Eduardo Uriarte-Editores
No se crean que los nazis estuvieron mal considerados desde el principio. De hecho, recibieron apoyo como fuerza capaz de oponerse al bolchevismo de muchos demócratas que finalmente acabaron siendo sus enemigos. Es decir, los nazis no fueron tan nazis hasta que fueron derrotados, media Europa les había dado su apoyo.
Gran parte de su poder de seducción se debió, junto a la presión fáctica que ejercieron violentamente, a una capacidad de propaganda fabulosa cuyo mentor era Goebbels. De qué si no aquel cabo de bigotito iba a ser idolatrado cual un dios y seguido hasta la muerte por millones de personas. En época de crisis el poder de la propaganda es inmenso y la aparición de buenos manipuladores de la comunicación pueden convertir la realidad en su contrario.
A Goebbels se le atribuye la tesis de que la mentira se puede convertir en verdad a base de repetirla, y a eso estamos asistiendo ahora. El presidente en funciones, sus ministras y demás corifeos aliados, no hacen más que repetir que el pueblo decidió, eligió con sus votos, un Gobierno de progreso, o de izquierdas si se quiere. El pueblo lo que elige es a los diputados que luego son los encargados -no se trata de unas elecciones presidenciales, aunque a ello vaya Sánchez- de investir al presidente. Presidente que en el resto de Europa se denomina primer ministro.
Pero admitiendo la figura poética de lo que el pueblo ha decidido, si algo ha decidido, algo que diera estabilidad y gobernanza al país, ello sería un gobierno social-liberal. Lo decidido sería el formado por el PSOE y C’s, con mayoría absoluta y sin problemas, con los presupuestos asegurados, no como ya le pasó a Sánchez que le obligaron a adelantar las elecciones los socios que ahora vuelve a buscar. El problema es que lo que decidió el pueblo no le gusta a Sánchez. Lo que Sánchez quiere es un Gobierno en solitario apoyado por el coro de populistas y nacionalistas. Algo difícil, pero ahí está la habilidad del comunicador de hacer creíble lo increíble. En primer lugar, diciendo él lo que el pueblo ha decidido.
Sánchez, que consigue hacer responsable de su derrota en el pleno de investidura a los demás, sin que él hubiera mostrado la suficiente capacidad negociadora para salir airoso del embate, acusa a toda esa amplia oposición a su investidura de bloquear un Gobierno para España como si él no hubiera sido el apóstol precursor del “no es no”, inaugurando en las Cortes ante Rajoy el boicot a la lista más votada. Ahora reclama el sí a cambio de nada, confiado en la persuasión de la comunicación.
Si algo votó el pueblo fue un Gobierno, que no quiere Sánchez, social-liberal (dejemos al PP el honroso papel de oposición que tanto y enfermizamente anhela Rivera), pero C’s le facilita la labor de hacer creíble la patraña del Gobierno progresista rechazando cualquier relación con Sánchez. Alguien experimentado en las lides de la política sabría que ante tal adversario fullero era el momento de presentarle un programa de negociación moderado y asequible (para que Sánchez lo rechazara y quedara al descubierto en sus vergüenzas publicitarias) y no encerrarse en las murallas de las líneas rojas cual cruzados en Jerusalén. El final de los cruzados fue su derrota, como le pasó a UPyD.
Es, precisamente, cuando C’s se le ocurre hacerse liberal cuando adopta los comportamientos más antiliberales, como las líneas rojas a derecha e izquierda, mostrando una imagen de res monchina, puritana y nada liberal. Es precisamente, también cuando abandona precipitadamente su papel de bisagra, responsable papel que han llevado a cabo las formaciones liberales en Europa, y hacerle el favor a Sánchez de negarle hasta el encuentro. Ciudadanos le ha hecho un gran favor al gran trilero, que probablemente no lo podría ser, o no lo podría ser tanto, si Rivera en vez de sobreactuar en su crítica a Sánchez argumentara serenamente en una oposición más pausada. Ni estilo ni práctica son los de un partido liberal, y, además, se favorece el ambiente de confusión en el que Sánchez puede elevar sus grandes patrañas.
Pero volviendo al principio. Cuente lo que cuente Sánchez y su disciplinado coro, el responsable de que hubiera elecciones adelantadas fue él, y el único responsable de que éstas se repitan en noviembre vuelve a ser él. Sin duda alguna por asumir una estrategia de ruptura, izquierdista, que le aleja de la estabilidad constitucional, de los partidos que la defienden, PP y C’s, y prefiere la alianza con fuerzas disparmente dispuestas a derribar el sistema por el que él es presidente. Ahí reside el origen de la inestabilidad, promover una estrategia hacia la ruptura política. Y, en este caso, no se puede hacer una revolución, cuando los aliados en el proceso son los nacionalistas y populista, pidiendo a la vez el voto a las derechas, y, para colmo, a cambio de nada.
Demasiado hasta para Goebbels.