EL MUNDO 29/07/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
No sé a quién se le ocurriría acuñar la expresión serpiente de verano para bautizar las noticias menores que, en ausencia de otras de mayor interés, servían para manchar papel en los diarios. Ya había advertido Oscar Wilde que el periodismo es el arte de llenar los huecos que dejan los anunciantes en los periódicos.
Y, sin embargo, el verano es una estación criminal en la que todo se conjura con la muerte, esa muerte española, más ácida, aguda y calurosa que otras muertes, que «llenaba los campos / hasta entonces honrados por el trigo», por decirlo aproximadamente con palabras de Neruda. El estío asesino, debió escribir Caro Baroja en lugar de festivo. Porque la muerte en España tiene su refugio en los meses de verano. No hablemos de la muerte a mano airada, las periódicas rebatiñas de sangre en que se resuelve este gen cainita que muy bien podría haber sido convivencia, cuyo ejemplo canónico es la Guerra Civil Española, esa epopeya de sangre y moscas, que todavía alimenta las fantasías de una parte de nuestros compatriotas.
Fijémonos sólo en accidentes. No ha habido verano que no se haya cobrado su tributo de sangre. En julio de 1978 el accidente en el campamento de Los Alfaques costó 243 vidas; 50 en el vuelo de Spantax en Málaga en septiembre de 1982. 10 años después, 46 personas en el autobús de Torreblanca. La riada en el camping de Biescas, el 7 de agosto de 1996 se llevó 87 vidas humanas. El 16 de julio de 2005, 11 retenes de un equipo contraincendios murieron abrasados en Guadalajara.
El accidente del metro de Valencia, en julio de 2006, registró 46 víctimas mortales. En ese mismo verano, también en julio, los incendios en Galicia dejaron un saldo de cuatro muertos. Fue en agosto de 2008 el accidente de Spanair que dejó tras de sí 154 muertos y en la noche de San Juan de 2010, una docena de personas fallecieron al ser arrolladas por un tren en Castelldefells. Son los precedentes de las 79 víctimas mortales del tren de Santiago, cuyo maquinista declaraba ayer ante el juez.
Es prematuro adelantar conclusiones cuando aún faltan detalles por esclarecer; tantos, por lo menos, como palabras han sobrado en el espacio público. Una broma tonta del maquinista en su cuenta de Facebook en marzo de 2012 se ha tomado como prueba inequívoca de su culpabilidad, como si 16 meses antes hubiera anunciado su determinación de hacer descarrilar el Alvia en la 61.ª vez que iba a entrar en aquella curva.
Forma parte de la condición humana la búsqueda de un culpable, alguien que pague por el infortunio. No hace falta dolo, basta la negligencia humana, el fallo técnico, o tal vez el azar o el verano, porque la muerte es en no pocas ocasiones un simple accidente en lo que Pavese llamaba «el oficio de vivir».