Olatz Barriuso-El Correo

  • En la tormenta perfecta para el Gobierno progresista y feminista se ha cruzado un trueno más letal que las fotos con Aldama o los autos de Peinado: el eterno líder morado

Se ha hablado estos días de un ángulo, colateral pero interesante, de la caída en desgracia de Íñigo Errejón, al recordar que el exportavoz parlamentario de Sumar era el único fundador de Podemos que seguía políticamente ‘vivo’. El último vestigio de la fotografía de ‘Vistalegre I’, tras el adiós a la política de Monedero, Luis Alegre, Carolina Bescansa… y Pablo Iglesias. No obstante, el inefable líder morado no ha llegado nunca a irse y buena prueba de ello es el regodeo en la muerte civil del que fuera ideólogo de cabecera de la izquierda populista surgida del 15-M y después su enemigo acérrimo tras la traumática ruptura. «No tenía buena opinión personal ni política de Errejón y hace más de cinco años que no hablamos, pero fue mi amigo y no me alegro de que tenga un final tan siniestro», se dolía Iglesias esta semana.

Un lamento sólo aparente, por supuesto, porque a nadie se le escapa que el aliento que insufla vida al director de Canal Red y a Podemos (que es básicamente decir lo mismo) es la venganza, servida en plato frío, contra Yolanda Díaz. La vicepresidenta le desplazó de la hegemonía en la izquierda a la izquierda del PSOE, y ahora parece políticamente amortizada tras sus notorias dificultades para dar respuesta a una pregunta sencilla: por qué no exigió explicaciones directas a Errejón, como ha hecho ahora, cuando saltó la famosa denuncia del concierto de Castellón.

La respuesta parece de lo más prosaica -Sumar se comportó como cualquier otro partido y encargó a los fontaneros de turno cerrar carpetas incómodas y neutralizar olores pestilentes hasta que el hedor ha sido ya insoportable- pero el episodio, devastador en lo humano para los compañeros de sigla del exdiputado, ha devuelto el anhelado protagonismo político y mediático a Iglesias. El eterno líder en la sombra ha aplaudido que, gracias a Irene Montero y a su ‘ley del sólo sí es sí’, «hoy cualquier mujer, sin necesidad de una sentencia judicial, tiene la consideración de víctima».

Dejando al margen, si es que eso es posible, lo escandaloso de exhibir como logro el debilitamiento de la presunción de inocencia y la victimización de género, es evidente que Iglesias se aferra a la influencia que le queda. Un protagonismo que se concentra esencialmente en los cuatro escaños morados en el Congreso, escindidos en su día de Sumar y claves para la aprobación de los próximos Presupuestos Generales del Estado.

¿Tiene Podemos algo que perder si deja caer al Gobierno y se cobra así la ‘vendetta’ contra Díaz?

Y es ahí donde, en la tormenta perfecta que acecha al Gobierno «progresista y feminista», Iglesias emerge como el rayo, o el trueno, que le faltaba a Sánchez, que no logra hilvanar un día completo sin sobresaltos. A las andanzas de Ábalos, Koldo y Delcy; a la foto con el conseguidor De Aldama -despachada con la displicencia habitual- y a las nuevas imputaciones del juez Peinado contra Begoña Gómez -igualmente minimizadas como cosas de ultraderechistas-, le ha de seguir, inexorablemente, el calvario de lograr la cuadratura del círculo en la negociación presupuestaria, a la que Podemos ha puesto, de momento, un precio imposible: la ruptura diplomática con Israel y la bajada del 40% en los nuevos contratos de alquiler y en los que se renueven a partir de ahora.

Ahí no caben trucos: si Sánchez no logra antes de fin de año asegurarse unas nuevas Cuentas -se temen sus socios- es muy probable que no tenga otro remedio que convocar elecciones. Y ahí es donde las fuerzas gubernamentales se aferran a la convicción de que a ninguno de los aliados le interesa ahora una convocatoria electoral. Desde luego, no al PNV ni a Bildu. Tampoco a ERC ni a Junts, que se sabe rehén de Sánchez, y de su continuidad, para que pueda aplicarse la ley de amnistía. Pero, ¿y a Iglesias? ¿Tiene Podemos algo que perder si deja caer al Gobierno y se cobra así la ‘vendetta’ sobre Sánchez y Díaz? ¿Caerá en la tentación revanchista de forzar elecciones a sabiendas de que, si PP y Vox logran gobernar, podrían ser su inexorable epitafio? ¿Puede ser que, como el visionario que ha creído siempre ser, vea en Errejón la metáfora del fin de una era y quiera morir matando? Puede que el vértigo a acabar retratado como el villano de esta historia acabe manteniendo a Podemos en el redil. Pero, pase lo que pase, el factor Iglesias pesará en la suerte definitiva de un Ejecutivo que cada vez tiene más difícil limitarse a seguir resistiendo.