«Lisa y llanamente, eso es mentira», advirtió al referirse a cómo había cuestionado su liderazgo y la efectividad de la organización. El jefe de la mayor agencia policial de Estados Unidos, la única con competencia absoluta sobre los 50 estados del país, y con responsabilidad directa sobre el contraespionaje en la primera potencia mundial, había llamado «mentiroso» al jefe del Estado y del Gobierno. Sería algo así como si el director general de la Policía de España llamara mentiroso al Rey y a Mariano Rajoy.
No sólo eso: en esos 93 segundos, Comey había dicho ya tres veces que la actitud de Donald Trump y su equipo hacia él y hacia el FBI, y que la justificación de su cese hecha en un primer momento por la Casa Blanca «no tiene sentido».
Y, encima, la sesión no había hecho más que empezar. ¿Qué más cabía esperar del testimonio de Comey?
La respuesta a esa pregunta llegó en las dos horas y 19 minutos siguientes. El ex director del FBI llevó a cabo una descuartización progresiva y metódica no sólo de los argumentos empleados por Donald Trump para justificar su cese, sino también de los que han sido usados para tratar de desmentir las sospechas sobre la colusión entre la campaña de Trump y el Gobierno ruso en las elecciones de 2016.
Una colusión que Comey llevó al máximo nivel cuando el senador republicano Tom Cotton le preguntó: «¿Cree usted que Donald Trump conspiró con Rusia?». La respuesta de Comey: «Ésa es una pregunta a la que no creo que deba responder en una audiencia pública».
La magnitud del ataque de Comey fue tal que el Partido Republicano cambió su estrategia para defender a Trump, lo que implica que los líderes de esa formación política están de acuerdo con el director del FBI en que el presidente ha mentido.
Así que nadie cuestionó el testimonio de Comey de que Donald Trump le había dicho «espero que no le des más vueltas» a la investigación sobre los vínculos del ex consejero de Seguridad Nacional de Trump, el general retirado Mike Flynn, y Moscú.
En lugar de eso, la tesis republicana ahora es lo que resumió el senador republicano Jim Risch: con sus palabras, «Trump no le pidió [a Comey] que dejara el caso». Es una frase técnicamente cierta. El presidente sólo dijo que «espero que no le des más vueltas» (let it go).
Pero la credibilidad de esa teoría de que Trump solo expresaba un deseo queda anulada por el contexto en el que se produjo la conversación: un encuentro a puerta cerrada entre el jefe de Estado y del Gobierno y el del FBI, a petición del primero y celebrado justo el día después de la dimisión del consejero de Seguridad Nacional por sus vínculos con una potencia extranjera.
Aparte, como Comey recordó, el FBI realiza decenas de miles de investigaciones, y el presidente sólo le preguntó por una: la de Rusia.
Comey también empleó el argumento de la potencia extranjera y la soberanía nacional para reforzar su caso. El ex director del FBI afirmó que Rusia había cometido «un acto hostil» y que «sin duda» había intervenido en las elecciones, como parte de una política claramente delineada por el Kremlin que «en 2016 sólo aumentó un poco».
Pero lo que dijo Comey fue tan importante como lo que no dijo. Por ejemplo, dijo que el fiscal general (cargo equivalente al de secretario de Justicia) Jeff Sessions, sabía que Trump le estaba presionando en la investigación de Rusia, y no hizo nada para impedirlo.
También declaró que hay «hechos» acerca de la relación de Sessions con Rusia «que no discutiré en una audiencia pública». Sessions ha tenido que recusarse de la investigación sobre Rusia debido a que él mismo mintió al Senado acerca de su relación con el embajador ruso en Washington, Sergey Kislyak. Un embajador que está en el centro de toda la trama rusa y que, según Comey, no es un espía, aunque está rodeado de espías.