IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Cada operación de supervivencia de Sánchez supone un avance hacia una estructura confederalista de poderes bilaterales

Cuando Sánchez trazó desde primera hora su plan de alianzas plurinacionalistas partió de la base de que el PSOE cuyo liderazgo había alcanzado sólo podía llegar al poder a través de una coalición de minorías. Digamos que ese modelo no revelaba mucha confianza en sí mismo como revulsivo del momento crítico que atravesaba el partido, pero las bases le compraron la mercancía porque la competencia con Podemos las había contagiado de radicalismo. Les servía cualquier cosa que pudiese ayudarles a recuperar el Gobierno y tras el desplome de Zapatero y la fallida etapa de Rubalcaba no estaban para detenerse a pensar en la autonomía de su propio proyecto. El PNV, la Esquerra golpista, los herederos de una ETA que entonces aún no estaba disuelta; lo que fuera con tal de desalojar a la derecha. El control del Ejecutivo serviría para recuperar la hegemonía y a través de ella recomponer a su favor la correlación de fuerzas.

Ocurre que seis años después de la moción de censura esa correlación sigue estancada y ha aumentado la dependencia de las formaciones políticas empeñadas en distanciarse de España. Y que el sanchismo ha apostado abiertamente por otras marcas en las recientes elecciones gallegas y vascas, diluyendo sus siglas y su oferta con tal de mantener a escala nacional una débil liga parlamentaria. El federalismo que proclaman los estatutos socialistas se ha transformado en una difusa coalición de tintes confederales donde soberanistas y secesionistas de toda clase imponen sus condiciones en claros términos de chantaje; es incluso probable que el PSC haya de renunciar a sus aspiraciones para no contrariar a los independentistas catalanes. La estrategia del presidente consiste en cambiar su permanencia en la Moncloa por la entrega y blindaje de crecientes poderes territoriales. Y la consecuencia práctica, que el Estado reconoce una bilateralidad más o menos camuflada que favorece su desguace.

En cada una de esas operaciones, el modelo autonómico se vuelve más desigualitario. Este proceso no es nuevo; González, Aznar y ZP también lo propiciaron, pero la precariedad del actual Ejecutivo lo ha exacerbado hasta extremos alarmantes y tal vez dramáticos porque existe el precedente de un motín institucional de secesión a punto de ser amnistiado, lo que equivale a una invitación para reiterarlo. Y si hasta ahora era Cataluña el principal foco de conflicto, el crecimiento de Bildu –auspiciado por su blanqueo previo como parte del bloque ‘de progreso’– convierte al País Vasco en nueva zona de riesgo donde el PSOE acepta y hasta celebra su papel subalterno, cerrando los ojos a la evidencia de que un eventual pacto entre soberanistas anularía por completo su capacidad de contrapeso. Poco parece importar ese detalle a quien ha hecho de la estructura del Estado una herramienta de comercio y de su supervivencia personal la única medida del éxito.