Miquel Giménez-Vozpópuli
  • No es el principio del fin de Sánchez pero, parafraseando a Churchill, es el final del principio

Si alguien tenía dudas acerca de la descomposición que vive el gobierno, la rueda de prensa de Margarita Robles debió disipárselas. El empleo tan torpe de sustituir dimisión por sustitución respecto a la directora del CNI demuestra que quienes están en el gobierno se mantienen a despecho de sus creencias y opiniones personales, continuando amarrados a la silla únicamente por interés personal. Sánchez creó un Frankenstein uniendo, de entrada, lo que representó el PSOE en su día, la socialdemocracia de Brandt, Mitterrand, Palme o Kreisky, con sus más directos oponentes, los comunistas que, en España, jamás perdonaron al socialismo haber monopolizado el voto de izquierda. El comunismo contiene dentro de sí un germen destructivo: o controlan ellos, y ya se encargarán de efectuar purgas para quitarse de en medio unos a otros, o revientan lo que les resulta incontrolable. Ese es el gobierno actual, con ministerios fantasmagóricos como el de Irene Montero o Alberto Garzón, tan costosos como inútiles, y de los ceses de sus primeros integrantes, desde el todopoderoso Pablo Iglesias hasta el no menos poderoso Ábalos. Es un cadáver descomponiéndose entre mentiras, ocultamientos e ignominia.

Para más INRI, el separatismo aliado sanchista anda por los mismos despeñaderos, a navajazo limpio entre Junts y Esquerra y con las CUP como hooligans exquisitos de jersey manchado de huevo frito y sueldo de ejecutivo de multinacional. El Frente Popular 2.0 se desmorona. Ni sabe cómo se gobierna un país ni tienen el menor sentido del estado. Esto empieza a pasarles factura. Véanse las autonómicas madrileñas o las castellano leonesas. Eso, por no hablar de las andaluzas, que pueden suponer la puntilla definitiva a esa pseudo izquierda que, citando esta vez a Guerra, se ha quedado que no la conoce ni la madre que la parió. Así las cosas, y con un Ciudadanos por quien lo único que puede hacerse es guardar un minuto de silencio, el panorama vuelve a ser el de antes de que nos endilgasen lo que se denominó “nueva política”. Poco queda de aquellos que se proclamaban sustitutos del bipartidismo. Una tesis terriblemente equivocada, porque ese bipartidismo siempre le dió a España una estabilidad palpable, histórica. La de la Restauración, de manos de Cánovas; la de nuestra democracia, de manos de Suárez, y ambas por conducto de la derecha y monarquía parlamentaria como forma de estado. Los reformistas no los encontrarán nunca en la izquierda.

Ahora que la izquierda ha demostrado que no sirve más que para hundir la economía y asaltar las instituciones, ahora que Colau, Belarra, Mónica Díaz o Vestrynge están a un paso de ser como dice el himno del FSLN – himno sandinista en deferencia a su ideología – “insepultas huellas de la historia”, ahora que los sindicatos de mariscada y subvención viven su mayor crisis, ahora que la gente comprueba en su bolsillo que esto iba en serio y que las chochocharlas se pagan carísimas, el edificio empieza a desmoronarse.

Tenemos Sánchez para rato, obvio, pero no tanto como él cree. Los fielatos de la historia son implacables y no perdonan ni a sus más dignos protagonistas, que no sería el caso. Recuerden lo que decía al comienzo: no será el principio del fin, pero sí es el final del principio.