Olatz Barriuso-El Correo

  • Feijóo salva una bola de partido en el momento clave de la amnistía y Sánchez sufre las consecuencias de dar alas sin medida al soberanismo

Una vez más, la pulsión real de la sociedad se ha revelado diferente a las expectativas alentadas por la España política y mediática al final de una intensa noche electoral. Aunque es cierto que, de un tiempo a esta parte, casi todas lo son porque cada recuento se interpreta en clave nacional y se lee como una batalla agónica en pos de una meta superior. En el caso de Pedro Sánchez, dejar KO a la oposición por aplastamiento. En el de Alberto Núñez Feijóo, consolidar un liderazgo titubeante y asestar un golpe definitivo a un Gobierno hipotecado por la voracidad de sus socios. Un síntoma más de la enfermedad crónica que aqueja al país, la polarización irreconciliable entre el bloque de la derecha y el de la izquierda, al que se han acoplado las fuerzas soberanistas en una simbiosis que empieza a resultar letal para el PSOE.

Para entender lo que sucedió anoche en las urnas gallegas es fundamental prestar atención al planteamiento que, desde el cuartel general monclovita, se había hecho de una campaña en la que lo importante para Sánchez no era procurar un buen resultado del PSdeG sino amarrar como sea la cifra mágica de 38 escaños que destronara al PPde la Xunta y, sobre todo, fulminara el liderazgo de Feijóo y desviara así la atención al presumible ruido de sables en el PP, quitando el foco del inefable Puigdemont, erre que erre con su amnistía de máximos. Aunque eso supusiera renunciar a presentar batalla en el seno de la izquierda aun sabiendo que sería la soberanista Ana Pontón la que rentabilizaría esas ansias de cambio.

«Lo importante es sumar», se justificaban los socialistas, confiados en que si el PPperdía la mayoría absoluta el sacrificio de la sigla en Galicia habría valido la pena. Se supone que habrían calculado también los riesgos de alentar el frentismo como única estrategia. No sólo por el batacazo histórico que le ha tocado asumir a Besteiro, diluido en el pulso entre el PP y el Bloque, dos fuerzas antagónicas pero con algo en común, su galleguidad. Sobre todo, por la progresiva pérdida de músculo del PSOE frente a un soberanismo al que Sánchez ha dado alas sin medida, una estrategia quizás rentable a corto plazo pero posiblemente suicida a largo.

El protagonismo que Sánchez ha decidido conceder a la izquierda soberanista (la dirección de Estado, que decía Pablo Iglesias), claramente visible en la pujanza de EHBildu en Euskadi, no sólo amenaza al PSOEsino también a la existencia misma del espacio a su izquierda que representan Yolanda Díaz y Podemos. Que los morados quedaran este domingo por debajo del Partido Animalista con un misérrimo puñado de votos y que la vicepresidenta haya estrellado en su tierra el caótico despegue de su proyecto político es un retrato naturalista de cómo las luchas cainitas han acelerado su descomposición.

El frentismo ha movilizado, sí, el voto de la izquierda, pero también el de la derecha, capaz de retener la absoluta con una participación de récord, casi quince puntos por encima de las últimas elecciones prepandémicas. Feijóo confirma así que quizás su decisión de ‘madrileñizar’ la campaña y su incomprensible metedura de pata con la amnistía han pesado menos que el voto a la defensiva al PP en claves estrictamente gallegas. De momento, el líder popular salva una épica bola de partido en el momento clave de la tramitación de la amnistía, con un Puigdemont al que la debilidad de Sánchez envalentonará aún más. La gran pregunta es qué hará el presidente en la partida de ajedrez perpetua en la que ha convertido su mandato. Convocar elecciones –como hizo tras la debacle en las municipales de mayo– no puede hasta dentro de tres meses. Esperemos, no obstante, algún golpe de efecto. Y verle casi a diario en la inminente campaña vasca.