Iñaki Ezkerra-El Correo
- Cuando está solo, García Ortiz se pregunta qué es lo que puede hacer él por Sánchez
Le llaman el fiscal general, pero ha demostrado ser de lo más particular. Álvaro García Ortiz es literalmente el fiscal particular de Sánchez. Hubo una época en que las grandes familias tenían capellán y eso daba mucha distinción. Podían confesarse o improvisar una misa doméstica a cualquier hora, pero para eso había que tener capilla. Los tiempos cambiaron y hubo que ir a otras opciones más modestas y asequibles. En mi casa, por ejemplo, había un técnico del televisor que se llamaba Fermín y que vivía prácticamente con nosotros porque aquella pantalla en blanco y negro se averiaba permanentemente. Fermín no podía dar ninguna absolución, pero confesaba a mi abuela con muy buena disposición mientras metía la cabeza en las tripas de aquel cajón aparatoso del que a veces saltaba un chispazo que reforzaba el inexplicable prestigio y el misterioso aura de solvencia de aquel buen hombre.
El tiempo es implacable y se llevó para siempre a aquellos técnicos de las teles analógicas, como antes a los capellanes de las familias notables. Pero Sánchez está dispuesto a llevarnos más lejos del siglo XX y del XIX. Sánchez tiene, como digo. a un fiscal a su servicio y a tiempo total que debe de dormir en La Moncloa y comer en la cocina con el chófer y la cocinera. Un fiscal para él solo que le hace todas las faenas de aliño leguleyo que él le manda para luego dar sus estocadas a la legalidad constitucional.
García Ortiz lo mismo vale para un roto que para un descosido procesal, para revelar secretos privados del novio de Ayuso como para mandar a la fiscal superior de Madrid que los difunda; para intervenir en la instrucción judicial de la señora de Sánchez y pedir que se archive su caso como para colar reincidentemente a Dolores Delgado en el Supremo e ignorar la anulación de esos nombramientos, o sacar adelante, con el voto inestimable de esta, la amnistía por malversación a la que se oponen los fiscales del ‘procés’. García Ortiz acumula en su historial una interminable lista de infracciones, sanciones, condenas de costas y apercibimientos que nos brindan de su persona el retrato-robot de un malo de película. No se había visto algo parecido desde Gargamel, el que perseguía a los pitufos, o desde los hermanos Malasombra, que eran malos de verdad.
Sí. Confieso mi fascinación por el personaje; por el fiscal general del lodazal sanchista, por esa alhaja de hombre, este malo que sabe ser malo todo el tiempo; malo a destajo y por altruísmo. Yo creo que cuando está solo García Ortiz se pregunta qué es lo que puede hacer él por Sánchez, no lo que Sánchez puede hacer por él. Yo, la verdad, me pongo a pensarlo y la salida más airosa que le veo es la de cambiarse de sexo para alegar que la ‘fachosfera’ lo odia por ser mujer.