Progresista es luchar contra la desigualdad. Progresista es mejorar, pulir, limpiar, corregir y avanzar. Es dar un paso más cuando el terreno enfangado parece que lo impide. Es aprovechar la técnica como palanca para mover el mundo.
Progresista es el que confía en que los bienes conseguidos con el sudor de la frente se pueden hacer extensivos cada vez a más personas. El que no se conforma con haber alcanzado una buena posición social y también la quiere para los demás. El que no se ancla en el pasado porque sabe que la acción humana tiene el poder de la novedad. El que no teme al futuro, el que se apoya en el pasado para dar un salto, el que no se conforma con el statu quo.
Progresista fue luchar contra el feudalismo del Antiguo Régimen, contra la sociedad estamental, contra los privilegios y contra el caciquismo.
Progresista fue luchar contra la explotación infantil, contra el racismo, contra el colonialismo, contra la contaminación industrial, contra la guerra injusta o contra el genocidio. Progresista es defender a las minorías, a los indefensos y a los que no tienen voz.
Progresistas de nuestro tiempo han sido Rosa Parks y su lucha por los derechos civiles en Estados Unido, la ecologista Rachel Carson y su primavera silenciosa, Don Bosco y su trabajo por la educación de los más pobres, Clara Campoamor y su lucha por los derechos de las mujeres, Robert Schuman y su proyecto político contra el nacionalismo.
Progresistas han sido todos lo que han luchado por un cambio real contra la injusticia.
Progresismo es confiar en que la cultura nos puede hacer mejores, y progresismo es desconfiar de la fuerza de los poderosos.
Por eso progresista no puede ser el bloque que aúna a ultraderechistas nacionalistas, a independentistas, al racismo regionalista y al reaccionarismo marxista (alguien tendría que explicar que Marx y Rousseau eran reaccionarios).
Para ser progresista no es suficiente con oponerse al centro derecha y llamarle «fascista». El miedo a la ultraderecha no te hace progresista.
Ahí está el PSOE, a través de Montilla, reuniéndose y fotografiándose con el prófugo Puigdemont (y el procesado Pujol de regalo) en pleno proceso de investidura.
Vergüenza de pseudoizquierda. https://t.co/etTiWBosQ1 pic.twitter.com/UMQIvxWse8
— Víctor Gómez Frías (@vgomezfrias) August 21, 2023
No es progresista obligar a un profesor de Burgos a hablar valenciano en el aula cuando en la calle no lo habla ni el panadero ni el camarero. Progresista es luchar contra el nacionalismo que nos separa del mundo, y no pretender que en Europa se hable euskera. Progresista es defender las instituciones y las leyes, que son la única garantía de los que no tienen poder, y no utilizar el poder para amnistiar a los que abusan de la fuerza. Progresista es poner a un golpista ante la justicia.
El progresismo es una corriente con mucha fuerza dentro de la política occidental. Es uno de nuestros patrimonios culturales más valiosos. El progresismo es el compañero de viaje del conservadurismo. Son dos elementos inseparables que, cuando colaboran, hacen mucho mejores a las sociedades.
Pero separados, se convierten en la misma ponzoña política. En el resentimiento que es el denominador común de todas las violencias políticas. El progresismo también se mueve en el filo de una navaja, y es muy fácil que caiga del lado del reaccionarismo.
Los grandes progresistas de la historia han luchado por romper la política de bloques. Pero ahora vemos que, bajo el ala del progresismo, se cobija un gran bloque con la única justificación de que es lo mejor para combatir al otro bloque. No es admisible que para ser un buen progresista en España hoy baste con ser activista contra el centroderecha.