Antes, la política vasca se contentaba con el «ya se ve la luz al final del túnel», un clásico de origen preibarretxiano, en su máximo esplendor cuando el plan. Como cansa vivir siempre en un túnel, la novedad es «el fin de ETA» cercano. Y si no llegase, alguna culpa tendríamos todos, pues se ha convertido en una tarea colectiva.
La cantinela ‘fin de ETA’ arrasa desde hace unos meses. Los titulares lo repiten: la política vasca se prepara para «el inminente fin de ETA»; los nacionalistas elaboran sus estrategias para después de ETA. ZP dice que no rentabilizará de forma partidista «el fin de ETA». Se hacen cábalas sobre cómo le irá al soberanismo tras el final de ETA.
Hasta hace unos meses la política vasca se contentaba con afirmar que «se ve ya la luz al final del túnel», un clásico de origen preibarretxiano que llegó a su máximo esplendor cuando el plan.
Como cansa vivir siempre empozados en un túnel, la novedad verbal hace furor esta temporada: es ‘el fin de ETA’ cercano, que ya se toca en explosión de gozo. Viene como anillo al dedo del ‘sindromeestocolmizado’. Si no llegase y el fin se escapara como el horizonte cuando se avanza por el mar, alguna culpa tendríamos todos, pues se ha convertido ya en una tarea colectiva.
El concepto constituye así otro de los grandes éxitos publicitarios de sus creadores, ETA-Batasuna. Como lo fue, en su día, ‘diálogo y negociación’, aún en la lista de ventas. La ilusión de que se acabe el terror acrecienta las ansias de que se liquide. Y en la misma lógica hasta estaremos más predispuestos a pagar lo que se pidiere.
Nótese: el aserto cambia el sentido del camino que sí está acabando con el terrorismo. Cuando en estos tiempos se emplea el tropo ‘fin de ETA’ no se alude al corolario lógico de la liquidación de ETA por la eficacia oficial, que lleva a su extinción o rendición. No: el ‘fin de ETA’ que se anuncia implica una decisión política, brusca e inteligente, en la que los terroristas avisarán al mundo de que lo dejan, de que se autodisuelven. Despedida y cierre. El ‘fin de ETA’ se refiere a esa especie de tránsito instantáneo de una etapa en la que había ETA a otra sin. Como por ensalmo. Del infierno al cielo sin arrepentimiento, purgatorio, limbo ni nada. Tal y como viene la marea, deberíamos creer en tan fenomenal cambio con solo oírles que lo dejan. En cuanto digan que aquí no ha pasado nada, excepto un par de asuntillos pendientes en los que la democracia española ha de cambiar: la territorialidad y la autodeterminación, qué menos.
Si el fin de ETA tiene algún contenido político no hay final.
Si ETA tiene un final pactado no hay final.
Si hay un final de ETA que exija estudiar ‘los problemas vascos’ por caminos distintos a los que señala la democracia no hay final.
La idea de ‘fin de ETA’ ha germinado por la vía especulativa. Todo ha venido primero en rumores finos. Luego, en la forma de un alud de ‘dicen que dicen’. Y dicen que dicen que la izquierda abertzale mandó parar (¡!), que el próximo comunicado va a ser de órdago y muy señor mío (lo mismo se predicaba del anterior, y del anterior al anterior�), una inmolación en la pira milenaria de los vascos. No hay más indicios. Solo melifluas frases batasunas de doble sentido, que omiten exigencias a ETA de que deje de asesinar y amenazar, pese a que los rumores dicen que una y otra vez se lo dicen (¿?). Y eso que, en rebajas, se saludaría con emoción no ya que ETA abandonase el terror, sino si Batasuna lo condenase.
Con solo algunas frases equívocas han vuelto al centro de la política. Todo el mundo especula. El presidente viene a decir que no irán en balde los diretes batasunos (y tanto: les está saliendo de gorra la compra del convento con todos sus sacramentos y sacrilegios). El vicepresidente dice que todos callados. Nadie calla. El griterío llega a los mediadores internacionales batasunófilos contratados para que nos enseñen lo que vale un peine: que nos verifiquen confesados.
Los terroristas y adjuntos tienen que estar encantados. Si con dos medias palabras del frente político consiguen que el mundo gire a su alrededor, se verán ya ante la victoria final. ¿Para qué disolverse, si van ganando la política vasca? Éxitos como estos estimulan para seguir en la lucha. Si hubiesen tenido alguna duda sobre la rentabilidad de seguir coaccionando a la sociedad vasca se les habrá quitado, al comprobar cómo con un par de rumores la ponen a sus expensas. Estos dimes sobre el fin de ETA no son neutrales, sino balón de oxígeno: el terrorismo necesita verse inteligente y capaz de lograr réditos políticos, lo de estos días.
El éxito mediático/político de la copla ‘el fin de ETA’ no se debe a la habilidad del terror y secuaces, que han estado mayormente torpes al escenificar el divorcio de conveniencia entre el terror y sus políticos. Las razones hay que buscarlas más bien en las urgencias de la democracia en vísperas electorales. O en la necesidad vasca de pensar que estamos siempre en momentos decisivos, trascendentales. Solo sabemos vivir acontecimientos históricos, los normales no nos gustan, es como si faltase algo. Lo nuestro es resolver problemas centenarios.
O es por el síndrome de Estocolmo, nada más.
O todo se debe a que se quiere vender la piel del oso antes de cazarlo.
O a las ganas de vender la piel aunque no se cace el oso.
O para comerciar con pieles de oso en los mercados de futuros.
El resultado es como cuando hacen la secuela de una película, ‘Pesadilla en Elm Street VI’ o, por hablar de lo nuestro, ‘La noche de los muertos vivientes VIII’. En general, tales secuelas no buscan mejorar la primera entrega, sino aprovechar el tirón. No conllevan avances argumentales, se basan en explotar los mismos ingredientes. Suelen dejar abierta la posibilidad para la siguiente. ‘Conversaciones en la basílica XIII’.
Manuel Montero, EL CORREO, 24/11/2010