MIRA MILOSEVICH Investigadora principal del Real Instituto Elcano-EL CORREO

  • Las exigencias de Moscú no son nuevas ni sorprendentes. Corresponden a la estrategia tradicional rusa, que se ha esforzado en asegurarse una zona ‘neutral’ entre Rusia y sus enemigos potenciales
Las tensas conversaciones entre Estados Unidos y Rusia han dejado claro que ambas partes están de acuerdo en conservar abierta la vía diplomática. Pero, como resultado de estas conversaciones, Rusia solo aceptará «garantías de seguridad» que consistan en renunciar a la ampliación de la OTAN y a la instalación en Europa de armamento ofensivo que pueda alcanzar territorio ruso, y en retirar la infraestructura militar desplegada por la OTAN en Europa del Este desde la firma del Acta Fundacional entre la Alianza y Rusia en 1997. Si Occidente no accediera a la exigencia rusa, el Kremlin respondería con «medidas técnico militares». A su vez, Washington ha manifestado su apoyo a la soberanía e integridad territorial de Ucrania, a la vez que hace a Rusia responsable de la agresión a dicha república y de la escalada militar, pero se ha mostrado dispuesto a llegar a un acuerdo para no desplegar misiles de corto y medio alcance en Europa, así como para reducir la actividad militar en Europa del Este, advirtiendo, no obstante, de que, en el caso de una nueva invasión rusa del país vecino, las consecuencias serían durísimas sanciones económicas y diplomáticas para Moscú. A pesar de la amenaza militar que supone el despliegue de 100.000 soldados rusos en la frontera con Ucrania y de los detallados análisis de la prensa y de los expertos sobre la posibilidad de invasión rusa, todas las opciones están aún sobre la mesa.

Ambas partes abogan por el diálogo, pero confían más en las medidas de disuasión, porque conocen la inflexibilidad del oponente. Estamos ante una situación inédita desde el final de la Guerra Fría, en la que no solo está en juego el futuro de Ucrania, sino el del orden de seguridad europeo y el internacional.

Las exigencias de Moscú, difíciles de cumplir, no son nuevas ni sorprendentes. Corresponden a la estrategia tradicional rusa que, desde la época zarista y debido a la ausencia de fronteras naturales del imperio, se ha esforzado en asegurarse una zona ‘neutral’ entre Rusia y sus enemigos potenciales. No sorprenden porque el Kremlin lleva protestando desde los años 90 del pasado siglo contra la ampliación de la OTAN. La guerra de Georgia en 2008 y la posterior anexión de Crimea y el apoyo a los insurrectos de Donbass en 2014 han supuesto sendos pasos de las palabras a los hechos, con el recurso a la fuerza militar.

A pesar de ello, la situación en la que nos encontramos tiene un aspecto insólito: por primera vez desde las conversaciones sobre la reunificación alemana (1989-1990), EE UU se ha sentado a la mesa de negociaciones con Rusia para discutir problemas de seguridad europea, dando así razón a los nacionalistas rusos radicales que sostienen que la única manera de llamar la atención de Occidente y obligarle a un diálogo sustancial está en amagar con una amenaza militar digna de crédito. Como entonces, la UE está ausente de las conversaciones, pero una vez más se demuestra que cualquier estructura de seguridad europea depende del paraguas de defensa estadounidense y de la relación transatlántica.

Las exigencias de Moscú suponen una propuesta de cambio del orden de seguridad europeo a expensas de EE UU y la OTAN. Representan el choque de dos visiones del mundo y del orden internacional: mientras Occidente apuesta por los principios de soberanía, de integridad territorial, del derecho de un país a elegir sus alianzas militares, Rusia reclama su estatus de gran potencia, el derecho de mantener las zonas de influencia; solo reconoce parcialmente la soberanía de Ucrania y de otros Estados del espacio postsoviético, y no se ha privado de usar la fuerza militar para violar la integridad territorial de algunos de ellos con el fin de preservar los principios fundamentales de su política de seguridad nacional.

Cualquier estructura de seguridad europea depende del paraguas de defensa estadounidense

Todo orden internacional se basa en el equilibrio de poder y en el consenso sobre las reglas de comportamiento entre los Estados que lo mantienen. El orden de seguridad europeo creado tras el final de la Guerra Fría, que permitió la ampliación hacia el este de las antiguas estructuras del poder occidental sin contar Rusia en ellas, ya no es sostenible; dejó de serlo en 2008 y en 2014, cuando se demostró que tanto los europeos como los estadounidenses no estaban dispuestos a enfrentarse militarmente a Rusia para proteger a Georgia y a Ucrania. Aunque el equilibrio militar entre Rusia y la OTAN se mantiene, entre Rusia y Ucrania está tan desequilibrado a favor de Moscú que se ha convertido en la principal baza del Kremlin para imponer la negociación de un nuevo orden de seguridad europeo.

Detrás de esta imposición está la intención rusa de revertir su derrota en la Guerra Fría que deriva de tres fuentes: de la tesis de que los soviéticos no la perdieron, sino que terminó con una serie de acuerdos militares entre la URSS y EE UU; el hecho de que Rusia no fue incluida en el diseño de la estructura de seguridad europea, y la idea de que la ‘verdadera guerra’ no terminará hasta el triunfo definitivo de Rusia sobre Occidente. Vladímir Putin es producto de un imperio comunista que mantuvo desde su mismo origen hasta su desaparición la idea marxista de que la guerra no se terminará con acuerdos formales, sino con el triunfo de la revolución y la instauración universal de una sociedad sin clases.

Las exigencias de Moscú son más un chantaje que una propuesta de diálogo, pero, con todo, lo más probable es que las medidas ‘técnico-militares’ con las que amenaza Rusia no consistan en la invasión de Ucrania, sino en despliegues tácticos de armamento ofensivo en Bielorrusia y/o Kalingrado, así como en el reforzamiento de la «asociación estratégica» con China e Irán, en el aumento de la presencia rusa en América Latina y África y, por supuesto, en el incremento de la guerra híbrida (campañas de desinformación, ciberataques, chantajes económicos y energéticos, uso puntual de la fuerza militar convencional) para desestabilizar a sus adversarios.