JuanCarlos Viloria-El Correo
A sus 76 años, el fenómeno Miguel Ángel Revilla ha conseguido, por fin, ganar las elecciones autonómicas de su tierra después de intentarlo una decena de veces. Ahora va a gobernar con la legitimidad de la mayoría sin tener que agradecer nada ni al PP ni al PSOE. Después de muchos años de hacer el juego de la bisagra con los grandes partidos, Revilla ha sabido aprovechar la crisis del bipartidismo para colarse entre los dos. Eso sí, con el impagable apoyo de la ‘iglesia catódica’ que forman la Cuatro, la Cinco y la Sexta. Revilla ha dado con la tecla en una sociedad donde la gente no reclama ideas complejas ni verdades acreditadas, sino material de emociones; y en este terreno de juego se han enamorado las televisiones y el político cántabro. No solo eso, sino que los que reparten los carnés de progres le han indultado su bigote y su pasado. Y me parece bien. Por mucho menos otros arrastran el peso de la inquisición mediática con el estigma de fachas, franquistas, carcas, reaccionarios, ultras o retrógrados.
Nadie como Revilla ha sabido entender a la nueva religión ‘catódica’ y su ansiedad por encontrar personajes. Por subir unas décimas la audiencia. Lo dan todo por una frase, por un eslogan, por un titular. Lo que se llama en lenguaje vulgaris «un hombre sin pelos en la lengua». Revilla es la paradoja de un político rústico que lleva muchos años en el poder, pero que a la vez parece desdeñarlo y ser ajeno a él. Esa imagen para el populismo televisual es puro caviar y una mina de oro para las productoras. La gente no quiere ideas, sino emociones, sentimientos. Eso ya lo teorizó hace años Le Bon. Revilla lleva muchos años intentando cambiar anchoas por el AVE, o por la deuda de Valdecilla o por inversiones de Madrid, sin conseguirlo. Pero su imagen saliendo del taxi en la puerta de Moncloa, su lenguaje llano en ‘El Hormiguero’ y su habilidad para no parecer un político de la casta le han permitido ganar las elecciones sin mucha chicha que ofrecer a sus votantes. Porque Revilla lo ha pillado. Ha pillado la estrategia de los nacionalistas a los que tanto ha criticado.
Y es que la victimización sale muy rentable («No nos dejaremos engañar una vez más»). Y el localismo, el folclore, la exaltación de lo propio, en esta España en plena centrifugación, da muchos votos. Lo de «no hay derecho a tratar así a una región pequeña de gente trabajadora y tenerlos desconectados de Madrid, de Bilbao, de Palencia» funciona. O «Cantabria maltratada durante años». La culpa siempre de Madrid; del Gobierno central.
Esa misma habilidad para surfear las olas políticas (aunque nunca le hemos visto sobre una tabla) la utiliza en lo ideológico. Porque la ideología de Revilla está aún por descubrir. Parece moverse entre el pensamiento de un pastor de las montañas cántabras y la lógica compasiva de un cura de pueblo. Se puede permitir el lujo de dar a derechas y a izquierdas. Una de sus frases fetiche decía: «El comunismo se ha cargado el desarrollo y la libertad. Y el capitalismo se ha cargado la igualdad y la justicia». A ver quién supera eso.