- Entre tanto, el PP ha desperdiciado una mayoría absoluta que acariciaba con las yemas de los dedos al renunciar a una campaña más nacional, ya que el centro era inevitablemente Sánchez, y no un Gallardo que a lo más que aspiraba es a aforarse nuevamente
Como anticipo de este invierno del descontento, evocando la tragedia Ricardo III, de Shakespeare, Pedro Sánchez sufrió ayer un naufragio histórico en las elecciones extremeñas que marcan el arranque de un nuevo ciclo electoral que, como se maliciaba el barón socialista Page en las vísperas, puede generar las secuelas de un ciclón. Es verdad que este batacazo ‘extremoduro’ de ayer no es lo peor que acecha a un presidente que, en una coyuntura de acusada debilidad parlamentaria y división de su Consejo de Ministros, debe andar pendiente de los cercanos juicios de su mujer y su hermano, así como al pretorio con el que asaltó a Ferraz y a La Moncloa como jefe de ‘la banda del Peugeot‘.
No obstante, como el personaje de Hitler en la película El hundimiento, Sánchez se enajena de la realidad y se empecinará en aguantar como sea sabedor de que fuera del poder puede ser carne de presidio. Confía en que, yendo de derrota en derrota, alcanzar una victoria postrera que lo rescate como en julio de 2023 mientras se va hundiendo a flote. Hasta tanto tratará de amortizar derrotas y candidatos morituri a los que sacrifica en su provecho, como ayer en Extremadura, mañana en Aragón y pasado en Andalucía.
Todo al aguardo de que las desavenencias entre PP y Vox a la hora de formar gobiernos le permitan pescar en esas aguas revueltas. Sin desdeñar que un hecho imprevisto o una circunstancia excepcional hagan que el invierno del descontento se vuelvan verano y todas las nubes que se encapotaban sobre su futuro queden sepultadas «en el hondo seno del océano». A ello lo fía todo si subsiste hasta entonces quien no ha tenido reparo en presentar como cabeza de lista a un imputado como Miguel Ángel Gallardo en agradecimiento por su enchufe a su hermanísimo David Sánchez en la Diputación de Badajoz y como aviso de que él también sería candidato en su situación procesal, al igual que sostuvo en el cargo a su fiscal general, el condenado Ortiz, hasta el día en el Tribunal Supremo lo inhabilitó.
Entretanto, el PP ha reforzado su mayoría, pero sin lograr zafarse de Vox que, al no apoyar los presupuestos de María Guardiola, precipitó un adelanto electoral de cajón. Ese triunfo no ha resuelto el problema de fondo de la coexistencia de dos partidos que, habitando el mismo meandro, pueden acabar devorándose entre sí si priorizan sus intereses egoístas a los extremeños, pero también de la nación. No es fácil la coexistencia de un partido gubernamental como el PP, esté o no en el banco azul, al ser la alternativa de gobierno de la nación y ejercer el mismo en autonomías y ayuntamientos, y otro como Vox que está contra todas las demás formaciones y que, paso a paso, se despega de la Constitución como su jefe de filas, Santiago Abascal, se ausenta de la institucionalidad democrática como lo hacía Podemos coincidiendo con el instante en el que rondaba el sorpasso al PSOE.
No es fácil la conciliación entre un partido ‘atrapalotodo’ como el PP y un partido ‘contra todo’ como Vox que, en este momento, capitaliza la indignación como hace una década Podemos
No en vano, al no hallarse «en potencia próxima de ponerse a gobernar», no es fácil la conciliación entre un partido ‘atrapalotodo‘ como el PP y un partido ‘contra todo‘ como Vox que, en este momento, capitaliza la indignación como hace una década Podemos. Empero, la victoria por debajo de lo esperado del PP, quien aun así suma más que toda la izquierda junta, y el éxito indubitado de Vox, que dobla sus escaños, obliga al entendimiento entre ellos, aunque muchas veces la cercanía produce choques como en la pista de los coches locos.
Superando las encuestas, Vox ha mejorado de forma apreciable su representación como colofón de una campaña muy personalizada en Abascal predestinado a ser el candidato en todo tipo de convocatorias con un programa invectivo de una fuerza que ha renunciado a estar en los gobiernos después de una experiencia tan negativa como corta en este terreno. Ello le sitúa en unas condiciones inmejorables para capitalizar el enojo sin quemarse en el intento por remediarlo.
Siendo repudiado por el conjunto de grupos, Vox se ha visto favorecido por éstos, bien asumiendo parte de sus postulados o introduciéndolos en sus agendas (caso de PP, al haber nacido de sus costillas), bien beneficiándose del efecto llamada del PSOE para contener su declive tratando de fraccionar el voto a su derecha y movilizar a su electorado con el toletole de «¡que viene la derecha!». Ello está obrando, como es plasmable en Francia, que una parte de la izquierda abrace a Vox al que, como consecuencia de la inseguridad ciudadana o el aumento de la inmigración en los barrios populares, se arriman votantes que padecen los problemas que desdeña esa izquierda de la corrección política.
Entre tanto, el PP ha desperdiciado una mayoría absoluta que acariciaba con las yemas de los dedos al renunciar a una campaña más nacional, ya que el centro era inevitablemente Sánchez, y no un Gallardo que a lo más que aspiraba es a aforarse nuevamente. El pretendiente no ha sido profeta ni en el pueblo del que fue alcalde. A este respecto, el «¡dejadme sola!» de Guardiola debiera ser un elemento de reflexión para Feijóo. Una cosa es dar margen de maniobra y autonomía al postulante autonómico y otra es que se difumine un partido nacional dando la impresión de ser una especie de confederación de derechas autonómicas como la CEDA republicana lo era de las derechas autónomas en la que cada barón va a su aire desentendiéndose del asunto capital como es el cambio del Gobierno de la nación cuando España se la juega como nunca.
Por eso, no ha tenido ningún sentido que, celebrándose los comicios en un momento de corrupción sistémica y degradación institucional, con Extremadura como uno de sus escenarios, se haya renunciado a jugar una campaña nacional y que Feijóo haya aceptado esta solicitud de Guardiola. En este sentido, el jefe de la oposición debiera haber tenido más presencia porque, a la postre, también se le juzgaba a él y evitar lo que ya sucediera en la primavera/verano del 2023 cuando los nuevos presidentes y alcaldes del PP dieron de mano durante la campaña en la que el líder del PP se quedó a dos palmos de La Moncloa, pese a ganar.
Algo que sí ha entendido, por el contrario, Abascal haciendo girar su campaña en torno a Sánchez, en vez de centrarse en exclusiva en Guardiola a la que, sin embargo, logró desestabilizar cuando, en una entrevista, aseguró que, «si se empecina, quizá el PP tenga que cambiar de candidato». A Guardiola le hubiera bastado con sugerir la existencia de una pinza del líder con Sánchez y manifestar que, para evitarlas, no temería ir a repetición nuevamente si Vox bloquea la gobernación extremeña.
El talón de Aquiles de Abascal es si antepone reemplazar al PP a un cambio de gobierno en España y, en esa cuestión, es en la que se hará fuerte Sánchez en los próximos meses. En este sentido, trata de remedar con Vox la táctica de Rajoy con Podemos que estuvo a punto de propiciar el adelantamiento al PSOE, pero que Pablo Iglesias arruinó por su megalomanía y sed de poder. Ya en su día, durante la primera moción de censura que presentó Vox, Sánchez alertó a Abascal que no fuera la rana boba que trasportara a la otra orilla al PP como en la fábula del escorpión. Pero María ‘Trifulca’ Guardiola, al querer coronarse sin saber ser reina, le ha hecho un favor a Abascal que se ha disparado en una Extremadura que ha dicho adiós al voto del miedo.