Joseba Arregi, ELPERIODICO.COM, 26/8/11
En la forma como se produzca el final de ETA nos jugamos el futuro; no hay que cometer errores
Cuando el debate sobre la legalización de Bildu estaba más candente, los que apoyaban una sentencia judicial favorable a la misma recurrieron a un argumento jurídico sólido: las reformas que habían aprobado en el Congreso el PSOE y el PP en la ley de partidos políticos, que permitían dejar sin acta a los electos de dicha formación que mostrasen alguna connivencia con el terrorismo de ETA, eran una salvaguarda en el caso de que el rechazo de la violencia fuera un engaño.
Lo malo del argumento es que cuando parece que va llegando la hora de ponerlo a prueba muchos de quienes lo defendían dicen que es impracticable. A pesar de que miembros del Gobierno central y del PSOE lancen avisos a los cargos electos de Bildu, a pesar de que muchos de los que eran favorables a la sentencia de legalización muestren ahora su desencanto por el comportamiento de esos cargos electos, y a pesar de que desde el PP se comience a pedir la aplicación de las reformas, estoy seguro de que estas no van a ser puestas en práctica nunca. Porque significaría dar pábulo al follón vasco.
Claro que sigue siendo necesario hacerse algunas preguntas. ¿Lo que hasta ahora era llamado conflicto ha pasado a otra categoría por el simple hecho de ser denominado follón? ¿El follón es menos follón cuando quienes lo organizan son cargos institucionales y no manifestantes? ¿O es al revés: es más grave porque los cargos institucionales en democracia se deben a todos los ciudadanos y no solo a los suyos?
Sea como sea, en la cuestión del final de ETA, de las reflexiones de la izquierda nacionalista radical, en lo que puede suponer su presencia institucional gracias a la legalización de Bildu para seguir presionando sobre ETA y conseguir que esta anuncie su disolución, es preciso no perder de vista algunas cuestiones importantes. Y la primera es no confundir el fin de ETA como organización terrorista con el fin de todo lo que su presencia en la historia vasca y española de los últimos 50 años ha supuesto.
A partir de esa diferenciación es preciso no olvidar que es ahora, en el momento en que el fin de ETA parece más cercano y posible que nunca, cuando no hay que cometer errores y tener muy claras las ideas. La primera es que nos jugamos el relato del terror de ETA, nos jugamos, como sociedad en su conjunto, quién, cómo y desde qué perspectiva se va a escribir la historia de terror de ETA. Casi todos los gestos y palabras de los representantes institucionales de Bildu han ido dirigidas a diluir la responsabilidad de ETA en sus asesinatos, a legitimar la historia de terror de ETA, a borrar la frontera que separa a las víctimas de los verdugos. Y todo esto no es simplemente un follón. Nos jugando el futuro y la libertad.
En segundo lugar, todo el esfuerzo de la izquierda nacionalista radical, el de ETA por supuesto y el de buena parte del nacionalismo vasco en su conjunto está dirigido a evitar que la derrota de ETA signifique algo para el proyecto nacionalista ¿común? en el futuro. ETA ha matado en nombre del pueblo vasco. ETA ha matado para conseguir materializar su proyecto político nacionalista radical y revolucionario. Cada asesinado es un grito en el mayor de los silencios, en el de la muerte impuesta, contra la posibilidad de que la razón de ese asesinato sea el eje sobre el que se construya el futuro político de la sociedad vasca en libertad y en paz.
Es comprensible que en estos momentos en los que parece que se puede tocar con las manos el fin de ETA muchos crean que plantear estas cuestiones no ayude nada a ese final, que lo que importa ahora es producir desde todas las instancias los gestos -y el que más esperan ETA y Batasuna es algún gesto dirigido a los presos de ETA, algún gesto de buena voluntad o alguna promesa de que serán tenidos en cuenta favorablemente a cambio de la declaración del fin de ETA- que pudieran acelerar o consolidar la decisión que nadie sabe si ETA ha tomado o no.
Pero no es de recibo que quienes plantean las cuestiones que formulo en este momento del fin de ETA sean ubicados en el rincón de quienes solo quieren azuzar el follón vasco, de quienes, al parecer, no quieren que ETA acabe. Lo cierto es que en Euskadi no existe follón alguno, sino conflictos bien serios, todos ellos provocados por la existencia de ETA y su terror. Lo cierto es que esos conflictos no desaparecen por arte de magia ni aunque ETA declare su disolución, ni en el momento en que lo haga, si lo hace. Lo cierto es que, estando como ha estado y sigue estando en juego la libertad de todos los vascos, no da igual cómo termina ETA, cómo se gestiona el fin de ETA, quién y cómo da cuenta de lo que ETA ha supuesto y qué consecuencias es preciso extraer de su historial de terror justificado en su nacionalismo revolucionario para el futuro en libertad de la sociedad vasca y del conjunto de España.
Hoy más que nunca necesita la sociedad vasca voces críticas que no se dejen engatusar por soluciones fáciles ni por ansias de olvidar lo pasado, porque el pasado que se olvida vuelve normalmente por sus fueros, con mayor fuerza y brutalidad que la que tuvo en su día.
Presidente de Aldaketa (Cambio para Euskadi).
Joseba Arregi, ELPERIODICO.COM, 26/8/11