Pedro Chacón-El Correo
- Nuestros políticos, antes de hablar de «salto cualitativo» y demás piruetas gimnásticas, harían bien en delimitar lo que les corresponde en este tema y lo que no
Lo de esta semana con el euskera (sentencia del Supremo, otro aplazamiento europeo a la oficialidad, carta de Pradales e Illa) vuelve a evidenciar lo que al parecer solo algunos intuimos desde hace tiempo. El político se distingue porque hace, propone hacer, manda hacer, regula lo que se hace. Siempre con la acción como motor y centro de su actividad. Pero resulta que la voluntad no es la única ni la principal cualidad que explica nuestra condición humana. Somos lo que hacemos, pero también lo que pensamos, queremos, sentimos y recordamos. Y aunque todas esas facetas tengan su expresión final en lo que hacemos, ese hacer no puede ir desprovisto de ellas, porque ellas son las que acompañan, impulsan y explican lo que hacemos.
Al político también le gustaría que pensáramos, quisiéramos y recordáramos como él. Pero normalmente solo puede llegar a lo que hacemos, a la voluntad. El entendimiento, el sentimiento y la memoria, otras cualidades humanas que no son la voluntad, quedan fuera de su potestad. Aunque muchas veces también trata de actuar sobre ellas, pero no puede en condiciones políticas normales. Hay políticos e ideologías, ya lo sabemos, que invaden esas facetas del individuo, pero el resultado siempre es frustrante, cuando no catastrófico.
Si por voluntad solo fuera, pensemos cuánta gente en el País Vasco chapurrearía ya el idioma vernáculo e incluso se desenvolvería en él con fluidez. Para empezar, todos los nacionalistas lo hablarían sin excepción. Sería maravilloso, ¿no? Y en todos los gobiernos de todos los niveles de las distintas administraciones vascas solo se hablaría en euskera. Y los miles de asesores contratados por dichos gobiernos también lo hablarían en exclusividad. Así como en el Parlamento vasco y en las Juntas Generales. Hasta los juicios se harían en euskera. Y en las escuelas no habría que andar con que si en el patio no se habla o si entre clase y clase tampoco. No habría que estar todo el día tirando de traducciones y de traductores, puesto que las normas y decretos ya desde su propio origen se discutirían y se escribirían directamente en euskera. Y no tendríamos informes como el reciente de Siadeco, encargado por los municipios integrantes de UEMA -la asociación de municipios mayoritariamente euskaldunes, los llamados «arnasguneak»-, que pronostica para 2036 negros nubarrones sobre el futuro del euskera efectivamente hablado en ellos y sobre el porcentaje de niños que podrán tener un entorno materno euskaldun.
Lo del euskera está ya clarísimo que no es solo cuestión de voluntad. Y nuestros políticos, antes de hablar de «salto cualitativo» y demás piruetas gimnásticas, harían bien en delimitar lo que les corresponde en este tema y lo que no. Porque, a este paso, puede que veamos reconocida la oficialidad del euskera en toda Europa y aquí seguir perdiendo hablantes nativos.