EL MUNDO 31/05/14
ARCADI ESPADA
Querido J:
Tengo una importante noticia que darte: el Gobierno de la Generalitat se ha rendido al Ejército español. No es la primera vez que pasa, como bien sabes, y sorprende semejante perseverancia en el cumplimiento de los ciclos de la Historia. Lo cierto es que hace cuatro días las autoridades municipales, en cumplimiento del mandato judicial de la Audiencia de Barcelona, empezaron a proceder al derribo de una finca del barrio de Sants que llevaba 17 años en poder de grupos de okupas. La reacción de los inquilinos fue violentísima: piedras y fuego durante cuatro sostenidas noches. Al principio, los hechos parecían desprender una sonora claridad sinestésica. La Policía tiraba de un lado y los okupados tiraban del otro. Pero quien hoy en día pretenda dársela a un catalán o es un bobo o es un español. Inmediatamente, la intelligentsia nacional se puso en marcha y empezó a señalar a los verdaderos culpables.
Dijo un Carles Boix, que enseña política y ¡políticas públicas! en Princeton sin que en Princeton sepan aún bien lo que tienen: «Siempre que el catalanismo cívico [hay pleonasmos que ofenden] está a punto de ganar, han aparecido las bombas, los disturbios, los incendios».
Dijo el antiguo economista Xavier Sala i Martin, de Columbia: «Cuando los mozos identifiquen a los violentos, que informen de dónde vienen. No fuese que, además de policías, alguien estuviera enviando manifestantes».
Dijo la columnista de La Vanguardia Pilar Rahola, poco antes de hacer suya la tesis de Sala i Martin: «Quién le ha pedido a Fernández Díaz que traiga Policía española. Caramba, qué prisa tiene en ocupar policialmente el país».
Dijo el buen chico reportero Antoni Bassas: «Por lo tanto, miremos bien quiénes son los que queman unidades móviles de TV3 o contenedores, porque, de momento el Estado, como si nada, ya ha enviado a 200 agentes del Cuerpo Nacional de Policía a proteger edificios de la Administración central cuando nadie se lo había pedido. Hay mucha gente, vamos a decir alguna gente, que espera que Cataluña arda y tiene muchas ganas de encender la primera cerilla».
Dijo López Tena, del que nunca sé si es más inverosímil su presente o su pasado como vocal del Consejo General del Poder Judicial en España, mientras ardían las calles: «¿De dónde ha sacado el dinero este racista español [otro pleonasmo intolerable] que se ufana de haber quemado locales en Sants?».
Y en cuanto a un Josep Huguet, que ejerció de consejero del Gobierno de la Generalitat, debe reconocerse que se esforzó citando unas viejas palabras del escritor Joan Sales de las que se deducía que los crímenes de la FAI le importaban menos que su anticatalanismo: «Si la FAI me da tanto asco no es porque sea anarquista. O no es tanto por esto sino porque, como sus precursores los lerrouxistas, parece toda ella una turbia maniobra anticatalana».
La misma rica veta exploró el futbolero Alfons Godall, citando aproximadamente al Conde Duque: «… Se ocasione algún tumulto popular grande [en Cataluña] y con este pretexto meter la gente [ejército]… como por nueva conquista aceptar y disponer las leyes en la conformidad de las de Castilla».
Todos estos cráneos privilegiados tenían, al fin, razón. ¿Cómo un alcalde, representación del poder democrático, iba a renunciar al cumplimiento de la ley por la acción de cuatro vándalos, como si la nación catalana fuera Burgos, su Gamonal? Algo indudablemente más poderoso tenía que haber detrás. Y lo confirma la decisión que acaba de anunciar, esta tarde en que te escribo, el alcalde de Barcelona: el derribo se paraliza, y viva España.
Hemos comentado innumerables veces que uno de los graves problemas de Cataluña es que fuera de la región, empezando por Madrid, no se conoce con exactitud lo que pasa. Tres décadas de nacionalismo han organizado una bolsa amniótica, autofágica y autorreferencial cuyo contacto real con el exterior es nulo. Si el Estado supiera realmente lo que sucede en Cataluña no habría promocionado o transigido con innumerables iniciativas, empezando por los recortes en sanidad. Todos esos comentarios que te he transcrito y que culpan al Estado (¡al Estado okupa!) de haber organizado las cuatro noches de fuego en Sants no pertenecen a jóvenes anónimos que machacan su siniestra adolescencia (tarde de pleonasmos) en las redes asociales, sino a personas adultas que forman parte de la élite política, cultural y económica. Y es interesante advertir que sus fabulaciones se inscriben, además, en un histórico fondo de clasismo y de racismo que vincula la violencia con un lumpen extraño a Cataluña, pletórico lugar donde el mal no puede ser más que importado. Las fabulaciones no dejan de ser tampoco, y tal vez sea lo más inquietante, una exhibición de whishful thinking y hasta una sofisticada modalidad de acto fallido.
En algún momento del próximo otoño la gran esperanza separatista será que miles de youtubes trasladen la imagen de una buena gente pacífica a la que nunca le gustó gritar, aporreada por la Policía española al pie de cualquier urna de cartón.
Les come la impaciencia.
Sigue con salud.
A.