Ignacio Camacho-ABC
- Quizá Lobato crea que negando la verdad de su actuación correcta puede salvar la cabeza que Sánchez ha pedido en bandeja
Una de las características más tristes del sanchismo es el modo en que abduce a personas decentes precipitándolas hacia un lado oscuro sin vuelta. Ocurrió con ministros capaces de malversar sus honorables carreras por prestarse a defender causas sin posible defensa, y con intelectuales de respeto o comunicadores destacados por el celo con que sostenían su independencia. El último en claudicar –hasta hoy, que se sepa– ha sido Juan Lobato, el líder de la organización socialista madrileña, empeñado en excusarse de algo que ha hecho bien con la esperanza de salvar su cabeza. Que no la salvará, porque Pedro ha pedido que se la sirvan en bandeja y ya están afilándose los cuchillos que han de decapitarlo para ofrecérsela, aunque la recompensa sea otra derrota frente a una Ayuso acostumbrada a jugar con sus mismas reglas. Es el destino de los raros habitantes de la sanchosfera dispuestos a actuar alguna vez de la forma correcta: ejecución por mucho que se arrepientan.
Lobato, que es técnico de Hacienda y conoce el imperativo legal de mantener los datos de los ciudadanos en secreto, se negó a cometer un delito por el que el fiscal general ha acabado imputado en el Tribunal Supremo. No es que eso le convierta en un héroe civil pero sí en una excepción dentro de un entorno donde los deseos del jefe son preceptos de obligado cumplimiento; el problema es que se avergüence de ello al punto de negar en público lo que él sabe, vaya si sabe, que es cierto. Tan cierto que se fue al notario para sacudirse responsabilidades en un entuerto que se le venía encima sin comerlo ni beberlo. Quizá sea lo bastante ingenuo para creer que aún tiene alguna posibilidad de evitar su relevo, como si Sánchez fuera a perdonar el desacato de un encargo expreso que encima le ha costado el procesamiento de uno de sus colaboradores predilectos. Y con Begoña por medio, porque se trataba de contrarrestar el escándalo de sus dudosos tejemanejes académicos.
El portavoz autonómico en Madrid, político de ideas y talante templados, venía pasando con fundamento o sin él por ser uno de los posibles candidatos a una sucesión que de momento carece de calendario. Un hombre en la reserva, una alternativa eventual, un proyecto de aspirante, un tapado. Le falta currículum para respaldar su vocación de liderazgo, pero si albergaba alguna opción la acaba de disipar con este doble paso en falso. Ahora es un traidor para sus más irredentos correligionarios y para el resto un tipo achantado que a la hora de ratificarse en un comportamiento noble da el gatillazo. La dignidad con que resistió la presión de Moncloa se ha venido abajo. Y lo que queda del caso es otra conciencia autónoma sometida, otra palinodia forzosa de un disidente arrastrado al barro que anega las principales instituciones del Estado. Otra víctima colateral de la fuga hacia adelante de este aventurerismo insensato.