- ¿Cómo se detiene la inmigración no deseada, cuando los países de origen no colaboran? ¿Cómo se facilita la integración de los que ya están entre nosotros? ¿Qué hacer con los que rehúsan la integración y rechazan el marco jurídico-político?
Anadie puede sorprender el impacto mediático que ha tenido el atentado terrorista ocurrido en la ciudad de Solingen. Alemania vive desde hace años un intenso debate sobre las políticas de inmigración e integración. Parte de la experiencia de tener una amplia comunidad turca, cuya limitada integración ha generado controversia, y de la conciencia de necesitar mano de obra extranjera con diferentes niveles de formación para mantener en pie y desarrollar su tejido industrial. Alemania es la potencia económica europea por excelencia, pero al mismo tiempo es uno de los estados del Viejo Continente en que la crisis demográfica resulta más evidente.
La inmigración sin integración se convierte en una amenaza a la cohesión social. Los ejercicios de multiculturalismo, animados por las fuerzas políticas de izquierda durante las últimas décadas, han fracasado. Prueba de ello es la reacción social que se viene manifestando con el surgimiento de nuevos partidos de derecha e izquierda que denuncian la situación y exigen un drástico cambio de política. Da igual en qué dirección de la geografía europea miremos, en todas partes nos encontramos con el mismo problema de fondo. Una circunstancia que ha pasado a convertirse en un tema fundamental de la agenda política.
Sin embargo, lo ocurrido en Solingen va más allá. El asesino es un refugiado político sirio, no un inmigrante. Es, por lo tanto, alguien que había sido acogido por solidaridad y que se había beneficiado de la ayuda pública. Es fácil comprender la sensación de engaño del contribuyente alemán que asiste, con perplejidad, a tamaño acto de agradecimiento. Además, llueve sobre mojado. Desde la polémica negociación entre la entonces canciller Merkel y el presidente turco Erdogan son muchos los casos de violencia y desprecio al orden jurídico alemán por parte de refugiados e inmigrantes procedentes del ámbito musulmán.
La Unión Europea ha tratado, con limitado éxito, de establecer criterios que garanticen la solidaridad entre los estados miembros a partir de una política común. Uno de esos criterios hace referencia a cómo rechazar la solicitud de un individuo que ya se encuentra en territorio nacional. Este era el caso del terrorista en cuestión, que seguía sin abandonar Alemania por problemas burocráticos entre estados miembros.
Es perfectamente comprensible el malestar del ciudadano alemán ante este cúmulo de fracasos: integración, seguridad y procesos europeos de expulsión. La coincidencia con elecciones en las que la denuncia de estos hechos estaba ya en el debate partidista supondrá un regalo para las formaciones situadas más a la derecha y a la izquierda. Pero, más allá, de lo que pueda pasar en estos comicios locales, más allá del debate nacional alemán debemos hacernos a la idea de que nos hallamos ante uno de los temas que van a caracterizar el debate político europeo las próximas décadas ¿Cómo se detiene la inmigración no deseada, cuando los países de origen no colaboran? ¿Cómo se facilita la integración de los que ya están entre nosotros? ¿Qué hacer con los que rehúsan la integración y rechazan el marco jurídico-político? ¿Es necesario revisar el estatuto de refugiado?
El tema trasciende del ámbito nacional para afectar a la propia Unión Europea. Si repasamos los resultados de las recientes elecciones al Parlamento Europeo y el complejo proceso de formación de sus grupos resulta evidente hasta qué punto el tema es tan importante como divisivo. Su combinación con otros de igual importancia –la revuelta cultural tras el movimiento woke, el debate sobre la energía, las relaciones con Estados Unidos, Rusia y China, el compromiso europeo con la democracia…–están ya dando paso a nuevos programas políticos. De su mayor o menor coherencia dependerá el futuro de cada sistema nacional de partidos y de la organización del Parlamento Europeo.