- El ministro de Seguridad Social es un fenómeno digno de estudio. Lo que no tengo tan claro es a qué ámbito profesional deberíamos encargar la investigación. ¿Psicología? ¿Literatura? ¿Ilusionismo?
Hay 70.744 parados más en enero, 215.047 afiliados menos a la Seguridad Social y el número de desempleados supera de nuevo los 2,9 millones, pero José Luis Escrivá está contento. El ministro ha declarado que si observamos la estadística sin tener en cuenta el componente estacional, esto va como un tiro. O sea, que si eliminamos lo que las cifras tienen de negativo, que es lo que ha venido a decir, nos han quedado unos datos del paro cojonudos. Grande Escrivá.
El ministro de Seguridad Social es un fenómeno digno de estudio. Lo que no tengo tan claro es a qué ámbito profesional deberíamos encargar la investigación. No, ciertamente, al de la Economía. ¿Psicología? ¿Literatura? ¿Ilusionismo? Asunto complejo del que debería ocuparse un equipo multidisciplinar. Porque no hay un solo Escrivá. Está al que, como presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, la AIREF, no le temblaba el pulso a la hora de señalar el descontrol presupuestario y el incremento del déficit de las administraciones. Este era el Escrivá escrupuloso, supervisor, exigente. El de ahora es otro Escrivá.
Escrivá es un tipo feliz que vive en un mundo feliz muy distinto al que soportan a diario unos funcionarios cada vez más agobiados por la presión de un ciudadano legítimamente cabreado
El Escrivá de hoy en nada se parece a aquel. Brusco, imprudente, irreflexivo, ineficaz. Su ministerio es un caos. El Ingreso Mínimo Vital no llega a quien debería llegar, la gestión del complemento a la infancia es manifiestamente mejorable y, como dice mi sufriente amiga Fátima, la Seguridad Social es un desastre nacional. Conseguir una cita previa es una aventura casi imposible (salvo que utilices, previo pago, y aun así, una empresa intermediaria), la atención telefónica una pesadilla y cualquier trámite que requiera el mínimo apoyo de un funcionario es lo más parecido a un campo de minas. Eso sin pasar a mayores. Porque lo que ya no tiene ninguna gracia es el trato que el departamento de Escrivá dispensa a ciertos colectivos.
El caso quizá más sangrante es el de aquellos que se pretenden jubilar. Probablemente el trámite más relevante en la vida de un trabajador: único e irreversible. No hay cita presencial, y cuando te cogen el teléfono le dicen a mi primo el del pueblo, 40 años encima de un tractor, que se jubile por Internet. “Imposible que te atiendan, imposible resolver cualquier duda a través de la web. No hay nadie al otro lado. Solo silencio y la frustración del ciudadano”, se lamenta Fátima, residente en Madrid y que anda mirando si le hacen un hueco en alguna oficina de Albacete o Soria o Teruel.
Escrivá, el Escrivá de hoy, es un tipo feliz que vive en un mundo feliz muy distinto al que soportan a diario unos funcionarios cada vez más agobiados por la presión de un ciudadano legítimamente cabreado. El Escrivá de hoy ya no es el eficiente y enérgico alto funcionario que fue, sino un político agobiado e inconsistente, un optimista infundado al que si le descontamos todo lo que es de su competencia y no funciona, le va de puta madre.