- El autor se pregunta si el falseamiento de los datos del CIS por parte de Tezanos tenía como objetivo adaptar estos a los deseos del Gobierno.
En un artículo anterior cité a Max Weber para hablar de la nueva ética política aplicada por Pedro Sánchez tras formar su primer gobierno en junio de 2018. Una revisada ética de la responsabilidad consistente en la validación moral de toda acción política siempre que no haya otro camino para alcanzar los fines deseados. Un inevitable relativismo moral que conduce a intentar mantener el poder a toda costa (tras una moción de censura que más parecía un ajuste de cuentas con su propio partido que un ejercicio necesario y honesto de alternancia política).
Dentro de esa estrategia moral, sutil pero de amplísimo espectro y en la que la verdad no parece lo más importante, emerge el nombramiento de José Félix Tezanos. Perfil perfecto para una misión complicada.
Con un currículum académico relleno de libros, artículos de investigación, másteres y docencias, pero también con la suficiente lealtad al partido como para anteponer este a cualquier código deontológico, por sagrado que este sea.
No debieron hacerle falta muchas instrucciones ni consignas a Tezanos. Desde esa ilusoria superioridad que da hablar con circunloquios y palabras rebuscadas, el presidente del CIS debió de pensar que el votante de 2018 era como sus estudiantes de treinta años antes: sin cultura democrática, páginas en blanco, emocionalmente volubles, influenciables en lo ideológico y ansiados de información sugerente.
Qué decir de sus colegas, de los que debió pensar que eran intelectualmente inferiores y de praxis demoscópicas tan anticuadas e imperfectas como las suyas.
Este enorme error de percepción le hizo construir un aparato de propaganda, poniendo a la institución en el punto de mira de la desconfianza
Para ver ejemplos de esta distorsión cognitiva basta con revisar las decenas de entrevistas que concedió durante el año siguiente y en las que cuestionó la utilidad, veracidad y fiabilidad de la ciencia demoscópica en general y las encuestas en particular, echando por tierra la esencia de su propia profesión.
Pero la realidad del votante era y es bien diferente. Tiene una creciente cultura democrática, una visión multipartidista y una capacidad de elección y de discriminación entrenada en un contexto de hipertrofia informativa.
De los colegas, para qué hablar. Software de última generación, modelos de predicción sofisticados, simulaciones de resultados electorales en big data y encuestas online en tiempo real.
Este enorme error de percepción le hizo construir un aparato de propaganda, poniendo a la institución en el punto de mira de la desconfianza al despreciar los cuatro ejes fundamentales de todo instituto de investigación: planificación, método, transparencia y objetividad. No ha respetado ni uno solo.
En estos tres años, Tezanos ha manejado los tiempos a su antojo, rompiendo las series temporales que tanto prestigio han dado al CIS. Ha publicado a capricho, inventándose nuevos tipos de encuesta (como la flash) y no avisando de cuándo iba a publicarlas.
Basta acudir a cualquier ranking de precisión de estudios electorales para comprobar el coste obsceno de cada encuesta para las arcas del Estado
Ha ido cambiando el método, ajustándolo a los datos en vez de hacerlo al revés, y explicándolo de forma más alambicada cada vez, en una espiral de confusiones y de fichas técnicas que ya no hay por dónde coger.
En resumen, Tezanos ha dinamitado el método sin tener ningún plan alternativo, algo que ningún investigador se hubiera atrevido a hacer jamás. Más allá de que miles de datos ya no sirvan, ningún investigador podrá acudir a los microdatos sin la sospecha de que sean de mala calidad, pues la licitación de su recogida, además, ha sido concedida a empresas afines.
No voy a entrar en el fiasco de las predicciones, siempre sesgadas hacia la izquierda, ni en la supuesta intencionalidad de los escenarios electorales publicitados. Tampoco en sus declaraciones a medios, impropias de un presidente, porque basta acudir a cualquier ranking de precisión de estudios electorales para comprobar que a pesar del coste obsceno de cada encuesta para las arcas del Estado, el CIS siempre está en el vergonzoso último lugar.
Será difícil demostrar que esta mala praxis va más allá de una mera opinión personal y que falsear los datos hasta hacerlos coincidir con el deseo del Gobierno en general, y de Pedro Sánchez en particular, sea realmente algo intencionado, pero todo hace pensar que se ha utilizado durante tres años el Centro de Investigaciones Sociológicas para algo más que realizar estudios. Es Pedro Sánchez, quien nombró a Tezanos, el que debe responder de las sospechas.
*** Gonzalo Adán es director de Sociométrica.