Pedro García Cuartango-ABC
  • Pablo Iglesias tiene responsabilidad en el clima de violencia y de confrontación que contamina la vida política. El poder le ha quemado como a una mariposa que se acerca al fuego

No hay nada más enigmático que la pura apariencia. Las cosas no son como parecen. Y ello es aplicable a Pablo Iglesias, un político poliédrico y contradictorio, que suscita pasión y odio. Como un pecador que acude a la confesión, la gente que le detesta le necesita más que los que le aman porque genera un efecto catártico en sus adversarios.

Pablo Iglesias es un ser complejo, movido por una atracción por el poder que choca con su espíritu antisistema. Para comprenderle, si ello es posible, hay que recurrir a la lógica de Heráclito cuando dice que somos lo que no somos. El sabio griego sentenció que el camino hacia arriba nos conduce hacia abajo.

Esto es lo que le ha sucedido a Iglesias: cuanto más se acercaba al poder, más se quemaba como una mariposa que juega con el fuego. Él mismo lo ha reconocido en una entrevista en el ‘Corriere della Sera’ en la que declara que ha sufrido un enorme desgaste y que no continuará al frente de Podemos. Fichar por Roures podría ser una salida.

El Iglesias que ha tensado esta campaña poco tiene que ver con el profesor universitario que decidió dar el salto a la política tras las movilizaciones de los indignados en mayo de 2011. «No somos marionetas en manos de políticos y banqueros. Queremos una democracia real», clamaban los concentrados en la Puerta del Sol. Tres años después. Iglesias y Monedero fundaban Podemos.

Dejar la política

Nacía como un movimiento para la renovación de la política con un mensaje de regeneracionismo y participación ciudadana. Muy poco queda de aquel espíritu fundacional. No es casualidad que Podemos y Ciudadanos, las dos formaciones que emergieron de la crisis de los partidos tradicionales, estén hoy sumidas en una profunda crisis.

El drama de Iglesias es el de los intelectuales que se dedican a la política: es imposible ser coherente con las ideas cuando se gobierna. Gobernar es pactar, transigir, renunciar y eso lo lleva muy mal. Por eso, se ha suicidado políticamente al concurrir a estas elecciones. Quería dejar la política y el fracaso es una de las vías más seguras. Madrid va a ser su tumba.

Pero quiere morir matando. Ha hecho una campaña que roza lo estrafalario con un guerracivilismo y un odio hacia la derecha que resultan impostados. Nadie puede decir en serio que el PP niega los trasplantes de riñón a los pobres para favorecer a los ricos o que disfruta de la miseria en los barrios marginales. Eso es sencillamente demagogia.

El último episodio de esta campaña ha sido la detención de un empleado de su formación, acusado de agredir a los asistentes del mitin de Vox en Vallecas. Iglesias echó ayer balones fuera sin entrar en el fondo de la cuestión, que es su doble rasero para medir la violencia.

Fascismo imaginario

Cuando aparecieron las balas contra él hace pocos días en un sobre, no dudó en reprochar a Vox su negativa a condenar esa amenaza. Pero él ha alentado los disturbios en las calles de Madrid y Barcelona, ha justificado los improperios de Pablo Hasel, se ha negado a repudiar las coacciones contra sus oponentes políticos y ha acuñado un discurso que justifica la violencia con el pretexto de que se trata de una defensa contra un fascismo imaginario. No sería justo acusarle de incitar al uso de la fuerza, pero sí que tiene una responsabilidad moral y política en este clima de odio y encono que ha ido expandiéndose como la peste.

Iglesias es una curiosa mezcla de altruismo y generosidad con un instinto asesino que le ha llevado a aniquilar cualquier atisbo de oposición en el partido. Errejón y Bescansa, los dirigentes mejor preparados, han sido dos de sus víctimas. Iglesias escribió hace algunos años un libro sobre Maquiavelo, que es una de sus referencias. He aquí un pasaje de ‘El Príncipe’, su libro de cabecera: «Es mucho mejor ser temido que ser amado».

Si la historia se repite en clave de farsa, el líder de Podemos guarda muchos paralelismos con León Trotski, el profeta desterrado. Como él, se considera el guardián de las esencias de la Revolución y está convencido de que carece de rival en el partido. Una idea que él mismo ha alimentado y que han comprado las feministas de Podemos, que practican un indisimulado culto a la personalidad.

Barrio humilde

Iglesias es inteligente, valiente y tiene las cualidades para ser un líder. Pero a la vez es egocéntrico, vanidoso y contradictorio. No hay más que recordar que, unas semanas después de criticar a Luis de Guindos por comprar un piso en La Castellana, él se metió en la operación del chalé de Galapagar. Sus enemigos le reprochan, con una cierta injusticia, que se haya aprovechado de su situación para enriquecerse. Quizás, por eso, dijo en un mitin que «la derecha odia que alguien que nazca en un barrio humilde disfrute de los privilegios de una minoría».

El líder de Podemos es una contradicción andante. Sus hechos no encajan con sus ideas. Pero eso no le ha convertido en un cínico porque sufre al mirarse al espejo en el que ve una imagen que le cuesta reconocer. Es la razón por la que ha decidido abandonar la política. Renunciar a ser vicepresidente para presentarse en Madrid es un suicidio. Quería autoinmolarse para demostrar su coherencia.

Como Fausto, Iglesias ha vendido su alma al diablo al pactar con Sánchez, un dirigente al que no soportaba y con el que no se ha entendido jamás. El precio ha sido demasiado alto. Por eso, quiere dejar el poder y recuperar la libertad que ha perdido: el privilegio de decir lo que le plazca. Se va dejando un partido en declive, con su imagen bajo mínimos y sin conseguir ninguno de sus objetivos. Ha llegado al final de la escapada.