Podríamos esperar una cierta osadía en nuestros electos, confirmar la razón de por qué se les ha votado (para que gobiernen), olvidarnos por unos años de la autodeterminación y del pueblo milenario, y empezar a mirar hacia el futuro, librándonos del terrorismo.
Me hubiera gustado poner «The End«, que es lo que pone al final en la mayoría de las películas de ficción, de esas que nos proponen sitios a donde escapar, sueños que vivir, pero que, además, de vez en cuando, dejan un poso positivo en nuestras mentes. Me hubiera gustado titular esto en inglés, porque toda la campaña electoral ha sido como una película americana.
El día que nos tocó votar amaneció desagradable. La ficción de unos felices días en technicolor después de un otoño invernal y de un invierno muy duro se acabó con el mal tiempo y pareció devolvernos a la realidad. El guión se desvanecía ante la inclemencia de un tiempo que no era el adecuado para películas tipo Capra, como El niño que quiso ser lehendakari, o De Coscojales a Ajuria Enea pasando por Besaide. Tampoco las circunstancias climatológicas vienen bien para las series domésticas, como Star Trek, con un Mister Spock que se olvidó de Éxodo, de Los Diez Mandamientos, de Un Pueblo en Marcha y de toda epopeya, y se presentó a pedir el voto disfrazado. Todos los asesores de campaña coincidieron en escribir amables guiones para todos los públicos de comedia americana, donde el optimismo está presente, la gente es feliz en sus casitas con jardín, y si hay algún problema, al final todo se resuelve como en Qué bello es vivir.
Pero lo dramático apareció, pues el cine también es drama, cuando irrumpe lo real, lo único real de la campaña, y se proyecta El hombre que atacó la Herriko Taberna. Nuestro héroe estaba desesperado, como aquel que osara -y esto ya es John Ford-, a falta de ley, matar a Liberty Valence. Los guiones de campaña no han dado pie a la crisis, ni a la desesperación, ni a la tragedia; eso lo descubres, como si te cayera un jarro de agua fría, cuando estás sólo ante el peligro, en esta mañana triste en que te toca ir a votar, y piensas en lo que dijeron los candidatos mucho antes de que se iniciara la campaña, en las cosas que hicieron, en las vicisitudes pasadas, en lo que te ha afectado a ti. Dejas la ficción para relleno de los medios y te enfrentas a tu responsabilidad de ciudadano aunque no esperes demasiado, aunque descubras con cierto escándalo que tus hijos votan a uno u a otro, si es que van a votar, porque les «cae bien». Nada más que por eso.
Ya hemos votado, y tenemos unos ajustados resultados que dejan sin responder la principal pregunta: si habrá o no, definitivamente, cambio de gobierno. Si estaremos o no condenados a continuar viendo aquella película en la que todos los días se repetían idénticos al anterior, a seguir siempre igual. Aquel filme estaba situado en el día de la marmota, que parecía una maldición de Jaungoikoa, y creo recordar que se titulaba Atrapado en el tiempo. Por el contrario, podríamos esperar una cierta osadía en nuestros electos, confirmar la razón de por qué se les ha votado (para que gobiernen), olvidarnos por unos años de la autodeterminación y del pueblo milenario, y empezar a mirar hacia el futuro, librándonos del terrorismo. Es decir, The End.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 3/3/2009