- Lo que me parece más sangrante es lo de las féminas, las del «hermana, yo sí te creo», que terminan camuflando lo que hacen sus machirulos, a los que están atadas por ideología o conveniencia política
Pedro Sánchez echó a Adriana Lastra de la Vicesecretaría socialista porque a la hoy delegada del Gobierno en Asturias no le gustaba el olor a machismo que impregnaba las moquetas de las salas nobles de la calle Ferraz y del Palacio de La Moncloa. Ni eso, ni que Santos Cerdán no informara de dónde sacaba para tanto como destacaba. En la guerra que se libró entre el navarro y Lastra, perdió ella. El presidente volvió a demostrar su infalible pesquis para retener a los peores, a los más aficionados al dinero público y, en su caso, a los bares de lucecitas. Lastra deslizó entonces: «Santos me sometió a un acoso y derribo hasta que yo dimití, enferma y embarazada». Quizá, la entonces purgada vuelva a la primera fila de su partido, cuando este Gobierno caiga. No es descartable.
Antes de esa salida, la dirigente asturiana jugó un papel fundamental en la denuncia de las andanzas de Ábalos. A ella y a la jefa de prensa de Ferraz fue a quienes la exmujer del hoy preso en Soto del Real les contó la vida de excesos que llevaba su marido. Esa información se la hicieron llegar a Carmen Calvo, quien reportó a Sánchez todo lo que pasaba con su «mano derecha». A Lastra la sustituyó en la Vicesecretaría María Jesús Montero que, visto lo visto, se ha comportado como una cómplice silente (que eso para ella es una penitencia) de todo cuanto ha acontecido entre esas cuatro paredes.
El despacho de Marisu es el más aparatoso en Ferraz tras el de Pedro Sánchez. Ella lo sabe todo allí. Supo de las primeras que su amigo Paco Salazar destilaba más babas de las debidas, y que había compañeras que soportaban comentarios soeces con un tinte de acoso sexual. Todo eso pasaba en Ferraz, pero también en Moncloa. ¿Y quién tenía despacho con poder en ambos lugares? María Jesús. Al igual que Pilar Alegría, que quedó a comer con el denunciado cuando ya se sabía de sus tropelías: Alegría primero fue portavoz en el partido, luego en el Gobierno. Es curioso que la ministra de Hacienda no solo no hizo nada cuando se destapó el comportamiento de Salazar -incluso puso su carbonizada mano por él- sino que, según acusan otras socialistas, lo tapó y conminó a las denunciantes a que se lo pensaran antes de dar un paso al frente. Durante cinco meses todos y, sobre todo, todas -también la actual secretaria de Organización, Rebeca Torró- silenciaron los dosieres y adujeron problemas tecnológicos cuando desaparecieron del sistema. De hecho, las federaciones socialistas apuntan contra Montero y Torró como cómplices de la situación. Mucho comité antiacoso, mucho canal anónimo, mucha secretaría de Igualdad -por cierto, en manos de Pilar Bernabé, más dedicada a cargarse a Mazón que a atender a sus compañeras-, mucha comisión para evaluar las denuncias, pero silencio administrativo.
Aunque Sánchez, según dijo el sábado, haya asumido el «error» de no llamar a las víctimas, nadie se cree que esto sea un problema puntual. En absoluto. En la izquierda hay un doble lenguaje, una doble moral que consiste en hacer del feminismo una coartada para ganar elecciones, mientras muchos de sus dirigentes tienen los comportamientos más casposos. No es una excepción: Tito Berni, Ábalos, Koldo, Salazar, el concejal de Torremolinos o el suegro de Sánchez conforman un lienzo terrible; y lo que sabremos en breve sobre lo que el propio presidente ha podido hacer o decir. Su exministro ya ha amenazado con sacarlo. Me consta que hay material para avergonzar a Sánchez, quien no era ajeno a la personalidad de sus compinches del Peugeot. Más bien al contrario: no desentonaba con ellos.
En todo caso, lo que me parece más sangrante es lo de las féminas, las del «hermana, yo sí te creo», que terminan camuflando lo que hacen sus machirulos, a los que están atadas por ideología o conveniencia política. Pasó con Errejón y Monedero, ahora pasa con los socialistas. La propia Lastra ha pedido que se lleven a la Fiscalía los casos que señalan a Salazar, pero su partido no quiere. Al contrario, Montero ha intentado parar las denuncias. Su actitud, como la de Alegría, es culposa. Y se extiende al caso del edil de Torremolinos que acosaba a una militante que terminó yendo al fiscal, no sin antes reunirse con la titular de Hacienda que se llamó a andanas.
En unos meses, cuando tanto Alegría en Aragón como Montero en Andalucía vayan a hacer campaña como candidatas enviadas por Sánchez, a ver cómo les explican a sus paisanas por qué miraban para otro lado mientras un compañero protegido por Moncloa vomitaba machismo o por qué la vicepresidenta primera no movió ni un dedo cuando otra andaluza tenía que acudir a la justicia para que la ampararan frente a un concejal socialista de Torremolinos. Explicación que tendrá que unirse a la del cupo catalán, en detrimento del bolsillo de los andaluces y aragoneses. Pero, a ser posible, que la locuacidad de Montero sea más efectiva que la hilarante justificación que dio para demostrar que Sánchez no conocía la esfera personal de Ábalos: «Es -dijo- como la de un vecino con comportamientos delictivos» que no los «aparenta». Mejoren eso.