Iñaki Ezkerra, ABC 21/12/12
Los españoles estamos por un fin del mundo moderado, democrático y plural.
Lo siento por los mayas, pero en una economía de libre mercado su fin del mundo, el que habían programado para hoy en su calendario, tiene que competir con otros fines del mundo tanto o más sugerentes y solventes que florecen en nuestra patria por doquier. El fin del mundo ya no es lo que era. Hoy es una opción personal como la sexualidad o la ideología; una elección a la carta en el restaurante barato de nuestros apocalipsis nacionales. Los españoles estamos por un fin del mundo moderado, democrático y plural. Como se nos ha puesto tan cara la salvación, nos queda soñar con la destrucción, que está más al alcance de nuestro bolsillo.
Y, así, hay aquí quienes prefieren creer a los mayas o creer a Artur Mas y pensar que el fin del mundo vendrá con su referéndum, como quienes se decantan por un Apocalipsis economicista y sueñan con el rescate de España o con la defunción del euro. Hay quienes se agarran a la esperanza de una catástrofe nuclear que vendrá de la guerra con Irán o con Corea, como hay los partidarios de revisar las profecías de Nostradamus para ver dónde estuvo el fallo que nos dé una segunda y catastrófica oportunidad. Y hay los aficionados a un fin de los tiempos más científico que venga de los millones de asteroides que pueden colisionar con la Tierra en cualquier instante. Hay fines del mundo para todos los gustos: tradicionales y futuristas, etnicistas, ecologistas, exóticos, de derechas y de izquierdas.
En realidad, el fin del mundo es mundial. En esta cuestión, no hay diferencias culturales ni ideológicas. En la Francia progre de Hollande, hay un pueblo, Bugarach, donde están todos preparados para recibir dentro de unos minutos a una nave nodriza que se van a pagar a escote y que les salvará del cataclismo. El caso de Bugarach me recuerda el de Paco Rabanne, que en agosto de 1999 predijo la caída de la estación espacial rusa Mir sobre París. Yo creo que fue un pionero de nuestros artistas de la Zeja, que iban a traer a España una Revolución y al planeta una Alianza de Civilizaciones, que han acabado en ambos casos como el rosario de la aurora.
Para atreverse a profetizar el fin del mundo, de París o del Capital, del Estado del bienestar o de la Historia, hay que tener mucha fe y, sobre todo, mucha jeta. La fe para predicarlo y machacar al personal, para llamarle inconsciente y estúpido por no creérselo; la jeta para sobrevivir al día siguiente y quedarse tan pancho. Los mayas eran menos cínicos que nosotros. Tuvieron el pudor de poner la fecha de caducidad del mundo lo bastante lejos como para que su propio final llegara antes y nadie les pidiera cuentas. Los mayas se tiraron al fin del mundo con malla. En la Europa de hace unos siglos al que profetizaba el fin del mundo lo llevaban a la hoguera antes de que su fraude quedara al descubierto. Hoy sale gratis en la astronomía y en la política. Hoy el que anuncia el fin del mundo nos sonríe cuando éste no llega, cambia de tema y a otra cosa mariposa.
Iñaki Ezkerra, ABC 21/12/12