ministros, la de Hacienda, María Jesús Montero, y el de Seguridad Social, José Luis Escrivá, comentando elogiosamente el ataque a la Villa y Corte, y anunciando medidas para que se plasme en disposiciones legales. De la primera poco se puede esperar vista su prosodia, pero el segundo era un hombre inteligente, riguroso y decente hasta que entró a formar parte del Gabinete Sánchez, confirmando que aquel que entra en contacto con el aura mefítica del inquilino de La Moncloa sufre transformaciones mentales y fisiológicas irreversibles y no precisamente en la buena dirección.
Bajo el signo de la degradación
Uno de los misterios de esta etapa política patria es qué incomprensibles motivaciones llevaron a gente de notable nivel, como al mencionado tutelador de las pensiones o a Nadia Calviño o a Luis Planas, a caer en la degradación de ser comandados por el mayor mentiroso de la Europa contemporánea. En el caso de Luis Planas, persona por la que siento respeto y afecto, adivino la vergüenza que le atenaza porque apenas asoma en los medios, intentando con su extrema discreción hacernos olvidar su triste situación.
La verdad es que Madrid prospera en mayor medida que la medía de las Comunidades Autónomas españolas porque sus sucesivos gobiernos han aplicado a lo largo de las últimas dos décadas un modelo económico que ha atraído inversiones y talento, lo que ha redundado en una apreciable actividad empresarial y profesional y también, vaya sorpresa, en una caudalosa recaudación fiscal que le permite ser el principal pilar del bienestar social del conjunto nacional. Si los mezquinos reproches de los que se aferran a fórmulas fracasadas encuentran eco en la presente mayoría parlamentaria de sanchistas -que no socialistas-, comunistas y separatistas, y Madrid es forzada a abandonar la senda del acierto para sumarse a los errores de los demás, España bloqueará su principal motor de creación de riqueza para pasar a empobrecerse lamentablemente.
La pista para entender este debate nos la da la auditoría independiente que el Gobierno de Juanma Moreno está realizando para aclarar la dimensión, la estructura y el coste de la llamada administración paralela que el socialismo andaluz construyó incansable durante los cuarenta años en los que fue la fuerza hegemónica en la Tierra de María Santísima. Los hallazgos que vamos conociendo son muy reveladores. Agencias infladas en presupuesto y personal con sueldos desorbitados, proliferación de entidades de todo tipo carentes de valor añadido o de utilidad visible para colocar a correligionarios, amigos y parientes, subvenciones a chorro sin otro resultado que alimentar clientelas electorales o nutrir prejuicios ideológicos, en suma, un despilfarro monumental que no es extraño que haya ido sistemáticamente unido a uno de los más abultados índices de desempleo de la península.
La jauría que se ha lanzado sobre la Comunidad de Madrid, decidida a acabar con su ejemplar trayectoria, nos recuerda cuál es el problema nuclear de la España de hoy, un elefantiásico Estado exprimidor de los ciudadanos al servicio de los partidos políticos y no del interés general. A su corrección y enderezamiento deberían dedicar sus más intensas energías las dos principales fuerzas comprometidas, se supone, con la libertad, el Imperio de la ley y la racionalidad económica, en vez de perderse en fútiles batallitas que sólo favorecen a los que pugnan por esquilmar y fragmentar a nuestra desdichada Nación.