IÑAKI UNZUETA, EL CORREO 12/04/13
· Aunque la violencia ha cesado, el nacionalismo radical mantiene un proyecto que destruye la pluralidad existente y genera desechos y anomalías.
Las tribulaciones del estudiante Törless’ es el libro que Robert Musil publicó en 1906 y donde lleva a cabo un brillante ejercicio de sociología del poder y de prognosis de los acontecimientos que asolarían Europa unos años después. Un grupo de alumnos de una academia militar, entre ellos el hijo del consejero Törless, aprovecha un pequeño hurto del judío Basini para, so pena de darlo a conocer, imponer su dominio y someterlo a extorsiones, torturas y vejaciones. Si el lector mantiene el interés hasta el final, conocerá la suerte que corrieron Basini y sus torturadores. Con la obra de Musil al fondo, me propongo alertar sobre una estrategia de clausura del terrorismo que reparte responsabilidades, oculta el significado de las víctimas, no hace justicia y deja expedita la vía para que los hechos se repitan.
Con relación al pasado terrorista se manifiestan cuatro posiciones. En primer lugar los legitimadores que justifican o no llegan a realizar un examen crítico profundo de las violaciones contra la integridad de los clasificados como excluidos. Plantean un marco interpretativo con una pluralidad de víctimas resultantes de un conflicto entre dos bandos y creen también que sólo la negociación traerá la paz definitiva. En el otro extremo, los vencidos consideran que la sociedad vasca ha sido el espectador mudo que ha perpetuado el terrorismo hasta que ha sido derrotado sólo policialmente, puesto que su legado ideológico ha sido transmitido indemne a una nueva generación. Mantienen que los vencidos son los muertos, exiliados y el constitucionalismo que, debilitado, no es capaz de deslegitimar el nacionalismo.
Entre estas posiciones se encuentran los vencedores, que se dividen en dos. Por un lado, los que creen que la tenacidad de los vascos ha doblegado al terrorismo y que sus secuelas (presos, reconciliación, etcétera) son una mera cuestión de tiempo. Por otro, los que consideran que ETA ha sido derrotada por el pueblo vasco y por el Estado de derecho. Creen también que la legalización de Sortu es fruto de la aplicación de la ley y que los presos deberán tener el mismo tratamiento derivado de una Constitución que ha salido fortalecida.
El nombramiento del nuevo secretario de Paz y Convivencia del Gobierno vasco se puede interpretar como una convergencia de las ramas del nacionalismo para cerrar el ciclo de violencia y acometer sin lastres la fase final de la construcción nacional. Esta convergencia se explica porque comparten un relato con tres hitos: causa, problema y solución y sostienen que existe un conflicto con un foco de opresión. Si definimos el conflicto como las acciones colectivas impulsadas por dos partes en lucha por la distribución de unos recursos materiales y/o simbólicos dados y con objetivos divergentes, es verdad que aquí se producen luchas en torno a recursos materiales, culturales, políticos y simbólicos con objetivos diferentes. Pero se trata de luchas entre vascos donde una parte ha utilizado la violencia contra la otra. Así, de un lado se encuentran aquellos que llevan a cabo definiciones reduccionistas de lo vasco, patrimonializan los sentimientos de pertenencia y esencializan la cultura convirtiéndola en su propiedad; su objetivo es la independencia. De otro, los que consideran que la cultura vasca es porosa y con fronteras lábiles donde ‘lo otro’ está incrustado en nuestro interior y se transforma con nosotros. Consideran que con el actual estatus político la identidad vasca está asegurada, las antiguas libertades nacionales están superadas y sólo desde unidades políticas ampliadas se puede hacer frente al desafío de la globalización.
Ahora bien, la cuestión decisiva es que, aunque la violencia ha cesado, el nacionalismo radical mantiene un proyecto que destruye la pluralidad existente y genera desechos y anomalías. Por ello no resulta creíble la oferta de reconciliación que plantean, puesto que, como dice Echeburúa, si el mal no se encuentra repartido en dos partes, ¿con quién tengo que reconciliarme si no he ofendido a nadie? ¿Cómo se va a reconciliar Consuelo Ordóñez con el asesino de su hermano, que se jacta de los atentados cometidos? ¿Cómo vamos a reconciliarnos con aquellos que en su proyecto político no somos más que una anomalía a superar? Desde una actitud objetivante orientada al éxito de unos objetivos marcados a hierro en la construcción nacional la reconciliación es un engaño. La reconciliación no puede derivar más que de una actitud realizativa orientada al acuerdo y que reflexiona sobre las propiedades que consideramos deseables en el trato con los demás.
Al final del relato de Musil, a Törless, que acabó enfrentándose a los compañeros torturadores, se le facilita el abandono del centro, Basini es expulsado y los agresores resultan absueltos. Esto es lo que aquí también puede suceder, que los agresores sean absueltos y que nuestros Basinis –las víctimas, los constitucionalistas…– acaben expulsados. Sería el rendimiento póstumo de las víctimas, estrujarlas otra vez hasta extraer las últimas gotas. Pero es que, además, si el agresor es premiado todo podría volver a suceder. Cuando Törless comparece ante la dirección del centro, expone que «todos podemos convertirnos tanto en torturadores como en un animal sacrificado. La cosa más terrible es posible. No existe ningún muro entre un mundo bueno y uno malo». Y añade, «que quería saber qué pasa cuando una persona se humilla o actúa con crueldad. Antes creía que el mundo se vendría abajo. Hoy sé que lo que parece más terrible e incomprensible desde lejos ocurre sin más. Debemos estar prevenidos. Eso es lo que he aprendido». Y nosotros, ¿estamos prevenidos? Con Mintegi reivindicando –como Eichmann– el derecho a decidir con quién vivir (ELCORREO, 16-10-12), si la crisis del Estado se agudizara y el proyecto europeo quebrara, si se dieran las condiciones objetivas de las que Tasio Erkizia hablaba, ¿qué les impediría otra vez decidir con violencia con quién quieren vivir?
IÑAKI UNZUETA, EL CORREO 12/04/13