LUIS VENTOSO – ABC – 18/02/17
· El penoso viaje de Don Urdangarín a «el Urdanga».
La sentencia de ayer, que llega tardísimo, como es norma en la morosa justicia española, ya había sido políticamente desactivada el 2 de junio de 2014. Ese día anunció su abdicación el excelente Rey Juan Carlos I, quien tantas décadas de concordia y progreso nos facilitó (y no es jabón cortesano, es un hecho). En su renuncia mediaron la salud y los seriales amarillos sobre su vida privada, aventados por algún periodista también ya destronado. Pero sobre todo fue un sacrificio personal para establecer un cortafuego que salvaguardase la institución monárquica y la estabilidad de España frente a los chispazos del caso Urdangarín.
«Siete novias tuve, más novias que un moro, me salieron malas, y a las siete abandoné», canta el genial Kiko Veneno en su coplilla «Joselito». Y eso fue lo que ocurrió: Iñaki nos salió malo. Una boda equivocada incrustó a un pícaro en los aledaños de la más alta magistratura del Estado. Era aquella una España manirrota, ebria de gasto y deuda, con unos controles del dinero público caribeños y golfos que sisaban a manos llenas. El balonmanista rubio y su socio vieron hueco: podían forrarse utilizando el prestigio de la monarquía como tarjeta de presentación ante políticos irresponsables y serviles.
Hace cinco años que Urdangarín y Torres deberían haber ingresado en un hostal del Estado, lo que habría evitado el enconamiento político del caso. Pero la justicia fue lenta, incluso estrafalaria. ¿Qué decir del juez Castro? ¡Un magistrado que se iba de copas con la acusación de Manos Limpias!, mafia cuyo líder ya cumple condena. Un juez obsesionado con meter a la Infanta en la cárcel en contra del criterio del fiscal y Hacienda, solo por colgarse una medalla crepuscular de héroe populista. Tampoco estuvieron finos los gestores de entonces de Telefónica, regalando cargos directivos a quien ya se deslizaba por el triste tobogán que lo llevó de Don Urdangarín a «el Urdanga». Ni la Infanta, quien todavía ayer se aferraba a la inocencia de su marido. Un acto de amor notable, pero que debería haber secundado con la renuncia a sus derechos dinásticos. También se agradecerían unas disculpas.
El caso Urdagarín volvió a sacar a flote una de las peores aristas de nuestro carácter: la envidia. Eran los días más dolorosos de la crisis y en lugar de respetar la presunción de inocencia aplicamos a saco las siglas que más nos gustan: Q. S. J. Es decir: «Qué se j…». Los hechos daban igual. El caso de la Infanta se convirtió en una explosión de rabia vengativa, que recuerda a la que impulsa el voto a Podemos: «Sé que no arreglarán nada, que son un desastre, pero yo les voy a votar, porque, ¿sabes?, que se j…».
Felipe VI sale ileso de las andanzas de su cuñado y su hermana, que no olvidemos ha sido multada con 265.000 euros, cifra que muchos españoles no ahorran en su vida. El Rey, Zara y los bares de tapas son lo que mejor funciona hoy en España. Lecciones deja muchas el caso Urdangarín. Las elementales son dos: en un Estado de Derecho no se puede hacer la vista gorda por ser vos quien sois y a las personas hay que juzgarlas por sus hechos, no por el furor justiciero del vulgo más enajenado y el periodismo más populachero.
LUIS VENTOSO – ABC – 18/02/17