Ignacio Camacho-ABC
- Reverte resalta la ambigüedad moral de la condición humana frente al maniqueísmo ramplón de una sociedad infantilizada
Hay en toda la obra de Arturo Pérez Reverte una recurrente idea de fondo que ha cobrado aún más relieve en las novelas de la última etapa, y es la reclamación de la ambivalencia moral de la condición humana frente al maniqueísmo ramplón de una sociedad intelectual y políticamente infantilizada. Y es sobre todo la guerra, el combate, el contexto-metáfora donde el escritor ilustra con hechos y personajes inspirados en la literatura y la mitología clásicas ese claroscuro de rasgos que convierte a un cobarde en valiente, a un héroe en un canalla o a un mediocre en un tipo capaz de la mayor hazaña. No somos seres unívocos, viene a decir este Reverte al borde de la setentena desde la experiencia de su mirada larga y escéptica, y es inútil y estúpido entender la existencia a través del reduccionismo de la ideología, la tesis preconstruida, la trivialidad o la simpleza.
Así es también en ‘El italiano’, su última entrega, un relato sobre los buzos de la Regia Marina que hundieron varios barcos británicos en aguas de Gibraltar con torpedos tripulados. Una historia de amor y guerra impregnada del aire mágico del Mediterráneo, con ecos de épica griega en un paisaje poblado de personajes tan fronterizos, mestizos o ambiguos como el propio escenario, y en la que el autor viene a restituir a su manera el honor de unos soldados cuya fama soporta en el imaginario popular la leyenda negra de la derrota de Guadalajara. Como en el resto de la producción revertiana, no hay en el libro criaturas de conducta lineal, previsible o de una sola traza; por debajo de la trama está la propiedad de cada individuo de albergar dentro de sí un abanico de cualidades cruzadas, buenas y malas, a menudo contradictorias, que afloran según el tenor y la exigencia de las circunstancias. El egoísmo y la caballerosidad, el idealismo y la desconfianza, la crueldad y la nobleza, la malicia y la quijotada.
Aparte de la madurez lingüística y de la sencilla precisión de su arquitectura narrativa, ‘El italiano’ contiene una formidable creación femenina en la librera de La Línea a la que una inesperada aparición en la playa -otro préstamo épico- acabará por cambiarle la vida. Y como antes con los mercenarios del Cid o las tropas atrapadas en el frente del Ebro, Arturo pinta con policías gibraltareños, aventureros, marinos y agentes secretos una peripecia atravesada de matices complejos en la que hasta el deber, la disciplina o la lealtad zozobran bajo la fuerza magnética de los sentimientos. Ése es, una vez más, su mensaje esencial, el de la multiplicidad de facetas y dimensiones que habitan en cada uno de nosotros, el del factor subjetivo, inalienable, que subyace y determina los acontecimientos históricos. El de la estrechez de los estereotipos empeñados en encajar en su marco prejuicioso un mundo cuyos mecanismos de funcionamiento real escapan a cualquier protocolo.