El fantasma kosovar se legaliza en Escocia

EL CORREO 17/09/14
DANIEL REBOREDO, HISTORIADOR

· Mañana se abre una puerta hasta ahora entreabierta. Lo trascendente es si vamos a construir un mundo mejor

Vivimos una época convulsa que no aventura nada bueno. Todos los indicios apuntan a ello. Todas las señales nos remiten a pasajes pasados de luctuosos recuerdos. Numerosos acontecimientos evocan lo que ocurrió hace una centuria y que tanta literatura ha generado durante este año 2014. Sucesos, circunstancias y una concreta coyuntura han germinado en un proceso que no ha surgido por generación espontánea, sino que se ha ido desarrollando durante los últimos años. Aun descartando el escéptico dicho de que lo único que enseña la historia es que no podemos aprender nada de ella, resulta necesario, sin embargo, prestar atención a la noción contraria, más simplista, de que la historia siempre se repite. Asimismo, recuperar del baúl de los recuerdos la célebre frase del historiador suizo Herbert Lüthy que manifiesta que «sólo la conciencia del pasado puede hacernos conocer el presente» nos permite, trasladándola al siglo XXI, preguntarnos cómo una conciencia de la naturaleza humana (y sus actos) en el pasado, con todos los cambios acaecidos a lo largo de los años, puede arrojar luz sobre la situación actual.

La respuesta no es fácil pero la realidad se encarga de contestarla. Y la realidad son los hechos. Pueden ser éstos aparentemente diferentes de los que se dieron en el pasado, pero si les quitamos la fina pátina que los recubre encontraremos esencias idénticas. Y una de ellas es la efervescencia nacionalista que recorre el planeta y que tiene su última, y más importante, manifestación en el referéndum escocés de mañana. Sea cual sea el resultado, la convulsión que ha generado no se podrá parar y no sólo porque todos los independentistas del planeta estén observando con extrema ansiedad el resultado (Bretaña, Flandes, Venecia, Cataluña, Euskadi y otros muchos fenómenos de esta índole del resto del mundo). En otra época de la historia sería un fenómeno reivindicativo más, pero con la crisis general que padece el mundo occidental la trascendencia es otra. Porque recordemos que antes que el referéndum de Escocia, ha habido consultas separatistas en otros territorios del planeta como Eritrea, Quebec, países de la extinta Yugoslavia (Eslovenia, 1990; Croacia y Macedonia, 1991; Bosnia-Herzegovina, 1992; Montenegro, 2006); Puerto Rico, Sudán del Sur, Timor Oriental, países de la antigua URSS (Armenia, Azerbaiyán, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Turkmenistán y Uzbekistán), etc. Todos ellos, excepto las dos consultas en Quebec, bajo la influencia de unas circunstancias excepcionales.

También excepcional, a la par que abyecta e ignominiosa, fue la Declaración de independencia de Kosovo, decidida unilateralmente por el Parlamento kosovar, el 17 de febrero de 2008, y con la que se creó un nuevo Estado, la República de Kosovo, amparado por EE UU y la UE. Que la Asamblea General de la ONU aprobase, el 8 de octubre de 2008, una resolución para preguntar a la Corte Penal Internacional de Justicia si dicha Declaración era compatible con el derecho internacional y que ésta ratificase su compatibilidad con el mismo y con la Resolución 1244 del Consejo de Naciones Unidas, el 22 de julio de 2010, fue una broma de mal gusto que destrozó la doctrina y los argumentos del mencionado derecho internacional. Después conocimos el informe ‘Tratamiento inhumano y tráfico ilícito de órganos humanos en Kosovo’, elaborado por Dick Marty, exfiscal, parlamentario y relator del Consejo de Europa que en 2007 destapó el escándalo de las cárceles secretas de la CIA y la ‘responsabilidad de proteger’ que se aplicó más tarde en Libia.

Escocia no tiene nada que ver con esto. Escocia, con el beneplácito de Gran Bretaña, ha convocado un referéndum legal donde los sentimientos parecen ocupar el lugar que les corresponde y que se celebrará en el 700º aniversario de la batalla de Bannockburn (verano de 1314). Escocia ha pactado la celebración de la consulta contestando a la pregunta «¿Debería Escocia ser un país independiente?», pero no el cómo llevaría a cabo la separación. Escocia va a celebrar un referéndum que se elogia desde fuera como un ejercicio ejemplar de la democracia y que ha ido degenerando en un espejismo distorsionado del mismo por culpa de las decisiones y del comportamiento de los políticos. Escocia votará el jueves no una cuestión de cálculos de impuestos e ingresos del petróleo, sino de identidad y poder.

Cuando decíamos que el resultado del referéndum no es lo importante queríamos manifestar que lo de Escocia abre de par en par una puerta, hasta ahora entreabierta, que nos lleva a un escenario en el que no importa que haya uno o cientos de Estados más en el planeta. Lo sustancial es si con en ese nuevo contexto mejoramos los ciudadanos o no. Lo realmente trascendente es si vamos a construir un mundo mejor, si vamos a tener el valor de comenzar de nuevo construyendo sobre lo que tenemos. Nuestros deseos poco tienen que ver con los del siglo XIX donde la historia reposaba inestable sobre los hombros de una generación de ciudadanos impacientes por el cambio y para los cuales las instituciones del pasado eran un obstáculo. Hoy tenemos muchas razones para pensar de otra forma. Hoy existen muchos argumentos para preservar lo conseguido. Hoy tenemos que tener presente que a finales del pasado siglo uno de los principales motivos para la revitalización de la ciudadanía fue una mayor conciencia del valor de la democracia y su adopción de modelo de gobierno por un número cada vez más amplio de países. Hoy tenemos que usar más que nunca la razón y menos que siempre el sentimiento.