IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Qué puede salir mal en un sistema de aprendizaje que prescinde del conocimiento, el estudio, los deberes y los exámenes

Una autoridad académica francesa propuso años atrás que los escolares se ejercitasen en lectura con prospectos de instrucciones de electrodomésticos para facilitar la «comprensión igualitaria» de los textos. Lo cuenta Sophie Coignard, autora de un reciente libro llamado ‘La tiranía de la mediocridad’, alegato en favor de la cultura del esfuerzo postergada por la creciente corriente pedagógica y filosófica que ha puesto de moda el arrinconamiento del mérito. No es España el único país europeo donde la enseñanza sufre un visible retroceso como consecuencia del empeño en primar las ‘habilidades’ del alumnado frente al modelo clásico del conocimiento. Los informes PISA ponen de manifiesto el fracaso general de una vulgaridad estimulada para combatir la brillantez y la competencia como receta del éxito. Que nadie destaque para que todo el mundo se sienta contento ahorrándose el trabajo de superar sus carencias o sus defectos.

Las evidencias, sin embargo, se han vuelto lo bastante alarmantes para llamar la atención de las autoridades. Hasta el presidente Sánchez se ha visto impelido a promover un plan de refuerzo presupuestario contra el patente descalabro de las aptitudes de nuestros estudiantes, cuyo nivel medio ofrece serias dificultades para interpretar lo que leen o resolver problemas matemáticos elementales. Algo es algo: al menos no le ha echado la culpa del retraso a la proliferación de los inmigrantes, como han hecho sus socios separatistas catalanes. Pero poner millones sobre la mesa para contratar más profesores o reducir la ratio de alumnos por aula equivale, sin dejar de ser necesario, a tirar por el camino más fácil. El que cierra los ojos al proceso de banalización que está expulsando de las clases el estudio, el saber, los deberes y los exámenes. El que prefiere insistir en técnicas ineficaces en vez de revisar los métodos de aprendizaje.

A un país nunca le viene mal que su Gobierno dedique más dinero a la escuela. No obstante, los resultados PISA sugieren la existencia de grietas más profundas que la de la inversión financiera. Hay un fallo de fondo, de concepto, de sistema. Y no tiene que ver sólo con ciertos fetiches ideológicos de la izquierda sino con la trivialización global de la sociedad posmoderna, con su tendencia a desterrar el sacrificio, a abolir la jerarquía intelectual, a rebajar la exigencia en busca de una igualdad de vía estrecha basada en la normalización de la pereza y en la derogación artificial de la diferencia. Para desembocar al final en una nueva selección económica donde las familias pudientes encuentran en el sector privado las herramientas de ascenso que el público no proporciona. Ésa es la verdadera brecha de la educación española. La que, a fuerza de prescindir de la ciencia, de la lengua o de la historia, va a acabar impidiendo que los chavales entiendan el folleto de la lavadora.