TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS
- Hay demasiados paralelismos entre el nacionalpopulismo ‘procesista’ y el nacionalpopulismo ‘trumpista’
No deja de asombrar la naturalidad con que algunos aplauden a rabiar los mensajes inaugurales de Biden como verdades reveladas en el Monte Sinaí —unidad nacional, defensa de la Constitución y de la democracia demasiado frágil, valor de la verdad frente a los hechos alternativos…— sin percibir contradicción alguna con seguir defendiendo las virtudes del procés. Sin establecer un paralelismo, hay demasiados paralelismos entre el nacionalpopulismo procesista y el nacionalpopulismo trumpista como para soslayar la cuestión: el desprecio por la legalidad, la refutación del Estado de Derecho, la fabricación de verdades…. asuntos medulares, pero ahí siguen erre que erre, como si pudiera convivir la denuncia radical del trumpismo con la defensa apasionada del procesismo.
Claro que, puestos a asombrarse, nada como ver ahí a un vicepresidente del Gobierno de España. Al cabo, en Cataluña llevan muchos años confundiendo territorio y verdad, urnas de Todo a 100 y democracia 100%, entre ficciones históricas y consignas vía TV3; pero Iglesias equipara a Puigdemont y los exilados del franquismo. Este periódico le invitaba a rectificar; pero él, atrincherado en Twitter, replica que no va a “criminalizar el independentismo”. ¿A quién se le hubiera ocurrido pedirle que respetase una sentencia del Tribunal Supremo? En todo caso, nadie le reclamaba eso, sino rectificar la comparación de un golpista que huye de la legalidad con ciudadanos de un régimen legal que huían de golpistas. Eso es una frontera moral.
Resulta ilusorio que Iglesias vaya a rectificar, salvo cálculo posterior. Él sabe que su criterio del exiliado podría incluso servir para García Juliá en sus décadas brasileñas, después de los crímenes de Atocha desde ideas ultraderechistas. Iglesias no es un ignorante y tampoco un estúpido; lo que deja poco margen a la interpretación. Sin duda cree que el nacionalismo catalán le fortalece, y además está en vísperas electorales: a diferencia de Galicia y Euskadi, su legislatura está agotada; carece de presidente investido; no hay confinamiento completo… Iglesias, en fin, actúa calculando el beneficio electoral, y el coste moral le resulta irrelevante.
El pragmatismo populista resulta peligroso. Lo ocurrido en EE UU hubiera podido ser un buen espejo para valorar, más allá de la literatura académica, cómo se degradan las democracias, y quiénes. Sin embargo, para el populismo maniqueo de buenos y malos, de conmigo o contra mí —lejos de mensajes complejos para adultos— Biden sólo es el Antitrump. Nada importa su defensa del Estado de Derecho, bah; su concepto de estrategia nacional, aquí desarmada; la separación escrupulosa de poderes, mientras aquí a La Moncloa le cae una denuncia del Poder Judicial por amplia mayoría; o que la portavoz de la Casa Blanca proclame “siento un profundo respeto por la prensa independiente en democracia”, mientras aquí el segundo partido de la coalición hasta publica un panfleto para atacar a periodistas y periódicos. Acabado Trump, ya nada de esto importa. Para el seriófilo, sólo es un capítulo acabado. A otra cosa.