Al cumplirse dos meses de la invasión de Ucrania, ya es posible establecer una lista de dudas y otra de conclusiones. Entre las conclusiones, una evidente es que el plan de Vladimir Putin ha fracasado. Al autócrata ruso se le ha alargado la guerra mucho más allá de lo que había diseñado sobre el papel, y sin alcanzar los objetivos iniciales: no ha podido todavía deponer al gobierno ucraniano, ni tomar la capital Kiev, ni mucho menos hacerse con el control de Ucrania. Así, Putin ha tenido que reorganizar sus efectivos y limitar sus pretensiones a los territorios orientales del Donbás, además de hacer un nuevo intento con el sur ucraniano, en la pretensión de establecer un corredor que una esas zonas con la península de Crimea y, si puede, incluso con la región moldava prorrusa de Transnistria, en la frontera suroccidental de Ucrania. ¿Lo conseguirá? Es factible, pero no sería otra cosa que la constatación de que su plan inicial fracasó.
En algún momento, Putin decidirá que ya han muerto demasiados soldados rusos –hasta el punto de no poder ocultarlo–, y dirá que ha alcanzado sus objetivos militares y «desnazificado» los territorios «liberados» por su ejército. Será, apenas, un ejercicio de propaganda low cost, pero suficiente para convencer a los rusos que ya están convencidos. Organizará fastos, con desfiles militares en la Plaza Roja de Moscú, lanzará soflamas contra Occidente y las democracias liberales, y se autoproclamará como líder sagrado de todas las Rusias: un aprendiz de Stalin en el siglo XXI.
Entre las dudas, una nos adentra en el futuro de lo que quede de Ucrania. Podría perder una parte importante de su territorio, y el resto estará sumido en la devastación. Será necesario un plan internacional de reconstrucción, pero con la vista puesta en las intenciones que Putin pueda tener de volver a intentarlo. Occidente necesitará fijar un modelo de relación con Rusia, mientras Putin siga siendo su presidente. Y no podrá ser una relación de buena vecindad. Y algo especialmente importante: la Unión Europea debe dar un vuelco rotundo a su estrategia energética. Que el suministro de energía dependa de dictadores es muy peligroso.