Para el socialismo, la democracia no es un fin, sino un medio. También parece serlo la pandemia de Covid-19, que algunos ministros de este Gobierno están aprovechando para sus propios objetivos políticos como los carniceros aprovechan del cerdo hasta los despojos.
Sólo así se explican las amenazas de nacionalización de toda la riqueza nacional lanzadas por Podemos, pues así interpretan los simpatizantes de la dictadura de Nicolás Maduro el artículo 128 de la Constitución: como la puerta abierta que la Carta Magna deja abierta a la imposición de un régimen en el que sólo rija el derecho a la propiedad privada mientras el Estado no desee apropiarse de ella.
A esta sencilla conclusión, empíricamente demostrable, no parece haber sido capaz de llegar nuestro Gobierno. Con la excepción, dicen, de Nadia Calviño, que tiene madera de barón socialista por su rapidez en poner pie en pared frente a los desmanes chavistas de sus compañeros y su aún mayor rapidez en retirarlo en cuanto el resto de su partido la llama al orden.
Hace sólo 48 horas, Teresa Rodríguez, líder de Podemos en Andalucía –partido conocido como Arsa Batasuna en la región–, exigía «una banca pública que pueda poner los ahorros de los ciudadanos a disposición de lo que la sociedad necesita». Es decir, en los bolsillos de los que gestionarían esa banca pública –sindicalistas y miembros del partido– y que repartirían esos ahorros ajenos entre sus afines.
Eso sí, con criterios de «eficiencia, justicia y equidad». Es decir, con criterios de partido, que es el que decide lo que es eficiente, justo y equitativo.
«Calviño pierde el pulso e Iglesias toma el rumbo de la economía», titulaba el diario ABC este martes. «Giro radical contra las empresas», titulaba el suplemento de economía Invertia en EL ESPAÑOL. «El pánico se desata: Iglesias instaura un régimen comunista», titulaba Libertad Digital.
No estamos siendo benévolos con los titulares. Pero supongo que tampoco lo eran los titulares en la Venezuela de 1999. Entramos ahora en terreno inexplorado: el del primer Gobierno de extrema izquierda de la España democrática al mando de una pandemia que podría provocar una contracción de la economía de hasta el 20% del PIB, según el Deutsche Bank.
Pero el Gobierno ya tiene al culpable de la pandemia y este no es el virus sino Isabel Díaz Ayuso, el PP, la ultraderecha, el capitalismo, los empresarios y cualquier español que haya sido capaz de ahorrar un solo euro a lo largo de los últimos años. Volvemos a las viejas recetas de la ideología de los millones de muertos y de quiebras.
El orden histórico tradicional ha sido este: intervención del libre mercado, apropiación de la riqueza de los ciudadanos, impago de la deuda, quiebra del país, régimen autoritario socialista. Veremos en qué punto de la loma se baja el PSOE del trineo, si es que se baja.
«Votasteis Venezuela y tendréis Venezuela«, dije ayer en mi cuenta de Twitter y los primeros en darse por aludidos fueron los votantes del PSOE.
No los votantes de Podemos, que saben perfectamente lo que votaron y no necesitan por tanto que yo se lo recuerde. Sino los del PSOE, que por lo visto creían votar a Kennedy y se encontraron con esa mezcla de capitán Schettino y Paco Sanz del marketing político que lidera hoy el PSOE.
«Nosotros no votamos Venezuela», me decían los votantes del PSOE. Pero la noche de las elecciones cantaban «con Rivera no». ¿En qué quedamos, amigos socialistas?
«Yo no he pedido que el náufrago se ahogara, sólo he pedido que no se le lanzara un salvavidas«, es el retruécano argumental con el que la izquierda suele solventar sus contradicciones vitales. Ellos nunca piden comunismo. Sólo impiden que se pacte con partidos democráticos. El resto se da por decantación del destino.
El PSOE lo sabía y los votantes del PSOE lo sabían. Sabían que el PSOE nos conducía hacia los márgenes de la democracia. Y lo pidieron a gritos como buenos turistas del ideal que son.
Sus mensajes de alegría en las redes sociales mientras Chile, un país antiguamente próspero, ardía a manos de los matones del Foro de Sao Paulo, son la prueba de que siempre lo han deseado.
Y no en secreto: explícitamente.