Iñaki Ezkerra-El Correo

La elección de Biarritz para la cumbre contribuye a ese blanqueo que encarna Egoitz Urrutikoetxea

La cumbre del G-7 en Biarritz se nos anunciaba como el gran acontecimiento vasco en lo que va de siglo tras el rodaje de ‘Juego Tronos’ en San Juan de Gaztelugatxe: manifestaciones, barricadas, cortes de carreteras, sabotajes a ferrocarriles… A ese peligro se sumaba el que constituía la propia cumbre, que caía como un misil sobre el turismo y el comercio del verano francés y que no ha cumplido ninguno de sus fines: ni darle a Macron la popularidad perdida, ni poner de acuerdo a nadie con nadie. La verdad es que ahí no era sólo Macron el que estaba en horas bajas. Conte acudía cuando ya había dejado el poder; Johnson a punto de perderlo por culpa del Brexit; Merkel cuando ya había anunciado que se retirará en un par de años… Ahí el que no estaba en la víspera de su dimisión estaba en vías de jubilación. Y, para colmo, Trump asistía a ese foro a disgusto, porque no le gustan los foros y porque su intención explícita era sabotearlo.

Quien ha salido ahí ganando, quien ha hecho su agosto, ha sido la contracumbre. Y es que su mayor peligro no estaba en las algaradas que pudiera montar, sino en lo contrario: en su operación de presentar a los socios del G-7 como los verdaderos enemigos de la paz. El mayor peligro estaba, y está, en la mutación que ha sufrido la violencia antisistema de ayer en el pacifismo de hoy. Tanto la cumbre de Biarritz como sus contracumbres en Irún, Hendaya o el Bidart donde ETA tuvo su cúpula han sido más bien un lavado de cara para ese populismo que ha sustituido a la izquierda clásica con banderas que a ésta jamás le importaron, desde el cuidado del medio ambiente (véase el sovietismo ecologista de Chernobil) hasta el déficit de democracia en Occidente (véase lo libre que fue la Alemania Oriental), pasando por esa abolición de fronteras (véase el Telón de Acero) que reclaman los secesionistas vascos y catalanes en contradicción flagrante consigo mismos. El hecho de que Macron haya elegido Iparralde para esa cumbre tenía un lado positivo: ¿habría sido posible hace diez años reunir a los más poderosos de la Tierra en lo que aún era el santuario de ETA? Pero tal elección contribuye a ese blanqueo que encarna a la perfección Egoitz Urrutikoetxea, una de las estrellas del contra G-7 y de ese salto del activismo armado al social. En realidad esa vía ya la abrió su padre de forma pionera cuando se sentó en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Vitoria. En eso está hoy toda la peña de Bildu: en entrar en ese tipo de órganos para blanquearse a base de ningunear a las víctimas de ETA y ocuparse de causas lejanas en África, Asia u Oceanía.

Sí. El Eusko G-7 ha sido la certificación del finiquito del terrorismo de una ETA que aspira a reconvertirse en oenegé pacifista. Es el blanqueo de Otegi en ‘Podegi’ y del hijo de Ternera en «cordero de Dios que quitas el pecado del mundo capitalista».