Ninguna constitución del mundo contempla el derecho a la estupidez y sin embargo emerge con fuerza la insistencia en ejercitarla, como si se tratara de un bien común del que no se puede desposeer a ningún ciudadano y menos aún a los líderes. Quizá porque el liderazgo va acompañado de la potestad de burlarse de nosotros en la forma que juzguen más humillante. Empiezo a intuir el método que aplica nuestro Presidente para sortear las crisis. Lo primero y más importante es prepararte para que cuando afrontes la realidad tengas la convicción de que no es tal, sino un engaño de los sentidos. Anunciar los bulos para desactivar la evidencia. Así ocurrió con los pactos desde Podemos a Puigdemont pasando por Bildu, con los indultos, con la amnistía y ahora con su Señora, que debe escribirse en mayúscula, como corresponde a un bien de Estado.
Qué fácil resulta ahora entender los “Cinco días que paralizaron España”. Estaba pillado en la más torpe de las maniobras de una trepadora dispuesta a ocupar un lugar en el olimpo de las mujeres influyentes. Si tú has logrado ser un grande, Pedro, partiendo de algo tan básico como la ambición, la voluntad de mando y una jeta atractiva que sabe pronunciar en inglés lo que apenas chapurrean centenares de competidores, por qué yo no puedo lograr otro tanto en el escurridizo mundo de las nuevas tecnologías y los mercados en barbecho. No sólo es un derecho, es que me lo pide el cuerpo. Negarlo sería machismo.
Qué fácil resulta ahora entender los “Cinco días que paralizaron España”. Estaba pillado en la más torpe de las maniobras de una trepadora dispuesta a ocupar un lugar en el olimpo de las mujeres influyentes
No se trata de hacerse una carrera profesional desde la nada, ni de ayudar a mejorar sus negocios al que lo necesita, es un sencillo procedimiento de avalar con tu crédito personal a quienes a su vez necesitan un empujón. Los veteranos en esas lides lo llaman de manera pedante y en latín, Pedro, ¡en latín!, do ut des. Tan sencillo en castellano clásico, doy para que me des. No hay nada ilegal, ni siquiera tráfico de influencias, no hace falta ser jurista. Es algo más sencillo: echar una mano, o una firma, o un papel a un amigo al que le vendrían muy bien que le concedieran unos millones en ayuda del Estado. No hay mala intención ni incitación dolosa, sólo un par de firmas y un detalle de agradecimiento por el apoyo que me presta. ¿Verdad, Pedro?
Si mi pluma valiera tu pistola, escribió el bueno de Antonio Machado a Enrique Líster, del que el infeliz no sabía nada fuera de una foto y una gloria fabricada en papel de estraza. De haber consumado el trueque el poeta se hubiera muerto del susto aún antes de que falleciera exiliado, derrotado y viejo ¿A qué viene reprochárselo cuando su hermano Manuel ya esbozaba el soneto al Caudillo que le serviría de salvoconducto? Esas son historias de supervivientes en tiempos de sangre y lodo. Fango de verdad y no espuma de palabras. Unas firmas y unas ayudas de complicidad asumida, eso es lo nuestro cuando se trata de las entretelas de quien aspira a ser una influencer que no desmerezca del olimpo que ha alcanzado su marido, un matrimonio modelo de éxito. Cierto, su firma y su palabra no es la misma que pudiera ser la de cualquier ciudadano, porque entonces tendría aún menos valor que la de un viejo cheque al portador, que deja huella.
No creo que haya caso aunque un juez sea el que determine los entresijos del asunto. Pero que no haya delito -que me importa una higa-, sí creo que hay un caso político, mil veces más importante para la ciudadanía que el trance de una causa judicial. Si será importante, que tratándose de persona tan propensa a echarse a la mochila las mentiras menos virtuosas y los cinismos más flagrantes, entiende que no va a dar explicaciones. Es decir que el asunto es más que un desliz, es un tropezón que amenaza con desestabilizarle en el momento más delicado de su supervivencia. Si no lo explica es porque no debe ceder. Después de lo que le ha costado la invención de un currículo académico -alto secreto de Estado- su esposa se extralimita y firma lo que no debería hacer la mujer del César y apoya lo que no debería apoyar para ganar puntos en otra invención narcisista. No es dinero lo que está en juego sino la probidad del cargo, la vulgar indignidad de los dioses.
Cierto, su firma y su palabra no es la misma que pudiera ser la de cualquier ciudadano, porque entonces tendría aún menos valor que la de un viejo cheque al portador, que deja huella
Y ahí salta el chantaje. O cerráis férreas filas con mi matrimonio o me voy y os dejo empantanados ante un enemigo que ya toca a las puertas. Tenéis cinco días para demostrármelo. O Begoña y yo, o no hay trato. Sabía muy bien que puestos ante esa tesitura se tentarían la ropa y llorarían, se mesarían los cabellos y gritarían «Pedro no nos dejes». Así lo resumió él a la manera de aquel otro Pedro sobre cuya piedra edificó su iglesia. Tenedlo muy claro, mi mujer, Begoña Gómez, desde este momento se constituye en «bien de Estado»; afectarla a ella, como a mí, es cuestionar la Institución que implacablemente he ido creando. Haceos a la idea del fango, un terreno en el que hay que saber moverse sin que se note que lo esparces. Resumiendo, un bendito bulo que ha venido a confirmar que la familia unida y empoderada jamás será vencida. Ni disculpas ni explicaciones. Ni cartas de recomendación ni zarandajas que muestren debilidad alguna. Confiad en mí; yo os saqué del arrollo y antes de que volváis a hundiros en él yo os daré el suficiente alpiste para que comais de mi mano.
Al enemigo ni pan. El muro debe ser tan inexpugnable como aquel Castillo de Kafka y tan impenetrable que no puedan atravesar ni el portón sin dar el santo y seña. “¡Vais listos!” quienes aún no habéis descubierto que mi matrimonio es un bien de Estado, que fuera de mi (y de Begoña) no hay salvación ni vida tranquila, porque os lo doy todo; la izquierda, la derecha y el centro. Lo que nos rodea no es más que crispación y lodo que escurren entre mis fieles. El bulo es como el excremento, que huele pero constituye un fermento que fortalece a quien confía en su desarrollo y sabe encauzarlo. Entretanto acaba de aprobar la ley que divide por primera vez en nuestra historia a los trabajadores de Euskadi y Cataluña del resto de España. ¡Negarlo con vehemencia aunque aparezca en el BOE! Es otro bulo. ¿Quién se ha atrevido a escribirlo?