José Antonio Zarzalejos-EL CONFIDENCIAL
- Si Sánchez persevera en mantener el estilo de fontanería de Bolaños, Núñez Feijóo, con el viento de popa de las encuestas, solo debe sentarse a esperar para instalarse en la Moncloa
El presidente del Gobierno tiene un pequeño-gran problema que resolver si pretende que su renqueante Gobierno de coalición y su precaria alianza con sus socios parlamentarios secunden su problemática intención de continuar la accidentada trayectoria de la legislatura: debe reorganizar con mayor eficiencia y racionalidad su Gabinete que es, hoy por hoy, mucho menos funcional que hace poco más de un año, cuando hizo relevos todavía, y en distinta medida, poco inteligibles.
La gran disfunción gubernamental para Sánchez es que no dispone de la asistencia de un vicepresidente político, sino de un ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y para la Memoria Democrática que, demasiado empoderado sin el rango necesario, comete error tras error en el desempeño de sus competencias y asume un rol omnipotente y omnipresente que atenta contra la coherencia del Gabinete.
Los acontecimientos políticos y económicos que están en puertas no pueden enfrentarse con un Gobierno liliputiense mal avenido entre sí
Es regla muy común que los ministros de la Presidencia acumulen la vicepresidencia política, como lo hizo la destituida Carmen Calvo con el propio Sánchez desde que llegó a la Moncloa y hasta el pasado año. Rodríguez Zapatero contó con Teresa Fernández de la Vega tanto como vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno. Luego, Alfredo Pérez Rubalcaba asumió la vicepresidencia con Interior y, al tiempo, la portavocía gubernamental. Rajoy entregó el Ministerio de Presidencia y la vicepresidencia a Soraya Sáenz de Santamaría.
Dado el cúmulo de facultades del titular de Presidencia, es lógico que se le añada rango vicepresidencial. No ha ocurrido con Bolaños, del que dependen la Agencia del Boletín Oficial del Estado, el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), además del consejo de administración de Patrimonio Nacional.
Pero lo más importante: Bolaños, como ministro de Presidencia, es el secretario del Consejo de Ministros, prepara sus sesiones, así como las comisiones delegadas del Gobierno y la de secretarios de Estado y subsecretarios. Tiene en su mano el control de calidad de las disposiciones gubernamentales y la coordinación jurídica. Y, por supuesto, las relaciones con las Cortes, es decir, debe gestionar los apoyos precisos para que el Ejecutivo saque adelante sus proyectos legislativos y la convalidación de los decretos leyes, entre otras misiones.
Félix Bolaños está fracasando ostensiblemente en prácticamente todas sus misiones y es intrusivo en otras, como cuando, con el apoyo de Sánchez, se erige en portavoz del Gobierno, como ocurrió ese malhadado 2 de mayo pasado cuando, con convocatoria intempestiva a la prensa, comunicó —qué error, qué inmenso error— que los teléfonos del presidente y de la ministra de Defensa habían sido interferidos por escuchas de autoría desconocida. Hoy testifica por escrito ante el juez central que lleva el procedimiento de investigación penal de esa interceptación ilegal de comunicaciones que a él correspondía haber evitado cuando desempeñaba en mayo de 2021 el cargo de secretario general de la Presidencia.
Los errores de comunicación de Sánchez —desde la «bien resuelta» matanza marroquí al recurso a «poderes ocultos»— delatan que está sobrepasado
El Gobierno —o sea, Sánchez— se enfrenta a un desafío en el que ha de hilar fino con Unidas Podemos y con ERC y Bildu para sacar adelante unos presupuestos generales del Estado que a la izquierda y a los independentismos no les gustan porque deben asumir el compromiso de incremento en gasto de defensa según acuerdo adoptado en la reciente cumbre de la OTAN.
Bolaños no ha conseguido nunca un acuerdo satisfactorio en materia estratégica con los presuntos aliados en la investidura del presidente ni con la oposición: ni en la reforma laboral, ni tras la crisis del CNI que él empeoró, ni en el decreto contra la inflación que ahora hay que convalidar de nuevo ni con la ley audiovisual, por no hablar del tóxico acuerdo para renovar el Tribunal Constitucional y la Agencia de Protección de Datos y el Tribunal de Cuentas… De tal manera que dejar en sus manos lo que se viene encima a la Moncloa parece algo más que temerario. Porque tampoco engrasa los asuntos con Unidas Podemos. El efecto Bolaños, la gran apuesta de Sánchez con la crisis del verano pasado, ha sido un fracaso.
Sánchez, responsable último de lo que ocurra en el Gobierno, tiene que mover ficha. Nadia Calviño es una vicepresidenta de mentirijillas porque la que corta el bacalao presupuestario es María Jesús Montero; su vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, se ha puesto en modo preelectoral y esta semana presenta su proyecto (Sumar), cuyo objetivo es quitarle votos por la izquierda. La crisis energética ha chamuscado a Teresa Ribera, que debe ser tan buena técnica en la materia como escasa en habilidades políticas. Y en Exteriores, José Manuel Albares tiene trastocado su propio papel: es ministro del Gobierno, de lo que no se ha enterado, creyéndose todavía un ‘sherpa’ de Sánchez. Además, le gusta la dialéctica hiperbólica y pomposa, que en el ámbito diplomático no suena bien.
Añadamos a este panorama algunos otros ingredientes: los servicios de Presidencia —Gabinete y Secretaría de Estado de Comunicación— funcionan a tirones y sus titulares no hacen buenas migas con Bolaños. Los errores de comunicación del presidente —desde la “bien resuelta” matanza marroquí en la valla de Melilla hasta el recurso dialéctico a “poderes ocultos” para explicar conspirativamente sus propios fracasos— delatan que Sánchez está sobrepasado.
En otras palabras: los acontecimientos nacionales e internacionales, económicos y políticos que están en puertas no pueden enfrentarse con un Gobierno liliputiense, mal avenido entre sí y con sus socios parlamentarios. E ir a la geometría variable —es decir, tratar de contar con el PP— requiere de habilidades que Bolaños no ha demostrado. Por más que haga frasecitas para titulares épicos (“quieren que los progresistas nos demos por vencidos y no lo vamos a hacer”), la realidad es la derrota andaluza, la inflación, el déficit, la deuda, el desempleo y unas encuestas ya unánimes que le prometen a Sánchez el desalojo de la Moncloa. Si, además, necesita al PP —y lo necesita— carece de sentido que en cada entrevista arremeta contra los conservadores.
Félix Bolaños, encarnación del Principio de Peter, crea un efecto de fragilidad, incompetencia, ineficacia y disfuncionalidad que Sánchez, antes o después, tendrá que encarar. Porque si mantiene esos titulares en el Gobierno y a Adriana Lastra y Santos Cerdán en Ferraz, a Núñez Feijóo le bastará sentarse y esperar. O hay una demostración de eficacia fulminante, o Sánchez tiene varias opciones: perder las elecciones y seguir, o tomar las de Villadiego. Solo o en compañía de esos poderes tan transparentes con los que marida amicalmente: la OTAN, la UE y el Foro de Davos.