La presencia de Patxi López en la conmemoración de la Constitución, más que tratarse de la primera vez que un lehendakari participaba en un acto de ese tipo, que también, supuso el fin de la excepción. La normalidad es el respeto al normas del juego democrático y a las leyes que debemos cumplir.
Si no hubiera sido por la Constitución del 78, que puso las bases del Estado de las autonomías, el lehendakari Patxi López, como todos sus antecesores en Ajuria Enea, no estaría al frente de la comunidad que goza de mayor grado de soberanía política y financiera. Su asistencia a los fastos de la conmemoración de la Constitución, ayer en Madrid, fue novedosa, pero no debería ser noticia.
Lo chocante habría sido que un presidente constitucionalista vasco hubiera hecho ‘mutis por el foro’ en el Congreso de los Diputados. Entonces sí que habría que haber parado las rotativas para dar a las portadas de los medios los titulares merecidos. Pero se trata del cambio en Euskadi, con permiso de los nacionalistas, que siguen revirados contra su destino sin admitir su incapacidad para haber cosechado la mayoría suficiente en el Parlamento vasco para seguir gobernando. Y el cambio producido en el Gobierno de Ajuria Enea, con un Ejecutivo socialista apoyado por el PP, es lo que dio al acto de ayer en la Carrera de San Jerónimo el signo de normalidad. Porque también asistió la presidenta del Parlamento.
¿Qué es la normalidad?, preguntan algunos interlocutores nacionalistas desafiantes ante un Parlamento vasco que no acoge a representantes del entorno de ETA, despectivos ante el Tribunal Constitucional y objetores, ahora, del Tribunal Europeo en el que tanto creyeron durante un tiempo, hasta que destacó el valor y la importancia de la Ley de Partidos. La normalidad no es otra cosa que el respeto al marco político en el que vivimos y a las leyes que debemos cumplir. Es el respeto a las normas del juego democrático.
Y ésa es la inercia que se rompió ayer con la asistencia del lehendakari a la conmemoración de los 31 años de Constitución, al dejar patente la lealtad del presidente de Euskadi a la Carta Magna mientras exista. Y hay que referirse a la Constitución con esa prevención porque puede que el texto sea un marco parcialmente superado; pero, conociendo la historia de su delicada gestación, no se deberían producir escapes unilaterales que dieran al traste con el consenso logrado hasta ahora.
Por lo tanto, si se procede a su reforma, se debería emular el mismo estilo que el del equipo del que formó parte el desaparecido Jordi Solé Tura, cuando acometió el principal paso de nuestro país hacia la democracia. Habrá que esperar la decisión del Tribunal Constitucional sobre el ‘Estatut’ de Cataluña para saber si el Estado de las autonomías queda, o no, resquebrajado.
Pero, mientras tanto, la ciudadanía -mucha de ella perpleja entre debates sobre símbolos religiosos y el peligro de la censura de las páginas webs por parte del Gobierno, en plena crisis económica- necesita saber a qué atenerse en su vida cotidiana. La presencia de Patxi López en la conmemoración de la Constitución fue un acontecimiento de mayor calado: más que tratarse de la primera vez que un lehendakari participaba en un acto de este tipo, que también, habrá que recalcar que aconteció el fin de la excepción.
Porque, durante estos 31 años, los periodistas que han levantado acta de todos los acontecimientos políticos de este país desde la Transición -y que ahora, por imperativos televisivos, comparten su experiencia debatiendo con oficinistas y peluqueras, publicistas y hosteleras, jardineros y funcionarios- tenían que escribir con la rutina de las dos excepciones. A saber: los actos a los que no acudían los nacionalistas y, por otra parte, los atentados condenados por todos los partidos menos por el espectro político del entorno de ETA, que se ha ido renovando multiplicándose en siglas variadas hasta su ilegalización.
Lo que dure la primera excepción -que es la que nos ocupa hoy- dependerá del respaldo que obtenga este Gobierno en las próximas elecciones. Pero en todo este tiempo, haga lo que haga, no podrá evitar ser tildado de minoritario; a pesar de que la mayoría actual del Parlamento vasco le apoya.
A los nacionalistas les da igual el número si su sensibilidad no forma parte del Gobierno. De ahí que el jelkide Iñigo Urkullu se permita decir que «los vascos ven con disgusto» la presencia de Patxi López en los actos de la Constitución. Se le ha «caído» de la frase un adjetivo que aclararía a qué tipo de vascos se refiere. Porque se trata de los ‘vascos nacionalistas’.
No puede el presidente del PNV hablar en nombre de todos los vascos. Es una tendencia nacionalista en la que también ha incurrido el presidente de la Generalitat, José Montilla, cuando habla de los ataques a «Cataluña». Una tentación patrimonialista de la que no se apean quienes se arrogan una representación, la de todo un pueblo, que no les pertenece.
En este certamen sobre la puesta en cuestión de la representatividad del lehendakari no falta nadie. Ni siquiera los más minoritarios del Parlamento vasco. Para Ezker Batua, por ejemplo, Patxi López «solo representa a los votantes del PP y a parte del PSE» sin mirarse en el espejo, claro. Porque, en la última cita electoral, los ciudadanos vascos dejaron a la izquierda «desunida» con un 3,5% de votos y con un solo escaño. Mucho más atrevidos han estado, incluso, en Hamaikabat, que se meten en el fango de cuestionar la fuerza electoral del nuevo Gobierno vasco cuando esta escisión de Eusko Alkartasuna, que todavía no se ha medido en las urnas, obtuvo con su anterior partido un solo escaño, habiendo perdido nada menos que seis parlamentarios. La verdad, no es para presumir.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 7/12/2009