Jesús J. Hernández-El Correo
- ETA mató hace 40 años a Mikel Solaun, un exmiembro de la banda al que amenazó para que pusiera explosivos en el cuartel de la Guardia Civil que estaba construyendo
Cuesta creer esta historia. Si no estuviera milimétricamente documentada, sería imposible. Se llamaba Mikel Solaun. Fue miembro de ETA en sus primeros años –perteneció al llamado frente cultural–, hasta que fue detenido en 1969. Encarcelado en la prisión de Basauri, fue uno de los cerebros de la fuga que se produjo en diciembre de ese año. Diez presos etarras y cinco reclusos comunes lograron escapar tras excavar un túnel desde el patio de la cocina de la cárcel. Solaun huyó a Francia y regresó, como muchos ‘polimis’, tras la amnistía de 1977.Se desvinculó de la banda por completo. Aquí podría haber acabado su historia. Y, sin embargo, aquí comienza.
Estudió ingeniería y trabajó en varias empresas de construcción. Montó una firma propia, ‘Salarriaga S. A.’, que años después ganó el concurso para construir una casa cuartel de la Guardia Civil en Algorta. Cuando las obras ya estaban en marcha, ETA se puso en contacto con él. Una carta de Solaun, escrita de su puño y letra y dirigida a un teniente de la Guardia Civil con el que trabó amistad, permite reconstruir ese momento. «Fui conminado por ETA a colaborar y prestar toda la ayuda que me pidieron y me exigieron, so pena de aparecer como traidor ante ellos y correr la suerte que tuvieron mis amigos».
Le convocaron a una reunión en San Juan de Luz con dos miembros de la banda. La petición de ETA era muy concisa. Le explicaron que debía contratar en su empresa a dos personas vinculadas con la banda que colocarían 50 kilos de Goma-2 en el falso techo de la primera planta, cerca de un tabique. EL CORREO ha tenido acceso en exclusiva a las diligencias donde pueden verse, por primera vez, los planos, el lugar exacto de colocación de la bomba, así como fotos del explosivo y el dispositivo de iniciación. El plan de ETA era hacerlo estallar en plena inauguración del cuartel, en un acto con decenas de asistentes previsto para el 13 de marzo de 1981 y al que estaba invitada toda la cúpula de la Guardia Civil, además de las autoridades del Gobierno vasco y el central. Así como muchos guardias y sus familias. Una masacre. Solaun confiesa que accedió a contratar a aquellas dos personas y que permitió que colocaran los explosivos «por miedo». Sólo faltaba conectarlos al dispositivo de iniciación, algo que le pidieron quehiciera él mismo y que fue retrasando con la excusa de que no había corriente. «Nunca lo hice y no lo hice porque no soy un asesino».
La detención
En este punto, hay dos versiones divergentes pero que no hacen variar la esencia de lo sucedido. Algunas fuentes explican que un comunicante anónimo llamó al cuartel, pocos días antes de la inauguración oficial, alertando de que había explosivos en aquel falso techo. Todo apunta a que fue el propioSolaun. Otras fuentes sostienen que todo se destapó en las mismas fechas por la caída de un comando y por la confesión de uno de los etarras, que habría contado los detalles del plan de la banda.
Sea como fuere, la Guardia Civil no tuvo dudas de la implicación de la empresa de Solaun en el atentado frustrado. Fue localizado, detenido y enviado a prisión preventiva a la espera de juicio. Es en ese momento, en la cárcel de Soria, cuando Solaun escribe al teniente de la Guardia Civil y casi celebra su detención. «Afortunadamente, sólo yo he salido dañado. Y entre la elección de pasar el resto de mi vida huyendo de ETA o esperar un milagro, creo que esta ha sido la solución ideal».
No lo fue tanto. ETA actuaba fuera pero también dentro de las cárceles. Los ‘milis’ –miembros de ETA militar– no tardaron en darle una paliza que contó a sus allegados en dos cartas. «Kaixo, lo que temíamos ha sucedido. Hoy a la mañana, a la una, he sido cobardemente agredido por cuatro ‘milis’ que, tapándose la cara con bolsas y mientras mantenían intimidados a varios ‘polimis’ haciendo uso de palos, me han dado una paliza considerable». Confiesa que salvó la vida «por poco» y hace recuento de sus heridas. «Me encuentro con una costilla rota por dos sitios, tengo tres brechas en la cabeza: una de siete puntos, una de cuatro y otra de dos». Sangraba de la muñeca y presentaba «golpes generalizados». Rogaba en su carta por un traslado a Martutene, «donde no hay presos de ETA, o a Nanclares, donde sólo hay ‘polimis’ y estos me apoyan por ahora».
Condenado en el juicio a cuatro años de prisión –su abogado fue Juan María Bandrés–, fue liberado antes porque «su vida corría peligro en prisión». Recuperó la libertad, una libertad que nunca lo fue. ETA siempre mantuvo vigente su amenaza de muerte. La misma que aplicaría años después a ‘Yoyes’.
El 4 de febrero de 1984, Mikel Solaun, de 39 años y con una vida digna de una película a sus espaldas, entró a tomar un café a un bar de Algorta. Era mediodía y llegó acompañado por su mujer y las dos hijas del matrimonio, de 3 y 9 años. Dos hombres, muy jóvenes –hicieron dudar a los testigos de «si eran o no mayores de edad»–, estuvieron un rato«mirándole muy fijamente».Luego, uno de ellos entró al servicio y, al regresar, le disparó un tiro en la nuca a bocajarro. Su esposa se dolía porque «la pequeña no, pero mi hija mayor lo ha visto todo». Hace ahora 40 años. Fue enterrado en el cementerio de Getxo y, por expreso deseo de los suyos, en la intimidad familiar.