ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Lo cierto es que la acusación de desproporción no puede verse del mismo modo después de la sentencia. En las asombrosas 12 páginas en las que el juez Marchena trata de justificar por qué los hechos juzgados no constituyen un delito de rebelión –aprietas cualquier palabra y cruje como la vergüenza–, aparecen fuentes de prueba realmente pintorescas entre las que se incluyen el jefe del Gobierno vasco, Íñigo Urkullu, la exportavoz del gobierno catalán, Neus Munté y Marta Pascal, dirigente del Pdcat. Marchena los traía a su prosa para que probaran que el Proceso había sido tan ilusorio como un sueño y que la proclamación de la independencia solo había sido el ingenioso método catalán de negociar la independencia. Las tres fuentes de prueba eran secundarias respecto a otra que el juez no incluyó en su dispositivo argumental. Y era, precisamente, el testimonio de Clara Ponsatí, que en junio del año pasado declaró que los independentistas iban de farol. Esta frase nada determina sobre la voluntad de los conjurados. Un farol puede llevar a la derrota o a la victoria. Todo depende de si el 155 te obliga a enseñar las cartas. Pero la teoría del farol puede muy bien iluminar lo que uno quiera. Que se lo pregunten al borracho que había perdido las llaves en la negra noche, pero que se afanaba en buscarlas bajo un punto de luz. «¿Por qué las busca ahí?», le preguntó Abraham Kaplan. «Por qué va a ser…», trastabilló. «¡Porque aquí hay más luz!». Al borracho le pasó con las llaves y a Marchena con la verdad. Ve a saber si no incluyó el testimonio de Ponsatí para no tener que pagarle embarazosos derechos de autor a una prófuga: al fin y al cabo la sentencia y Ponsatí dicen lo mismo.
De modo que diciendo lo mismo se comprende la decisión de las autoridades británicas. ¿Hasta trece años de cárcel por un farol? Come on! Una desproporción. Los Coen lo demostraron como nadie en Fargo: las catástrofes que desencadena la cobardía son inconmensurables.