Han fracasado en la reorganización del ‘aparato logístico’, el funcionamiento del ‘aparato militar’ está bajo mínimos históricos y el ‘aparato político’ no ha sido capaz de controlar el debate interno de Batasuna, como pretendía. Demasiados fracasos para una generación de dirigentes que había llegado a la cúpula de ETA dispuesta a comerse el mundo.
Ibon Gogeaskoetxea, ‘Emil’, no era uno de esos miembros de ETA recién llegados a la banda que, sin apenas experiencia, han ascendido en el escalafón de la noche a la mañana aprovechando los movimientos de banquillo que provocan las detenciones policiales. Al contrario. Era uno de los veteranos: su primer arresto en Francia tuvo lugar hace ya veintidós años y su integración en ETA se produjo, presuntamente, hace casi quince.
De esos tres lustros, los últimos trece años los ha pasado en la clandestinidad, encuadrado en las estructuras de ETA en Francia, formando parte del segundo círculo de dirigentes. Hasta que hace dos años pasó a la primera línea.
Gogeaskoetxea forma parte de un grupo de cuadros de ETA que ha protagonizado graves conflictos en el seno de la banda porque estaban descontentos con sus jefes. Este grupo, del que también forman parte ‘Txeroki’, Aitzol Iriondo o Mikel Carrera Sarobe, mano derecha del jefe capturado ayer, organizó hace dos años un golpe de estado en toda regla contra la mayoría de la dirección de ETA, un golpe que contó, además, con la ayuda inesperada de la acción policial para conseguir que triunfara. Pero lo suyo, lo de este grupo, venía ya de antes. La mayoría de ellos eran pistoleros fogueados en comandos cuando llegó la tregua del año 1998, que luego se convirtieron en el esqueleto del ‘aparato militar’.
Antes de llegar al golpe formal del 23-F, el grupo de los insurrectos había protagonizado su propia ‘operación Galaxia’, un amago de levantamiento que no llegó a consumarse porque no tenían fuerza suficiente. Aquel pronunciamiento se produjo a caballo entre 2003 y 2004 y dentro de ETA fue bautizado como «crisis ESA» (la crisis de Ekintza Saila). Seis cuadros medios del ‘aparato militar’ suscribieron un documento extremadamente crítico con sus jefes e, incluso, con los jefes anteriores de los comandos de ETA. Exigían mucha mayor actividad a la organización terrorista, cuestionaban el funcionamiento de la dirección e, incluso, la línea política general de la izquierda abertzale.
Los entonces jefes de la banda, con Mikel Antza a la cabeza, tuvieron que movilizarse para poner en su sitio a aquel grupo de capitanes que dio marcha atrás en sus acusaciones. Los seis rebeldes, para hacerse perdonar, se retractaron e hicieron autocrítica. El motín se saldó con reprimendas y traslados de algunos alborotadores a otros puestos dentro de la banda.
La ‘crisis ESA’ se superó, pero el mismo grupo de cuadros que la había causado provocó, cuatro años más tarde, en 2008, un conflicto todavía mayor, un 23-F en la cúpula etarra. ‘Txeroki’ y Carrera Sarobe, miembros de la dirección, con el respaldo unánime de los aparatos militar y logístico, que controlaban, y entre cuyos responsables estaba Ibon Gogeaskoetxea, expulsaron a la mayoría de la ejecutiva de ETA formada por Francisco Javier López Peña, Ainhoa Ozaeta e Igor Suberbiola. Les acusaban de todos los males de la organización terrorista, de no saber administrar el dinero, de no ser capaces de marcar una línea clara a la izquierda abertzale, de autoritarios, de no hacer funcionar a los aparatos de la banda, de mentir en los documentos internos, etc.
Era un pulso por el poder que estuvo a punto de provocar la primera escisión de esta rama de ETA en más de treinta años. No hubo ruptura porque una operación policial desarrollada en mayo de 2008 acabó con la captura de López Peña, Ozaeta y Suberbiola al mismo tiempo.
Los rebeldes se quedaron entonces sin enemigo interno y se hicieron con el control absoluto de la organización. Garikoitz Aspiazu, Aitzol Iriondo, los hermanos Ibon y Eneko Gogeaskoetxea, Aitor Elizaran, Mikel Carrera y alguno más se hicieron con todo el poder, sin contrapesos, en la cúpula de la organización terrorista. Pero tan pronto como llegaron a lo más alto empezaron a ser también víctimas de las operaciones policiales. El primero fue el propio ‘Txeroki’, que apenas duró seis meses más que sus rivales del ‘aparato político’.
Este grupo de dirigentes comenzó a poner en marcha una nueva reestructuración de la organización terrorista, tal y como se había acordado en el debate desarrollado en las filas de ETA tras la ruptura de la tregua. La iniciativa más atrevida de esa reestructuración fue la decisión de trasladar a Portugal y Cataluña una parte fundamental del ‘aparato logístico’, la que se encarga de la fabricación de explosivos. Han sido osados en el concepto, pero la policía ha hecho fracasar la materialización de sus planes.
Han fracasado en la reorganización del ‘aparato logístico’, el funcionamiento del ‘aparato militar’ está bajo mínimos históricos, pese a que esa era la gran apuesta de este grupo de dirigentes, y el ‘aparato político’ es incapaz de imponer la superioridad que ETA siempre ha tenido sobre su entorno político. La banda terrorista no ha sido capaz de controlar el debate interno de Batasuna como pretendía.
Demasiados fracasos para una generación de dirigentes que había llegado a la cúpula de ETA dispuesta a comerse el mundo.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 1/3/2010