Editorial-El Español

La decisión del Consejo de Asuntos Generales de la UE de posponer la votación sobre la oficialidad del catalán, el gallego y el euskera en las instituciones europeas, incluso en su versión atenuada, ha provocado una tormenta de reproches de los partidos separatistas.

Pero no contra el gobierno de Pedro Sánchez, sino contra el PP de Alberto Núñez Feijóo.

Un absurdo que, en el contexto del escenario político español, confirma una vez más que la batalla por la oficialidad de dichas lenguas ha sido sólo una escenificación más del presidente y de sus socios parlamentarios frente a sus votantes.

Porque Sánchez le prometió a Junts algo que no podía cumplir (a cambio de garantizarse el control de la Mesa del Congreso en noviembre de 2023) y estos fingieron aceptar un compromiso que sabían que no iba a llegar a buen puerto para generar falsas expectativas entre los suyos y mantener viva la llama del resistencialismo independentista.

El rechazo de la UE a la petición del Gobierno no acabó sin embargo ayer martes con las escenificaciones, que continuaron a lo largo de todo el día por parte de los partidos nacionalistas, del PSOE y del PSC para seguir manteniendo viva la llama de la confrontación.

Salvador Illa, el presidente de la Generalitat, cargó contra Feijóo por los movimientos del PP europeo en contra de la oficialidad de los tres idiomas regionales, y expresó su «absoluta decepción con el PP por su actitud obstruccionista».

«Creo que eso deja bien a las claras cuál es su comprensión de la pluralidad en España y, desde mi punto de vista, le inhabilita para gobernar España», dijo Illa.

“No perdamos la esperanza», afirmó el PNV. «El euskera tendrá el sitio que se merece en Europa, porque somos una nación. Y eso lo lograremos resistiendo todas las maniobras sucias del PP. Por encima de todos los arbustos y por debajo de todas las nubes».

Carles Puigdemont, por su parte, acusó cínicamente a Alberto Núñez Feijóo de «traición».

«Conspirar junto a terceros países para actuar en contra de los intereses oficiales del Reino de España debe de ser de todo menos lealtad», dijo el líder de Junts, que sigue huido de la justicia española en Waterloo.

La reacción de los partidos nacionalistas y del PSC fue tan airada como artificiosa, puesto que la negativa de una buena parte de los países de la UE a la oficialidad de tres lenguas españolas minoritarias incluso en sus propias regiones se daba por descontada desde hace días.

Y el motivo es obvio. ¿Qué interés puede tener la UE en colaborar con lo que era un evidente intento de Pedro Sánchez de agradar a sus socios para alargar unas pocas semanas más un gobierno que sobrevive hoy con respiración artificial? ¿En convertirse en una pieza más del gobierno Frankenstein de Pedro Sánchez y sus socios parlamentarios?

Especialmente dado el coste financiero, jurídico y burocrático que implicaría la oficialidad de esas tres lenguas y el previsible ‘efecto llamada’ que provocaría en otros países que cuentan también con dialectos y lenguas minoritarias en algunas de sus regiones. Algo que estimularía el debate independentista y la balcanización de una UE que se enfrenta hoy a peligros mucho más importantes que la satisfacción de los caprichos identitarios de los separatistas catalanes, vascos y gallegos.

Según el Financial Times, el gobierno español llegó a amenazar a los países bálticos con renunciar a sus compromisos de defensa. Algo que habría supuesto desentenderse de la defensa europea frente a Putin y abandonar a dichos países a los pies de los caballos del Kremlin, al menos en la pequeña medida en que España contribuye a su defensa.

La oposición a la oficialidad de las tres lenguas minoritarias españolas ha sido liderada por los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), los nórdicos (Suecia, Noruega y Finlandia), Bulgaria, Italia, Alemania, Francia y Austria.

Si el PSOE y los partidos nacionalistas fueran honestos con sus votantes, reconocerían que la oficialidad es, si no imposible, sí difícilmente alcanzable dada la necesidad de que la decisión se adopte en la UE por unanimidad.

Pero el rédito político de la operación no estaba en la oficialidad, sino en la teatralización de la ‘batalla por la oficialidad’.

Si ni siquiera el gobierno y los propios partidos separatistas son capaces de tomarse en serio sus lenguas regionales, en vista de que las instrumentalizan como un simple trampantojo con el que seguir engañando y polarizando a sus votantes, ¿cómo pretenden que lo haga la UE?