Antonio Casado-El Confidencial
- Es de agradecer el espíritu constructivo y la declaración de principios del reelegido presidente de la CEOE
Cuando la lluvia sucia de los insultos lo embarra todo, es de agradecer el espíritu constructivo de Antonio Garamendi, el reelegido presidente de la CEOE. Suena bien su recurrente declaración de principios: independencia, sentido de Estado y lealtad institucional. Y comparto lo que dice en distancia corta, cuando sostiene que «la clase política está dividiendo a la sociedad».
Nunca dejó Garamendi (Getxo, 1958) de apostar por la paz social y el entendimiento entre los agentes sociales como garantía de certidumbre, previsibilidad y seguridad jurídica. Así que huelga el emplazamiento del presidente del Gobierno, empeñado en poner a los empresarios en el bando de los malos, a que la CEOE negocie un pacto salarial con los sindicatos. Sobre todo, después de haber mencionado que, con la última reforma laboral, apadrinada por una ministra comunista y apoyada por la CEOE, «hemos avanzado como nunca se ha avanzado en dignidad de los trabajadores».
Echemos la vista atrás. Mucho ha llovido desde que Pablo Iglesias denunció la situación de la clase obrera ante la famosa comisión de Reformas Sociales en el Congreso de los Diputados (11 enero 1885) hasta que el expresidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero (27 noviembre 2022), pidió al flamante presidente de la Internacional Socialista, Pedro Sánchez, la fijación de un límite a la riqueza para redimir a los 800 millones de personas que pasan hambre en el mundo.
Malos tiempos para la lírica. Solo situando la propuesta de Zapatero en el campo de la poesía, mientras devolvemos poemas por insultos para sobrevivir en la infantilizada política nacional, nos hubiera parecido extravagante el estupor que seguramente habrá hecho saltar del asiento a Garamendi.
«Nunca dejó Garamendi de apostar por la paz social y el entendimiento entre los agentes sociales como garantía de certidumbre»
La renovada voz cantante del empresariado español no permite distinguir entre riqueza y crecimiento. Es decir, entre creación de riqueza y creación de puestos de trabajo. Dos términos de la misma ecuación. Las dos barandillas del gobernante a la hora de gestionar los intereses generales, sitiados en una irrebatible relación causa-efecto y en el mandato constitucional de que «la creación de riqueza, en sus distintas formas, sea cual fuere su titularidad, está subordinada al interés general».
Pero, como queda dicho, la clave del bien común no está en la música de violines ni en los curanderos, sino en la ciencia económica, el sentido común y el respeto a las instituciones en el marco del Estado social y democrático de derecho que viene diseñado en la Constitución Española. Con esa perspectiva trabaja Garamendi, que acaba de revalidar su cargo tras imponerse a Virginia Guinda con el 83% de los votos.
«La clave del bien común no está en la música de violines ni en los curanderos, sino en el sentido común y el respeto a las instituciones»
En su discurso de agradecimiento hizo una apelación a la necesidad de hacer compatible competitividad y humanismo. O sea, que tampoco vivimos en los tiempos de Pablo Iglesias, cuando el fundador del socialismo español culpaba a los regímenes liberales de finales del XIX de haber regalado a los obreros la libertad de morirse de hambre si eran despedidos de su puesto de trabajo.
Garamendi no es ningún objetor de la función social de la propiedad, la sanidad pública, el subsidio de paro, el salario mínimo interprofesional y otros elementos del sistema de protección social del Estado. Y, si regatea las tesis sindicales sobre las subidas salariales vinculadas a la inflación del Gobierno, como es el caso, sobrevolará la probable desaparición de miles de pequeñas empresas, según él, para quedarse en un mal mayor: la creación de pobreza a medio y largo plazo.