Carmen Gurruchaga, LA RAZÓN, 19/7/12
Pocas cosas hay más duras en la vida que abandonar obligatoriamente la tierra que te vio nacer, crecer y en la que te hubiera gustado seguir viviendo si no llega a ser porque unos asesinos y sus acólitos te obligaron a dejarla para evitar ser asesinada. Pero quizás el colmo de esa malévola situación sea que logren su objetivo final, consistente en retirar socialmente, de una u otra manera, a quienes no son nacionalistas, lo que significa una limpieza étnica en toda regla. Es decir, que quienes no comparten sus objetivos independentistas, totalitarios y sectarios se ven privados de cualquier derecho en el territorio geográfico que va de Miranda de Ebro a la frontera con Francia.
No me gusta personalizar, pero voy a contar qué me sucedió a mí y a decenas de miles de coterráneos. La presión etarra mediante atentados, amenazas o formar parte de los planes asesinos de la banda nos obligó a dejar la tierra que amábamos e instalarnos en otros lugares de España en los que fuimos por o general bien recibidos. Esa marcha obligada ocasionó que la mayor parte de la diáspora se empadronara en el lugar en el que tuvieron que instalarse, lo que les impidió seguir votando en el País Vasco. Una situación objetivamente injusta que no sufren los nietos de vascos que han nacido y residen fuera de España y que inclina la balanza electoral a favor de los nacionalistas que, paradójicamente, son quienes han expulsado de su tierra a los que no opinan como ellos. Por eso, hace años que la diáspora vasca reivindica su derecho a votar en las elecciones autonómicas, lo que claramente inclinaría la balanza a favor de los constitucionalistas. Una realidad intolerable para el nacionalismo vasco.
Carmen Gurruchaga, LA RAZÓN, 19/7/12