Juan Carlos Viloria-El Correo

  • La disyuntiva es la lucha por la igualdad con el hombre como aliado o contra él por patriarcal

El feminismo clásico tal y como era conocido y reivindicado por las manifestaciones feministas en los años 70 y 80, por la igualdad de derechos, de salarios, de la responsabilidad doméstica, ha ido evolucionando hasta hacer irreconocible la relación entre la palabra y el movimiento de lucha por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Ha aflorado en estos años el neofeminismo como una revolución (#MeToo) cuyo objetivo es erradicar el patriarcado. Como dice la secretaria de Estado de Igualdad, Angela Rodríguez ‘Pam’, su feminismo (Podemos) no es el de las cuotas o los techos de cristal al estilo del feminismo clásico y por ende del PSOE. Ahí está la raíz del divorcio antropófago que están protagonizando las diferentes corrientes del feminismo con la palanca de la ley del ‘solo sí es sí’.

El feminismo clásico que bebe en las fuentes de las sufragistas del siglo XIX y, después, en las escritoras como Simone de Beauvoir (‘El segundo sexo’) plantea una lucha por la igualdad con el hombre como aliado, mientras el neofeminismo entiende que la lucha de la mujer es contra el hombre. Contra, en el sentido de que la mujer sería la víctima (como otras minorías raciales o trans) de un sistema construido y basado en la dominación masculina sistémica. El fundamento de esta nueva radicalidad sexista sostiene que esa narrativa histórica patriarcal, se construye y se perpetúa en una óptica educativa que abarca todos los órdenes de la vida social, afectiva, económica.

La propuesta, por tanto, que ya asoma en las feministas de la generación Z (nacidas después de los años 90) aspira a sustituir ese relato patriarcal por otro y realizar una reeducación mental y política de las sociedades machistas. Como dice Sabine Prokhoris, «el neofeminismo no es emancipador sino erradicador». De hecho, las neo creen que el feminismo del siglo XX ha realizado algunas conquistas, aunque meramente formales (en los ámbitos laboral, político, doméstico y social) pero que nunca llegó a afrontar la raíz del problema porque, en el fondo, seguían siendo víctimas de la opresión patriarcal. Ahora habría llegado el momento de imponer una ética feminista contra la ética patriarcal dominante.

Para la generación Z se puede ser feminista sin ser militante y muchas no admiten la doctrina de las feministas clásicas, ni su concepción del mundo. La inclusión de la cuestión trans, que también divide al feminismo, presenta a la sociedad española como un infierno sexual y colabora a suscitar diagnósticos como el de Pascal Bruckner cuando se lamenta de que el nuevo feminismo culpabiliza al género masculino en su conjunto.