José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Ciudadanos fue, remedando a Victor Hugo, la fuerza de una idea a la que había llegado su momento. Pero sus dirigentes dejaron pasar la ocasión histórica
Con ignorancia de su significado, se atribuye a la expresión patética una connotación negativa, casi insultante. En realidad, el patetismo es un sentimiento de conmoción profunda ante una situación o un comportamiento. Y es, creo, el que suscita con sus declaraciones y algunas de sus decisiones Inés Arrimadas, la líder del tambaleante Ciudadanos.
La última de sus afirmaciones detonantes ha consistido en considerar que la negociación de 2019 fue un error porque «regalaron» cuatro gobiernos al PP. Naturalmente, no explica cómo se cobraron el ‘regalo’ ni de qué alternativa disponían de no haberlo hecho. En la misma tesis redundó ayer en ‘La Vanguardia’ Francisco Igea, exvicepresidente de Castilla y León.
Es esa una afirmación patética, conmovedora por su ingenuidad y por lo amnésica que resulta. Ese no fue el error de Ciudadanos en 2019. El verdadero error de su partido —seguido de otros en cascada— consistió en no haber evitado la repetición de las elecciones de abril de ese mismo año que lo llevaron al descalabro: pasó de 57 a 10 escaños el 10-N. Un cataclismo que arrastró al ostracismo político a Albert Rivera y que continuó con el desplome de la organización, primero en febrero de 2021 en Cataluña (de 36 escaños a seis) y luego en mayo en Madrid ese mismo año (perdió 17 diputados y no superó el corte para obtener representación).
La frustrada moción de censura en la región de Murcia, una turbia operación entre la Moncloa y Ciudadanos para desbancar al presidente popular López Miras, provocó la reacción fulminante de Díaz Ayuso, que resultó letal para los naranjas. Ahora, Fernández Mañueco en Castilla y León les ha expulsado del Gobierno autonómico y ha convocado elecciones adelantadas el 13 de febrero en las que, con casi total probabilidad según las encuestas, Ciudadanos podría también perder los 13 procuradores que obtuvo en 2019.
El partido que fue liderado por Rivera y ahora por Arrimadas no tenía otra alternativa que pactar con el PP después de su sorda y constante pelea con Pedro Sánchez y su torpe afán de sobrepasar al partido de Casado. No ‘regalaron’ nada a los conservadores: simplemente se unieron a ellos para obtener réditos proporcionales en los ejecutivos autonómicos que apoyaron. No fueron pocos: vicepresidencias en Madrid, en Castilla y León y en Andalucía. Su último reducto es la gran región andaluza y está por ver cómo termina allí la legislatura.
Les queda también la coalición en el Ayuntamiento de Madrid, que, por el momento, no parece peligrar. Pero cuando un partido entra en una dinámica perdedora caracterizada por el estigma de la inutilidad, la remontada es difícil y frecuentemente imposible. El último intento protagonista de Arrimadas y de su grupo parlamentario va a ser la posible negociación con Sánchez de los retoques a la reforma laboral de 2012. Será un intento, sí, pero vano. Porque, como ha declarado el sociólogo Narciso Michavila, Ciudadanos «lleva el mismo camino que UPyD, CDS, UCD y hasta el del Partido Radical de Lerroux».
El sometimiento de Ciudadanos al PP es la clave de un partido que no se ha hecho respetar y que ha cometido errores de bulto. En la conspiración murciana se comportó con amateurismo y dudosa buena fe, y en la reacción ante la virulencia de Fernández Mañueco o ante el fichaje por García Egea de Fran Hervías —un auténtico submarino del secretario general del PP en las filas naranjas—, con una mansedumbre lanar. Si alguna posibilidad le quedaba a Arrimadas de evitar la eutanasia activa que se está practicando Ciudadanos, consistía en haber roto todas las relaciones con el PP 10 minutos después de ser expulsados del Gobierno castellanoleonés. La opinión pública y su electorado potencial habrían apreciado la réplica como una prueba de vida.
«Ciudadanos lleva el mismo camino que UPyD, CDS, UCD y hasta el del Partido Radical de Lerroux»
Que Ciudadanos se encuentre en estado agónico no es una buena noticia, sino un episodio muy desgraciado de la política española. Representó la esperanza de que la gestión pública no estuviese arbitrada por los nacionalismos vasco y catalán; de que se produjese una coalición integradora de centro izquierda con el PSOE; de que así, el PNV, Bildu y los partidos separatistas de Cataluña no obtuvieran ventajas abusivas ni mantuviesen la prepotencia con la que se conducen. Y todo eso se ha volatilizado sin remedio. Pasado ese instante, ya no es posible recuperarlo; Ciudadanos fue, remedando a Victor Hugo, la fuerza de una idea a la que había llegado su momento. Pero sus dirigentes dejaron pasar la ocasión histórica. Y esas ya no regresan.
Ciudadanos y Podemos son partidos huérfanos que no han podido sobrevivir a sus fallidos fundadores. Ni aquellos han logrado sobreponerse al hundimiento de Rivera, ni los morados a la fuga de Pablo Iglesias. Ambos acrisolaban las significaciones y evocaciones de sus organizaciones que sin ellos al frente se han desperfilado. Inés Arrimadas es un sucedáneo del liderazgo de Rivera —que él autodestruyó— y la expectativa frustrada de una política que no debió dejar Cataluña, en donde pudo ser más útil que en ningún otro ámbito. Lo más grave es que Ciudadanos ha perdido todo, incluso el honor por su respuesta resignada e impotente al golpe de cimitarra de Fernández Mañueco.
Podemos, aunque hundido, tiene el asidero de Yolanda Díaz, así que siendo malas sus expectativas son peores las del partido de Arrimadas en este 2022 con dos procesos electorales ya seguros (Castilla y León y Andalucía). El error no han sido los supuestos ‘regalos’ de Ciudadanos al PP. El error ha sido la evanescencia del partido, su incapacidad para desentrañar el significado de las razones por las que millones de españoles confiaron en ellos y la adolescencia de sus dirigentes, que no han sabido manejar la dimensión de los propósitos que los electores pusieron en sus manos.
Pudo ser y no fue. Por eso, Inés Arrimadas, con esos análisis retrospectivos, resulta patética y acentúa la decepción de tantos cientos de miles que creyeron —creímos— que su liberalismo, su cintura política, su origen periférico, su juvenilismo eran garantías de algo nuevo y de algo distinto. Arrimadas ha acabado como el estrambote del soneto de Cervantes: «Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada». Y nada va a quedar de Ciudadanos en este año que comienza, salvo las cenizas del esplendor.