José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Habrá que indagar si es mejor tener a Vox dentro orinando fuera o tenerlo fuera miccionando dentro. O actuar como sugiere Feijóo: que gobierne el partido más votado
Las advertencias que llegaron de París la noche del pasado domingo son, aproximadamente, las siguientes:
1) El ‘cordón sanitario’ a la extrema derecha, lejos de disuadir a sus electores, los multiplica porque tal práctica desafía a una ciudadanía a la que le complace contradecir a la clase política tradicional. Comer el terreno a la derecha radical no se logra ya con el aislamiento institucional, sino con una mejor gestión pública que rescate a los ciudadanos de su malestar, incertidumbre e irritación. Desde que Le Pen fundó su partido, a mediados de los años setenta del siglo pasado, no ha hecho otra cosa que crecer. El próximo día 24 de abril, Marine Le Pen estará muy por encima del 30,90% que obtuvo en la segunda vuelta de las presidenciales de 2017. Fácilmente, incrementará sus electores hasta el 45%.
2) El Partido Socialista francés ha desaparecido. Su candidata, Anne Hidalgo, alcaldesa de París, logró el domingo el 1,7% de los votos emitidos. Los electores socialistas se han repartido entre la abstención, Francia Insumisa de Mélenchon y La República en Marcha de Macron. La implosión del PSF tiene las trazas de ser irreversible y ha sido fulminante. Tan fulminante que el último presidente socialista fue François Holande (2012-2017). No solo no se ha recuperado de la crisis, sino que se ha hundido definitivamente.
3) Jean-Luc Mélenchon es la nueva referencia de la izquierda en Francia a la que, según la doctrina al uso, debiera también acordonársela sanitariamente porque se opone a la Unión Europea y propugna la salida de su país de la OTAN. El exministro socialista es un populista de izquierda radical que se ha llevado el 22% de los votos. En las antípodas de Le Pen, el suyo es un partido antisistema. Y no es seguro que un alto porcentaje de sus electores ‘trague’ con Emmanuel Macron en la segunda vuelta.
4) El actual presidente de la República, también exministro socialista y también un enarca, representa hoy a una derecha liberal y moderada que ha logrado en la primera vuelta el 27,6% de los votos. Su partido, La República en Marcha, ha absorbido al grueso del republicanismo y del posgaullismo, cuya candidata no llegó ni al 5% de los votos. Por eso, Macron tendrá que emplearse muy a fondo para que, además de los residuales socialistas, conservadores, verdes y comunistas, le secunde una parte sustancial del electorado de Mélenchon, a lo que el líder izquierdista, de momento, no parece demasiado dispuesto.
5) Lo que ha ocurrido en Francia el pasado domingo viene sucediendo, sin prisa, pero sin pausa, en los demás países europeos. En todos emergen los partidos de derecha e izquierda radicales y decaen los tradicionales. El ‘cordón sanitario’, allí donde está implantado, no presenta mejor pronostico —al contrario, peor— que en donde no lo está. Francia, con el aislamiento institucional de Le Pen y de Zemmour (entre ambos, el 30% de los votos el pasado domingo), es el Estado europeo con mayor fuerza de los extremismos porque al de la derecha se añade el de la izquierda.
¿Y España? Ocurre tres cuartos de lo mismo, con la diferencia de que por razones de nuestra reciente historia y por el trayecto democrático más breve (desde 1978) respecto de otros, habría tiempo para rectificar el rumbo. No sucederá si Sánchez sigue haciendo lo que en su día practicó Mitterrand con el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, esto es, convertirse en un propagandista a la inversa de Vox, al tiempo que trata de aglutinar a sus electores por el temor a la significación del partido de Abascal. Lo cual, por cierto, es compatible con gobernar con Podemos y el PCE y apoyarse en los independentismos vasco y catalán. O sea, un sumatorio completo de incoherencias y temeridades.
Tiene mucho sentido que este panorama político de decaimiento de los partidos democráticos liberales se esté produciendo en la estela de una pandemia arrasadora y en plena invasión rusa de Ucrania que ofrece un espectáculo inhumano que nos retrotrae a la II Guerra Mundial y a los años del telón de acero. Las circunstancias históricas invitan a que los partidos políticos democráticos amplíen sus márgenes de inclusión y acentúen su apuesta por la gestión de las necesidades socioeconómicas y éticas de los ciudadanos, ofreciendo certidumbre, rigor y austeridad. Es imprescindible, además, racionalizar la política restándole emotividad.
Las opciones extremas están ofreciendo a los electores repliegue, regreso a la soberanía de los Estados, nacionalismo protector y valores anteriores a la posmodernidad. Por eso, es esencial no desafiar a la ciudadanía con el ‘cordón sanitario’, porque tal propuesta se ha convertido en un estímulo para castigar al sistema. Vox es la tercera fuerza política en España. Y creciendo. La decisión es difícil, pero habrá que empezar a indagar si es mejor tenerlo dentro orinando fuera o tenerlo fuera miccionando dentro.
O sea, que ya puestos, habrá que seguir el criterio de Sánchez, que mantiene que integrar a Podemos, Bildu o ERC en el juego institucional es mejor que no hacerlo. ¿O acaso los votantes de Vox son de peor condición que los de esos partidos? Y si se llega a otra conclusión, ahí está la propuesta, ayer, de Núñez Feijóo en este periódico: que los dos grandes partidos pacten que “gobierne el más votado” y ninguno de los dos dependa de los extremos. No lo verán nuestros ojos, pero es, de largo, lo más sensato y lo más eficaz. Sin olvidar que los votantes, cada vez más abundantes, de los partidos estigmatizados como merecedores del aislamiento institucional son ciudadanos que merecen el mismo respeto que cualquiera otro.