Rubén Amón-El País
«Desgraciados los tiempos en que los locos llevan de la mano a los ciegos”. La sentencia la pronuncia el conde Gloucester en el Rey Lear, pero tanto vale para resumir la tragicomedia que han engendrado los artífices del procés en una coreografía delirante. Estos son los protagonistas del bestiario separatista.
CARLES PUIGDEMONT De Carles Puigdemont hubo que aprender hasta cómo se pronunciaba su apellido porque le sorprendió incluso a él mismo su misión de honorable president. Y llegó a pensarse que el exalcalde de Girona —de ahí venía— no era sino la marioneta de Artur Mas, un hombre de paja con aspecto de Beatle y con antiguo pedigrí separatista que el delfín de Pujol había escogido a dedo para manejarlo con las manos a semejanza de una mascota. Y no ha sido exactamente así. Puigdemont, o Puigdi como le llaman sus amigos, decidió independizarse de España y de Artur Mas al mismo tiempo, aunque el esfuerzo de la maniobra libertaria no le permitió darse cuenta de que había caído en la telaraña de Oriol Junqueras. El líder de ERC es el ventrílocuo del independentismo. Y ha terminado convirtiendo a Puigdemont en un político frágil y dubitativo, llevando hasta los extremos de la autoparodia la duda de si había o no había declarado la independencia. Cuando Tarradellas decía que en política todo está permitido menos el ridículo desconocía que un presidente de la Generalitat terminaría desmintiéndole.
ORIOL JUNQUERAS El mayor reproche que se le puede hacer a Soraya Sáenz de Santamaría consiste en acabar seducida por la voz melosa y cinismo bizantino de Oriol Junqueras. Y quien dice bizantino dice vaticano, pues a Oriol Junqueras le hubiera gustado ser un oscuro cardenal que media entre el cielo y el infierno con el tacto de las palabras y la ferocidad de los hechos. Y que concibe la política entre los secretos del confesionario. Sobrio, inconmovible, constante, Junqueras decidió hacerse independentista en una biblioteca. Y manipular la historia para enjaezar los mitos fundacionales como las cuentas de un rosario, aunque su mayor peligro nunca fue la teoría, sino la práctica. Es la referencia pontificial del soberanismo, el papa siniestro y oscuro. Y se desenvuelve con la erudición de un alquimista y de un experto en venenos, pues ha destruido a Convergencia, va a terminar con el PDeCAT y se ha valido de la insurgencia borroka de la CUP para intimidar cualquier transgresión a la ortodoxia separatista. ERC ha crecido en las carnes de Oriol Junqueras hasta convertirse en partido hegemónico. Y puestos a seducir, ha seducido hasta a Pablo Iglesias, constreñido en su caso a un papel de leal monaguillo.
ARTUR MAS Arturo Más o Arturito, como le llamaban de niño, era muy hispanoparlante y muy poco soberanista. Por eso su conversión extrema a la independencia ha removido hasta las raíces del árbol genealógico. Tiene aspecto de héroe de la Marvel con esa barbilla sobresaliente, agujereada. Y no le faltan cualidades providenciales, pues fue desde los cielos, a bordo del helicóptero presidencial, desde donde descubrió que la crisis económica, los recortes, la corrupción, las obligaciones de Gobierno y la agonía de su menguante partido podían encubrirse con el placebo de la tierra prometida. El gentío no le dejaba ni entrar al Parlamento, pero interpretó audazmente en el vuelo del air force one que su desprestigio podía transformarse en instrumento libertador. Ya no era Mas guiando al pueblo, sino el pueblo guiando a Artur Mas, incluido el dislate de un referéndum, el del 9-N, que le ha costado una multa de 5,2 millones de euros y que intenta sufragar pasando el cepillo y paseando las lágrimas como una indecorosa plañidera a la que ha entrado miedo de su propia aberración.
LOS JORDIS Igual que Rómulo y Remo, Castor y Pollux, Hernández y Fernández o Faemino y Cansado, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart forman una pareja indivisible. No ya porque comparten nombre, aspecto, cárcel y linaje separatista, sino porque han terminado amalgamándose sus respectivas plataformas de movilización “espontánea”. No se sabe dónde empieza la ANC y dónde termina Òmnium. No llegan a saber qué Jordi es cuál ni en sus propias familias, como si fueran el agua caliente y el agua fría de la ducha escocesa, aunque sería injusto sustraer a la hagiografía de Sànchez el hito que supuso en 1998 robar del palacio de la Generalitat la bandera española. Lo hizo, para más heroísmo, en el trance de una visita del rey Juan Carlos I. Quedaba así predispuesto el tragicómico porvenir del preso político. Y no iba a ejercitar en solitario un pasaje de tamaña relevancia. Cuixart le acompañó en el coche de la Guardia Civil. No dentro, sino encima, incitando a las masas a la rebelión del Estado opresor blasfemando sobre los tricornios. Y presentándose como héroes en la Audiencia Nacional, que es el paseo de la fama de España y el lugar donde los procesados deberían inmortalizar las huellas de sus manos, acaso con las esposas puestas. Pues esposados están literal y simbólicamente Jordi I y Jordi II. Arnaldo Otegi será el primero en acudir a visitarlos, pues los héroes se reconocen entre sí.
CARME FORCADELL La trama kafkiana del Proceso nunca hubiera cogido vuelo sin la implicación de Carme Forcadell. Uno y trino de la causa separatista porque ella misma, paradójicamente, ha acabado con la separación de poderes. Quiere decirse que sus responsabilidades como presidenta del Parlament no le han impedido acudir a las reuniones del Govern —poder ejecutivo— ni organizar movilizaciones delante del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Filóloga, universitaria, Carme Forcadell también ha demostrado aptitudes de mártir y de contorsionista. Su discurso sabatino sobre la opresión del Estado español a las instituciones en el contexto del 155 tendría más sentido si no hubiera ella convertido el Parlamento catalán en un casino o en una casa de citas. Y si no se hubiera obstinado en transformarse ontológica y entomológicamente en la procesionaria que guía toda la expedición a la ruina de Cataluña.
ANNA GABRIEL Debe desconcertarle a la líder cupera que su partido trotskista, revolucionario, bolivariano, batasunero, reúna a los votantes catalanes de mayor capacidad adquisitiva. Votar una cosa y vivir de la forma contraria equilibra la conciencia y la consciencia, aunque Anna Gabriel se obstina en demostrarnos que es la nieta de Rosa Parks, de tanto que la menciona o tanto la frivoliza. Viste a conciencia Gabriel, aunque no lo parezca, porque es una política-anuncio. Y porque la ternura de sus consignas la obligan a gravitar en el agotador prefijo de la anti como si fuera un epígono femenino del pitufo gruñón (“me opongo”). Antiespañola, antiglobalizadora, antieuropeísta, anticapitalista, antisistema y anti-Arrimadas, pues se diría que la lideresa de C’S es la contrafigura perfecta de ella misma, liberal, por ejemplo, jerezana, ya que se trata de buscar enemigos, aunque comparten ambas ancestros andaluces y sostengan una parecida aversión a Artur Mas. Devoción se la tiene Gabriel al Che Guevara. Por eso termina los discursos con el puño en alto. Otra cuestión es que se entiendan, de tantos clichés libertarios con que los barroquiza.
TARDÀ Y RUFIÁN Joan Tardà y Gabriel Rufián deben observarse a sí mismos como los últimos centinelas de la resistencia, héroes soberanistas en el Vietnam de Madrid, aunque el dramatismo que incorpora su respectivo victimismo contradice sus comodidades de diputados, tanto por el absentismo en que incurren como por el ingeniosísimo sentido del humor que aportan a sus intervenciones. Son la versión posmoderna de Thedy y Pompoff, aunque los ilustres payasos de la posguerra fueron mucho más honestos con su oficio. No incurrieron en la injerencia laboral que demuestran Tardà y Rufián en las sesiones de descontrol de los miércoles. El primero sufre un estado de permanente alucinación franquista. Se diría que añora al caudillo de tanto que lo invoca, mientras que Rufián tiene pendiente traerse al escaño no tanto una impresora —ya lo hizo— como un copazo de roncola en vaso de tubo. Serían más convincentes sus imitaciones de Eugenio. Y tendría gracia el pintoresquismo de Rufián, su cadencia de rapero, si no fuera porque se dedica a vampirizar los mismos Estado y democracia de los que abjura.
SANTI VILA La cuestión no es por qué ha dimitido el conseller Santi Vila, sino por qué ha tardado tanto tiempo en hacerlo. Poco independentista en una coalición muy independentista. Y demasiado liberal en una tripulación de tantas veleidades antisistema y revanchistas. Ha decidido bajarse en marcha de la montaña rusa, acaso por miedo a la represalia judicial. Un verso suelto que no quiere rimar con la salmodia de los mártires y que asistía estupefacto a la fuga de empresas, siendo él, porque lo era hasta el jueves, el ministro de Empresa del Govern de la Generalitat. Calculador o héroe —las dos versiones circulan—, puente roto con La Moncloa, se expone ahora Vila a la represalia de la muchachada indepe y al despecho de Puigdemont, cuyas antiguas competencias de alcalde de Girona le permitieron oficiar el matrimonio de Vila con el chef italobrasileño al que desposó. Tenía buena imagen Vila. Y hasta llegó a formar parte de los delfines mejor colocados en la sucesión de Puigdemont, aunque ahora forma parte de los políticos depurados. Y no sería raro que lo mandaran exiliado a los Monegros.