Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
- La agonía del sanchismo, larga y peligrosa, será nuestra modalidad del cambio de era que afecta a toda Europa
La alternancia de partidos de gobierno es un “cambio de ciclo”, pero si cambia el sistema mismo de partidos es otra cosa: un cambio de era política y de otras cosas. Es el proceso en que estamos inmersos. La agonía del sanchismo, larga y peligrosa, será nuestra modalidad del cambio de era que afecta a toda Europa, también llamado “derechización” porque amenaza jibarizar a la vieja izquierda. Hablemos ahora lo justo de los cambios puramente políticos para explorar la lógica cultural del proceso que bien podemos llamar el fin de la estafa progresista. Las elecciones autonómicas de Extremadura confirman que ya es un proceso imparable. Lo más relevante no son los resultados de María Guardiola y los tropiezos de su campaña, sino que la suma de PP y Vox supere el 60% de los votos en un feudo donde el PSOE acostumbraba recibir del 45% al 55%. Y atención al 66% de Badajoz, porque los cambios radicales de tendencia comienzan en las ciudades. Así que la ciudad extremeña anticipa lo que está por venir.
Una pregunta habitual es la razón de la larga permanencia del sanchismo. A menudo se atribuye a la abulia popular o la indiferencia política, pero más bien responde a la actitud complaciente o medrosa del establishment de todas las esferas. Para trascender la pataleta, las rebeliones ciudadanas necesitan el liderazgo de una élite emergente capaz y ajena al sistema. Si no hay una élite creíble, alternativa al viejo establishment (lo contrario a la campaña del PP de 2023, que ofrecía continuidad), el cambio será lento y producto de la lenta evolución de la opinión pública, hasta que tome masa crítica, acelere y dé un vuelco como el que ha barrido Extremadura. Sin duda alguna por el escándalo diario de la corrupción, pero también por otros factores menos evidentes aunque muy activos.
Un cóctel tóxico
El cambio consiste en que muchos han llegado a la conclusión de que todo lo que el PSOE viene prometiendo desde Zapatero es, simplemente, una gigantesca estafa. Y como los socialistas decidieron exigir la exclusiva de las “políticas de progreso”, no solo han perdido el antiguo electorado que se siente estafado, sino provocado el rechazo del concepto mismo de progreso, como expresa la conversión de “progre” en mote peyorativo. España tiene notables precedentes de estos giros bruscos precedidos de larga incubación. Por ejemplo, el hundimiento del franquismo a partir de 1970, con el rechazo de sus conceptos de “paz”, “moral” y “nación”. Cuando se extendió, los antifranquistas pasaron de ser una pequeña minoría marginada (y perseguida) a la nueva mayoría difusa y democrática, simpatizante de la izquierda y en la que nadie reconocía o recordaba su conformidad con la dictadura. Pues bien, estamos cerca de que lo mismo pase con el sanchismo, solo que ahora en perjuicio de la izquierda y el progresismo.
En estos siete años han acabado por converger la crisis de la cultura progresista (fuera de las élites ministriles que la monopolizan), y por otro la corrupción sistémica del PSOE y sus aliados, tanto económica como política e institucional. La cultura progresista ha consistido en un cóctel tóxico de ideologías izquierdistas posmodernas, wokismo importado, hispanofobia, antiliberalismo y atribución de fascismo a toda oposición o resistencia al pensamiento único oficioso. Su lógica identificación con la corrupción política y económica, hasta formar cara y cruz de la misma falsa moneda, es la tormenta perfecta para el naufragio de la izquierda. Ser progre ya no es solo sostener la autodeterminación de género, el derecho a la okupación o la confederación de repúblicas ibéricas, también es ser cómplice de la corrupción. El uso de un feminismo oficial farsante para encubrir su adicción al sexo de pago y al cobro de peajes sexuales a las compañeras es la imagen insuperable de la fusión sanchista de impostura, mentira, vicio y crimen.
El fin de las ilusiones
El progreso era entendido como avances en tres frentes: material o económico, cultural y moral, y sociopolítico. El objetivo era una sociedad más segura, abierta, próspera y culta, idónea para una vida más libre e igualitaria. Pero la sociedad actual se percibe más insegura, desarticulada, empobrecida y desinformada; la libertad peligra y la igualdad retrocede obscenamente. Por primera vez en mucho tiempo, la nueva generación parece condenada a un futuro peor que el de sus padres y abuelos. La falsificación del progreso convierte el cambio político en una rebelión contra el establishment progresista y su sistema, que naturalmente beneficia a partidos con esa bandera, como Vox (y antes, Podemos).
Esto no es responsabilidad exclusiva del sanchismo, pues viene de muy atrás, pero sí lo es la farsa de un supuesto “gobierno de progreso” presentado como único adalid del avance en todos los campos, de la economía a los “escudos sociales”, mientras se organizó desde el inicio como una mafia corrupta que saquea, destruye y falsifica lo que toca. También ha convertido a los terroristas en gente de paz, al golpismo en política legítima de éxito, y al nacionalismo más reaccionario en modelo a imitar. ¿Cómo no iba esa izquierda a ser acusada, con toda la razón, de matar las viejas ilusiones? La profecía de Pablo Iglesias sobre que la derecha nunca volvería a gobernar ha resultado ser un bumerang.
Un tiempo político agotado
Por otra parte, nada es para siempre: la división ideológica entre derecha e izquierda se remonta, como tantas cosas, a la revolución francesa, y la alternancia de izquierda y derecha democráticas, es decir, de socialdemócratas o laboristas con liberales o conservadores, solo se normalizó después de 1918; entró en crisis muy pronto, con el auge de los totalitarismos de entreguerras, y volvió en 1945, en nuestro caso en 1978. Así que el sistema tradicional de partidos e ideologías políticas tiene poco más de dos siglos. En la agitada y turbulenta historia del mundo salido de la revolución liberal e industrial eso es mucho tiempo. Todo indica que es un tiempo político casi agotado y de que entramos en un cambio parecido al paso de la era victoriana al mundo posterior a la Gran Guerra. Un mundo en que la vieja izquierda sea un anacronismo, la cultura progre un paréntesis desdichado en la historia de ciencia y pensamiento, y donde el antagonismo fundamental sea entre democracia liberal y autoritarismo rampante.